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Héctor Carrasquero<br />
[ 56 ]<br />
Como desmembrada, desencajada, dibuja una curva como<br />
una “s” invertida que se pierde en una larga cola. Los versos son<br />
cortos, casi todos de una única palabra que a veces queda como<br />
suspendida, con mucho espacio a su alrededor: “que / parece<br />
/ vivir”; las imágenes se desenvuelven como una tela que cae,<br />
más en un sentido vertical o diagonal, que de manera horizontal,<br />
como la lectura. También son como resplandores que se van<br />
sucediendo, como pequeños relámpagos que van distanciándose<br />
uno del otro para terminar en el último más largo de un ciclo,<br />
nerviosamente como los movimientos mismos de la perdiz que<br />
relampaguea.<br />
Esta indagación estética me parece una actitud ante el poema<br />
que trasciende lo meramente sensorial, no es una presentación<br />
caprichosa o “experimental”, sino que tiene que ver con un intento<br />
de expresar la vivencia real que subyace en lo dicho —para seguir a<br />
G. Sucre—, y este velo, este silencio merece ser escuchado.<br />
Desde el insomnio, como estacionado en la “noche en vela”,<br />
el poema habla de la madurez; es una enumeración, un balance<br />
de cosas con las que se cuenta y de otras que no se tienen. Retomando<br />
la imagen de Amado Alonso, la almendra significa lo esencial,<br />
lo que constituye el centro de interés, lo que alimenta, lo que<br />
está concentrado, encerrado, protegido en su cáscara, como algo<br />
valioso. Fruto y semilla que sueña. Una cáscara que tal vez imagina<br />
lo que germinará de sí en algún momento. Por el ojo de la<br />
semilla brota la planta. Lo que la semilla sueña es la vida, la formación<br />
de un nuevo árbol; el sueño es como un germen, es creación.<br />
Esa cáscara arrugada, con la potencia de la vida en su interior, ahí,<br />
contenida, evoca las arrugas que van surcando el rostro a medida<br />
que la edad avanza, y a esto contribuye que se mencione a continuación<br />
“la cara / de alguien / que / parece / vivir / en la perdiz que<br />
relampaguea”.<br />
Sánchez Peláez invoca frecuentemente aves en sus poemas,<br />
como personificaciones de la belleza, desde el colibrí que<br />
es mirado “en demasía”, ruiseñores, pavos reales, gallos azules...