Cien peliculas que me abrieron la cabeza - Nicolas AmelioOrtiz
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secuencia de inicio, en un tono similar al de Halloween (John Carpenter,
1978) o al de Blow Out (Brian De Palma, 1981). La gran diferencia aquí es
que Mann deja abierto un lugar para el suspenso al trazar un paralelismo entre
lo que acabamos de ver y la posterior investigación del protagonista, quien
pronto subirá los mismos escalones y alumbrará con su linterna ese mismo
escenario. Recién ahí, con el crimen ya consumado, volvemos a la misma
casa para encontrarnos con semejante carnicería. El bache narrativo —no se
muestra el asesinato— es intencionalmente elíptico: el director busca siempre
ocultarnos el crimen en sí, para que vayamos resolviéndolo junto con el
detective.
Mucha gente argumentó que la música de esta película tenía demasiada
presencia y que a veces se convertía en una distracción. Yo creo que es uno
de los puntos fuertes: hace avanzar la trama y le da un tono onírico a la
historia. Es una manera de ponernos como espectadores en el mismo punto de
vista que el protagonista: en muchas ocasiones al detective se lo ve
imaginando la escena del crimen, sentado ante materiales de archivo o
imaginándose, por contraste, en la playa con su esposa. Ese momento de
suspensión temporal y ensoñación se combina muy bien con la música, y hace
que la película vaya un poco más allá que el típico policial anclado en la
realidad y en los hechos. Michael Mann no sólo quiere mostrarnos el misterio,
sino que también busca meternos en los conflictos internos de los personajes,
suscitados por ese mismo misterio. En definitiva, la historia es más sobre la
psicología y la ambigüedad de un tríptico: el detective, el asesino serial y el
doctor Lecktor (Brian Cox) —Lecktor, sí: no se trata de un error de tipeo; es
nuestro bienamado Lecter, pero con un nombre diferente al del personaje de
la novela.
Manhunter es visualmente encantadora: Mann trabaja los colores
relacionándolos con las distintas emociones de los personajes —azul para la
esposa de Graham (Kim Greist), verde para el asesino Francis Dollarhyde
(Tom Noonan)—. Más allá del color, la fotografía de Dante Spinotti se luce
en los primeros planos generales en la playa o el amanecer que comparten
Dollarhyde y su víctima, llegando al final. Un control visual impecable de
Mann y su equipo para evocar en el espectador distintas sensaciones con cada
imagen.
Finalmente, los últimos veinte minutos de la historia son pura genialidad
cinematográfica. Desde la cita forzada entre el asesino y su siguiente víctima,
que se narra en primeros planos y planos detalle, hasta la persecución final al
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