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Héctor Carrasquero<br />
secundando nuestros actos<br />
áurea<br />
nítida<br />
dando vueltas en la trastienda del corazón<br />
aquí está.<br />
[ 86 ]<br />
*<br />
El tema de este poema tiene que ver con la metáfora en la<br />
que el invierno equivale a la vejez última, anunciando el fin de la<br />
existencia. Una experiencia profunda de la propia finitud. Quien<br />
habla no ha muerto; se trata de comprender que el seguro acontecimiento<br />
de la muerte cada vez es más cercano, y esta comprensión<br />
se queda instalada en el día a día. Esa cercanía no es solo<br />
porque “vendrá”, es una presencia que se hace constante y se deja<br />
escuchar detrás de cada latido.<br />
El invierno llega con esta nieve que “se ha abierto camino”. No<br />
somos nosotros quienes la surcamos, sino ella que nos habita. El<br />
paisaje transfigurado por la nieve pierde color y se hace uniforme,<br />
indistinto: calma, silencio, soledad. Podemos prever la llegada de<br />
la vejez, sabemos con certeza que el tiempo no va a detenerse y<br />
que nos llegará la hora. Pero aquí la nieve “ha apurado el desenlace”,<br />
ha llegado de sorpresa. Ocurre que se hace patente en un<br />
momento inesperado, y nos encandila, justo cuando estamos<br />
“a gusto”, desprevenidos. Acaso la conciencia de lo perentorio<br />
del plazo siempre, inevitablemente, nos caiga de sorpresa, aun<br />
cuando parezca estar clara y presente; pues como se sugiere en el<br />
comentario al poema V, la muerte como concepto permanecerá<br />
sin ser aprehendida, hay que experienciar en carne propia esa certeza,<br />
esa última angustia vital que se sopesa en lo que sería propiamente<br />
conciencia del fin. Pero de seguro, como sea que esto<br />
ocurra, la llegada de las señales de la muerte, su entrada en la vida