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Cien peliculas que me abrieron la cabeza - Nicolas AmelioOrtiz

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distinto al que vi en Texas y se anclaba más en lo fantástico, lo inexplicable y

lo onírico.

Después, una extensa investigación me llevó por pasillos tenebrosos hasta

un grupo de cineastas especializados en un «policial de terror» conocido en

Italia, su país de origen, como giallo. Ya les hablé de este negro clan, en el

que los nombres de dos directores resonaban con repiques de campanas

fúnebres: Mario Bava y Dario Argento. Argento era un colaborador de Sergio

Leone, y lanzó su carrera como director con El pájaro de las plumas de

cristal (1970). El éxito de este policial clásico le permitió rodar dos películas

más del mismo estilo: El gato de las nueve colas (1971) y Cuatro moscas

sobre terciopelo gris (1972). Después de la bisagra que significó en su carrera

Rojo profundo, llegó Suspiria.

Este capolavoro derrocha toda la violencia de los films anteriores de

Argento, pero al no estar anclado en el realismo se permite muchísimas

libertades estéticas y narrativas. Desde la primera escena a la salida del

aeropuerto, Argento ya nos advierte, con los colores que iluminan a la

protagonista, que estamos entrando en un mundo completamente irreal. La

escuela de danza —que queda en una sugestiva Escher Strasse y cuyo frente

es una casi perfecta reconstrucción de la Haus zum Wahlfisch, de Friburgo,

Alemania— y los demás decorados siempre están iluminados de una forma

irreal y con colores muy fuertes.

Dicen que Dario Argento quería trabajar en esta película con niñas de

trece años, y, como no lo dejaron los productores, hizo que todas las puertas

tuvieran el picaporte ubicados a mayor altura de lo normal. Desde el primer

momento en que entramos en la academia de baile y conocemos a sus

personajes, ya nos damos cuenta de que este no es un edificio muy cálido para

con sus huéspedes. Y, para que estemos seguros de que lo que vamos a ver es

la versión cinematográfica de una de nuestras peores pesadillas, Argento abre

con una muerte brutal, pero a la vez estilizada. La cámara se mueve por la

escena del crimen como si estuviéramos presenciando una obra de arte y nos

presenta un tema recurrente de la película: la glorificación de la violencia en

su más terrible refinamiento. Al igual que la protagonista, nosotros somos

testigos de las atrocidades que ocurren en la universidad, pero a la vez nos

gana la curiosidad y queremos meternos cada vez más adentro de ese infierno:

¿Quién es la directora de respiración rasposa que no deja dormir a las chicas?

¿Qué se arrastra en el último piso del conservatorio? Todas estas preguntas

serán respondidas, pero a un precio altamente sangriento y horripilante.

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