Cien peliculas que me abrieron la cabeza - Nicolas AmelioOrtiz
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—el único que tenía auto—, nos pasaba a buscar a eso de las once de la
noche. Después parábamos en una estación de servicio a comprar algo de
comer o tomar durante la función, y de ahí íbamos directo al cine.
Una de esas noches nos encontramos con que proyectaban la muy
aclamada Videodrome, de David Cronenberg. Yo en ese momento no sabía ni
quién era el tal David Cronenberg, ni tampoco sabía si había visto alguna de
sus películas. Quizás había visto La mosca (1986) cuando era más chico, sin
saber quién era el director, o tal vez me sonaba el sonoro nombre Cronenberg
porque no hacía mucho tiempo se había estrenado una película con Viggo
Mortensen titulada Promesas del Este (2007), obviamente de este director.
Sea como fuese, aquella noche y en una pequeña sala de cine donde sólo
estábamos nosotros y un vagabundo, Videodrome fue para todos un viaje de
ida.
Un ejecutivo de televisión llamado Max Renn (James Woods), cuyo canal
pasa todo tipo de pornografía, va en busca de nuevo material para su
audiencia, y descubre una transmisión ilegal llamada «Videodrome». Esa
perfecta inmundicia muestra escenas de snuff completamente explícitas. A
partir de su interés por esta transmisión, Max quiere averiguar quiénes están
detrás de este material… Y bueno, digamos que a partir de ahí la película da
un giro escalofriante, por quedarme corto. Desde su primer plano —traveling
que arranca en la pantalla de un televisor y termina con la cara hipnotizada de
Max—, esta película nos plantea un dilema filosófico que hoy está más
presente que nunca: ¿en qué momento la vida en una pantalla se vuelve más
real que nuestra vida cotidiana?
A través de esa pregunta, Cronenberg se juega con todo su potencial
artístico en miles de encuadres televisivos dentro de encuadres
cinematográficos, y trayéndonos como siempre nuevos efectos prácticos de
maquillaje y FX. Al igual que la mayoría de sus películas en esta época,
Videodrome trabaja en imágenes el desprendimiento de una persona de su
propio cuerpo. En este caso, el catalizador del desprendimiento no es una
máquina ni un procedimiento quirúrgico ni una enfermedad, sino la simple
pantalla del televisor.
Y a partir de esta premisa podemos fumarnos una parva de teorías e
interpretaciones. En Videodrome hay mucha tela para envolver símbolos, pero
tal actividad no es materia de este libro. Basta apuntar que la película gana
con el tiempo, si se piensa en que esos estímulos aberrantes que buscaba Max
para sus edificantes producciones, hoy podría encontrarlos inmediatamente en
internet. Los ejecutivos de Silicon Valley dejaron como nenes de pecho a los
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