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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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438 EL DERRUMBAMIENTO<br />

das esperanzas, personificadas en su joven comandante. Tal vez ningún otro líder en el<br />

<strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>, una era llena de figuras carismáticas, idolatradas por las masas, en los balcones<br />

y ante los micrófonos, tuvo menos oyentes escépticos u hostiles que este hombre<br />

corpulento, barbudo e impuntual, con su arrugado uniforme de batalla, que hablaba durante<br />

horas, compartiendo sus poco sistemáticos pensamientos con las multitudes atentas e<br />

incondicionales (incluyendo al que esto escribe). Por una vez, la revolución se vivía como<br />

una luna de miel colectiva. ¿Dónde iba a llevar? Tenía que ser por fuerza a un lugar mejor.<br />

En los años cincuenta los rebeldes latinoamericanos no sólo se nutrían de la retórica de<br />

sus libertadores históricos, desde Bolívar hasta el cubano José Martí, sino de la tradición<br />

de la izquierda antiimperialista y revolucionaria posterior a 1917. Estaban a la vez a<br />

favor de una «reforma agraria», fuera cual fuese su significado (véase la p. 356), e,<br />

implícitamente al menos, contra los Estados Unidos, especialmente en la pobre América<br />

Central, «tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», como había dicho el viejo<br />

dirigente mexicano Porfirio Díaz. Aunque radical, ni Fi<strong>del</strong> ni sus camaradas eran<br />

comunistas, ni (a excepción de dos de ellos) admitían tener simpatías marxistas de<br />

ninguna clase. De hecho, el Partido Comunista cubano, el único partido comunista de<br />

masas en América Latina aparte <strong>del</strong> chileno, mostró pocas simpatías hacia Fi<strong>del</strong> hasta que<br />

algunos de sus miembros se le unieron bastante tarde en su campaña. Las relaciones entre<br />

ellos eran glaciales. Los diplomáticos estadounidenses y sus asesores políticos discutían<br />

continuamente si el movimiento era o no pro comunista —si lo fuese, la CÍA, que en 1954<br />

había derrocado un gobierno reformista en Guatemala, sabría qué hacer—, pero<br />

decidieron finalmente que no lo era.<br />

Sin embargo, todo empujaba al movimiento castrista en dirección al comunismo,<br />

desde la ideología revolucionaria general de quienes estaban prestos a sumarse a<br />

insurrecciones armadas guerrilleras, hasta el apasionado anticomunismo <strong>del</strong> imperialismo<br />

estadounidense en la década <strong>del</strong> senador McCarthy, que hizo que los rebeldes<br />

antiimperialistas latinoamericanos miraran a Marx con más simpatía. La guerra fría hizo el<br />

resto. Si el nuevo régimen se oponía a los Estados Unidos, y seguramente se opondría<br />

aunque sólo fuera amenazando las inversiones estadounidenses en la isla, podía confiar en<br />

la segura simpatía y el apoyo de su gran antagonista. Además, la forma de gobernar de<br />

Fi<strong>del</strong>, con monólogos informales ante millones de personas, no era un modo adecuado<br />

para regir ni siquiera un pequeño país o una revolución por mucho tiempo. Incluso el<br />

populismo necesita organización. El Partido Comunista era el único organismo <strong>del</strong> bando<br />

revolucionario que podía proporcionársela. Los dos se necesitaban y acabaron<br />

convergiendo. Sin embargo, en marzo de 1960, mucho antes de que Fi<strong>del</strong> descubriera que<br />

Cuba tenía que ser socialista y que él mismo era comunista, aunque a su manera, los<br />

Estados Unidos habían decidido tratarle como tal, y se autorizó a la CÍA a preparar su<br />

derrocamiento (Thomas, 1971, p. 271). En 1961 lo intentaron mediante una invasión de<br />

exiliados en Bahía Cochinos, y fracasaron. Una Cuba comunista pudo sobrevivir a unos<br />

ciento cincuenta kilómetros de Cayo<br />

EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 439<br />

Hueso, aislada por el bloqueo estadounidense y cada vez más dependiente de la Unión<br />

Soviética.<br />

Ninguna revolución podía estar mejor preparada que esta para atraer a la izquierda <strong>del</strong><br />

hemisferio occidental y de los países desarrollados al fin de una década de<br />

conservadurismo general. O para dar a la estrategia guerrillera una mejor publicidad. La<br />

revolución cubana lo tenía todo: espíritu romántico, heroísmo en las montañas, antiguos<br />

líderes estudiantiles con la desinteresada generosidad de su juventud —el más viejo apenas<br />

pasaba de los treinta años—, un pueblo jubiloso en un paraíso turístico tropical que latía a<br />

ritmo de rumba. Por si fuera poco, todos los revolucionarios de izquierda podían<br />

celebrarla.<br />

De hecho, los más inclinados a celebrarla habían de ser los que se mostraban críticos<br />

con Moscú, insatisfechos por la prioridad que los soviéticos habían dado a la coexistencia<br />

pacífica con el capitalismo. El ejemplo de Fi<strong>del</strong> inspiró a los intelectuales militantes en<br />

toda América Latina, un continente de gatillo fácil y donde el valor altruista,<br />

especialmente cuando se manifiesta en gestos heroicos, es bien recibido. Al poco tiempo<br />

Cuba empezó a alentar una insurrección continental, animada especialmente por Guevara,<br />

el campeón de una revolución latinoamericana y de la creación de «dos, tres, muchos<br />

Vietnams». Un joven y brillante izquierdista francés (¿quién, si no?) proporcionó la<br />

ideología adecuada, que sostenía que, en un continente maduro para la revolución, todo lo<br />

que se necesitaba era llevar pequeños grupos de militantes armados a las montañas<br />

apropiadas y formar «focos» para luchar por la liberación de las masas (Debray, 1965).<br />

En toda América Latina grupos de jóvenes entusiastas se lanzaron a unas luchas de<br />

guerrillas condenadas de antemano al fracaso, bajo la bandera de Fi<strong>del</strong>, de Trotsky o de<br />

Mao. Excepto en América Central y en Colombia, donde había una vieja base de apoyo<br />

campesino para los resistentes armados, la mayoría de estos intentos fracasaron casi de<br />

inmediato, dejando tras de sí los cadáveres de los famosos —el mismo Che Guevara en<br />

Bolivia; el también carismático cura rebelde Camilo Torres en Colombia— y de los desconocidos.<br />

Resultaron ser un error espectacular, tanto más por cuanto, si se daban las<br />

condiciones adecuadas, en muchos de esos países eran posibles movimientos guerrilleros<br />

eficaces y duraderos, como han demostrado las (oficialmente comunistas) FARC (Fuerzas<br />

Armadas de la Revolución Colombiana) en Colombia desde 1964 hasta el momento de<br />

escribir esto y el movimiento (maoísta) Sendero Luminoso en Perú en los años ochenta.<br />

Pero incluso cuando algunos campesinos emprendían la senda guerrillera, las guerrillas<br />

fueron pocas veces (las FARC colombianas son una rara excepción) un movimiento<br />

campesino. Fueron sobre todo llevadas a las zonas rurales <strong>del</strong> tercer mundo por jóvenes<br />

intelectuales que procedían de las clases medias de sus países, reforzados, más tarde, por<br />

una nueva generación de hijos y (más raramente) hijas estudiantes de la creciente pequeña<br />

burguesía rural. Esto era también válido en los casos en que la acción guerrillera se<br />

trasladaba de las zonas rurales al mundo de las grandes ciudades,

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