Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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206 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES<br />
algunos intelectuales, de lo que sus antepasados instruidos habrían calificado como<br />
superstición y barbarie.<br />
En cambio, las ideologías, los programas e incluso los métodos y las formas de<br />
organización política en que se inspiraron los países dependientes para superar la<br />
situación de dependencia y los países atrasados para superar el atraso, eran<br />
occidentales: liberales, socialistas, comunistas y/o nacionalistas; laicos y recelosos<br />
<strong>del</strong> clericalismo; utilizando los medios desarrollados para los fines de la vida pública<br />
en las sociedades burguesas: la prensa, los mítines, los partidos y las campañas de<br />
masas, incluso cuando el discurso se expresaba, porque no podía ser de otro modo,<br />
en el vocabulario religioso usado por las masas. Esto supone que la historia de<br />
quienes han transformado el tercer mundo en este <strong>siglo</strong> es la historia de minorías de<br />
elite, muy reducidas en algunas ocasiones, porque —aparte de que casi en ningún<br />
sitio existían instituciones políticas democráticas— sólo un pequeño estrato poseía<br />
los conocimientos, la educación e incluso la instrucción elemental requeridos. Antes<br />
de la independencia más <strong>del</strong> 90 por 100 de la población <strong>del</strong> subcontinente indio era<br />
analfabeta. Y el número de los que conocían una lengua occidental (el inglés) era<br />
todavía menor: medio millón en una población de 300 millones de personas antes de<br />
1914, o lo que es lo mismo, uno de cada 600 habitantes. 2 En el momento de la<br />
independencia (1949-1950), incluso la región de la India donde el deseo de<br />
instrucción era más intenso (Bengala occidental) tenía tan sólo 272 estudiantes<br />
universitarios por cada 100. 000 habitantes, cinco veces más que en el norte <strong>del</strong> país.<br />
Estas minorías insignificantes desde el punto de vista numérico ejercieron una<br />
extraordinaria influencia. Los 38. 000 parsis de la presidencia de Bombay, una de las<br />
principales divisiones de la India británica a finales <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX, más de una cuarta<br />
parte de los cuales conocían el inglés, formaron la elite de los comerciantes,<br />
industriales y financieros en todo el subcontinente. De los cien abogados admitidos<br />
entre 1890 y 1900 en el tribunal supremo de Bombay, dos llegaron a ser dirigentes<br />
nacionales importantes en la India independiente (Mohandas Karamchand Gandhi y<br />
Vallabhai Patel) y uno sería el fundador de Pakistán, Muhammad Ali Jinnah (Seal,<br />
1968, p. 884; Misra, 1961, p. 328). La trayectoria de una familia india con la que este<br />
autor tenía relación ilustra la importancia de la función de estas elites educadas a la<br />
manera occidental. El padre, terrateniente y próspero abogado, y personaje de<br />
prestigio social durante el dominio británico, llegaría a ser diplomático y gobernador<br />
de un estado después de 1947. La madre fue la primera mujer ministro en los<br />
gobiernos provinciales <strong>del</strong> Congreso Nacional Indio de 1947. De los cuatro hijos<br />
(todos ellos educados en Gran Bretaña), tres ingresaron en el Partido Comunista, uno<br />
alcanzó el puesto de comandante en jefe <strong>del</strong> ejército indio; otra llegó a ser miembro<br />
de la asamblea <strong>del</strong> partido; un tercero, después de una accidentada carrera política,<br />
llegó a ser ministro <strong>del</strong> gobierno de Indira Gandhi y el cuarto hizo carrera en el<br />
mundo de los negocios.<br />
2. Tomando como base el número de los que recibían educación secundaria de tipo occidental (Anil<br />
Seal, 1971, pp. 21-22).<br />
EL FIN DE LOS IMPERIOS 207<br />
Ello no implica que las elites occidentalizadas aceptaran todos los valores de los<br />
estados y las culturas que tomaban como mo<strong>del</strong>o. Sus opiniones personales podían<br />
oscilar entre la actitud asimilacionista al ciento por ciento y una profunda<br />
desconfianza hacia Occidente, combinadas con la convicción de que sólo adoptando<br />
sus innovaciones sería posible preservar o restablecer los valores de la civilización<br />
autóctona. El objetivo que se proponía el proyecto de «modernización» más<br />
ambicioso y afortunado, el de Japón desde la restauración Meiji, no era<br />
occidentalizar el país, sino hacer al Japón tradicional viable. De la misma forma, lo<br />
que los activistas <strong>del</strong> tercer mundo tomaban de las ideologías y programas que<br />
adoptaban no era tanto el texto visible como lo que subyacía a él. Así, en el período<br />
de la independencia, el socialismo (en la versión comunista soviética) atraía a los<br />
gobiernos descolonizados no sólo porque la izquierda de la metrópoli siempre había<br />
defendido la causa <strong>del</strong> antiimperialismo, sino también porque veían en la URSS el<br />
mo<strong>del</strong>o para superar el atraso mediante la industrialización planificada, un problema<br />
que les preocupaba más vitalmente que el de la emancipación de quienes pudieran<br />
ser descritos en su país como «el proletariado» (véanse pp. 352 y 376).<br />
Análogamente, si bien el Partido Comunista brasileño nunca vaciló en su adhesión al<br />
marxismo, desde comienzos de la década de 1930 un tipo especial de nacionalismo<br />
desarrollista pasó a ser «un ingrediente fundamental» de la política <strong>del</strong> partido,<br />
«incluso cuando entraba en conflicto con los intereses obreros considerados con<br />
independencia de los demás intereses» (Martins Rodrigues, 1984, p. 437). Fueran<br />
cuales fueren los objetivos que de manera consciente o inconsciente pretendieran<br />
conseguir aquellos a quienes les incumbía la responsabilidad de trazar el rumbo de la<br />
historia <strong>del</strong> mundo atrasado, la modernización, es decir, la imitación de los mo<strong>del</strong>os<br />
occidentales, era el instrumento necesario e indispensable para conseguirlos.<br />
La profunda divergencia de los planteamientos de las elites y de la gran masa de<br />
la población <strong>del</strong> tercer mundo hacía que esto fuera más evidente. Sólo el racismo<br />
blanco (encarnado en los países <strong>del</strong> Atlántico norte) suscitaba un resentimiento que<br />
podían compartir los marajás y los barrenderos. Sin embargo, ese factor podía<br />
resultar menos sentido por unos hombres, y especialmente por unas mujeres,<br />
acostumbrados a ocupar una posición inferior en cualquier sociedad, con<br />
independencia <strong>del</strong> color de su piel. Fuera <strong>del</strong> mundo islámico son raros los casos en<br />
que la religión común proveía un vínculo de esas características, en este caso el de la<br />
superioridad frente a los infieles.<br />
II<br />
La economía mundial <strong>del</strong> capitalismo de la era imperialista penetró y transformó<br />
prácticamente todas las regiones <strong>del</strong> planeta, aunque, tras la revolución de octubre, se<br />
detuvo provisionalmente ante las fronteras de la URSS. Esa es la razón por la que la<br />
Gran Depresión de 1929-1933 resultó un hito tan decisivo en la historia <strong>del</strong><br />
antiimperialismo y de los movimientos de libe-