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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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350 LA EDAD DE ORO<br />

la escala presente, son un fenómeno muy nuevo. Hasta 1914 no había habido ni un solo<br />

estado soberano gobernado por los militares, salvo en América Latina, donde los golpes<br />

de estado formaban parte de la tradición local, y aun allí, la única república importante<br />

que no estaba gobernada por civiles era México, que se encontraba en plena revolución<br />

y guerra civil. Había muchos estados militaristas, en los que el ejército tenía más peso<br />

político <strong>del</strong> debido, y varios estados en los que la gran masa de la oficialidad no sintonizaba<br />

con el gobierno, cuyo ejemplo más visible era Francia. No obstante, el instinto y los<br />

hábitos de los militares en países estables y adecuadamente gobernados les llevaban a<br />

obedecer y mantenerse al margen de la política; o a participar en política <strong>del</strong> mismo<br />

modo que otro grupo de personajes oficialmente sin voz, las mujeres de la clase<br />

gobernante: intrigando entre bastidores.<br />

La política <strong>del</strong> golpe de estado fue, pues, el fruto de una nueva época de gobiernos<br />

vacilantes o ilegítimos. El primer análisis serio <strong>del</strong> tema, escrito por un periodista italiano<br />

que se inspiraba en Maquiavelo, Técnica <strong>del</strong> golpe de estado, de Curzio Malaparte,<br />

apareció en 1931, justo en la mitad de la era de las catástrofes. En la segunda mitad <strong>del</strong><br />

<strong>siglo</strong>, mientras el equilibrio de las superpotencias parecía estabilizar las fronteras y, en<br />

menor medida, los regímenes, los hombres de armas entraron de forma cada vez más<br />

habitual en política, aunque sólo fuera porque el planeta estaba ahora lleno de estados,<br />

unos doscientos, la mayoría de los cuales eran de creación reciente (carecían, por lo tanto,<br />

de una tradición de legitimidad), y sufrían unos sistemas políticos más aptos para crear<br />

caos político que para proporcionar un gobierno eficaz. En situaciones semejantes las<br />

fuerzas armadas eran con frecuencia el único organismo capaz de actuar en política o en<br />

cualquier otro campo a escala nacional. Además, como, a nivel internacional, la guerra fría<br />

entre las superpotencias se desarrollaba sobre todo mediante la intervención de las fuerzas<br />

armadas de los satélites o aliados, éstas recibían cuantiosos subsidios y suministros<br />

de armas por parte de la superpotencia correspondiente, o, en algunos casos, por parte<br />

primero de una y luego de la otra, como en Somalia. Había más oportunidades políticas que<br />

nunca antes para los hombres con tanques.<br />

En los países centrales <strong>del</strong> comunismo, a los militares se les mantenía bajo control<br />

gracias a la presunción de supremacía civil a través <strong>del</strong> partido, aunque en el <strong>del</strong>irio de sus<br />

últimos años Mao Tse-tung estuvo a punto de abandonarla. Entre los aliados occidentales,<br />

las perspectivas de intervención de los militares se vieron limitadas por la ausencia de<br />

inestabilidad política o por la eficacia de los mecanismos de control. Así, tras la muerte <strong>del</strong><br />

general Franco en España, la transición hacia la democracia liberal se negoció con éxito<br />

bajo la égida <strong>del</strong> nuevo rey, y la intentona golpista de unos oficiales franquistas<br />

recalcitrantes en 1981 fue abortada inmediatamente, al negarse el rey a aceptarla. En Italia,<br />

donde los Estados Unidos mantenían la amenaza de un golpe de estado en caso de que<br />

llegase a participar en el gobierno <strong>del</strong> país el poderoso Partido Comunista, el gobierno<br />

civil se mantuvo en el poder,<br />

EL TERCER MUNDO 351<br />

aunque en los años setenta se produjeron manejos todavía por explicar en las oscuras<br />

profundidades <strong>del</strong> submundo <strong>del</strong> ejército, los servicios secretos y el terrorismo. Sólo<br />

en los casos en que los traumas de la descolonización (es decir, de la derrota a manos<br />

de los insurrectos de las colonias) llegaron a ser intolerables, los oficiales de los<br />

países occidentales sintieron la tentación de dar golpes militares, como en Francia<br />

durante la inútil lucha por retener Indochina y Argelia en los años cincuenta, y (con<br />

una orientación izquierdista) en Portugal, al hundirse su imperio africano en los años<br />

setenta. En ambos casos las fuerzas armadas volvieron pronto a quedar bajo control<br />

civil. El único golpe militar apoyado de hecho por los Estados Unidos en Europa fue<br />

el que llevó al poder en 1967 (por iniciativa local, seguramente) a un grupo de<br />

coroneles griegos de ultraderecha singularmente estúpidos, en un país donde la<br />

guerra civil entre los comunistas y sus oponentes (1944-1949) había dejado<br />

recuerdos amargos por ambas partes. Este régimen, caracterizado por su afición a<br />

torturar a sus oponentes, se hundió al cabo de siete años bajo el peso de su propia<br />

estupidez.<br />

La situación era mucho más favorable a una intervención militar en el tercer<br />

mundo, sobre todo en estados de reciente creación, débiles y en ocasiones diminutos,<br />

donde unos centenares de hombres armados, reforzados o a veces incluso<br />

reemplazados por extranjeros, podían resaltar decisivos, y donde la inexperiencia o la<br />

incompetencia de los gobiernos era fácil que produjese estados recurrentes de caos,<br />

corrupción o confusión. Los típicos gobernantes militares de la mayoría de los países<br />

de Africa no eran aspirantes a dictador, sino gente que realmente se esforzaba por<br />

poner un poco de orden, con la esperanza —a menudo vana— de que un gobierno<br />

civil asumiese pronto el poder, propósitos en los que acostumbraban a fracasar, por<br />

lo que muy pocos dirigentes militares duraban en el cargo. De todos modos, el más<br />

leve indicio de que el gobierno <strong>del</strong> país podía caer en manos de los comunistas<br />

garantizaba el apoyo de los norteamericanos.<br />

En resumen, la política de los militares, al igual que los servicios de información<br />

militares, solía llenar el vacío que dejaba la ausencia de política o de servicios<br />

ordinarios. No era una forma especial de política, sino que estaba en función de la<br />

inestabilidad y la inseguridad <strong>del</strong> entorno. Sin embargo, fue adueñándose de cada vez<br />

más países <strong>del</strong> tercer mundo porque la práctica totalidad de ex colonias y territorios<br />

dependientes <strong>del</strong> mundo estaban comprometidos en políticas que requerían<br />

justamente la clase de estado estable, eficaz y con un adecuado nivel de<br />

funcionamiento <strong>del</strong> que muy pocos disfrutaban. Estaban comprometidos en ser<br />

económicamente independientes y «desarrollados». Después <strong>del</strong> segundo conflicto<br />

de ámbito mundial, de la revolución mundial y de la descolonización, parecía que ya<br />

no había futuro para los viejos programas de desarrollo basados en el suministro de<br />

materias primas al mercado internacional dominado por los países imperialistas: el<br />

programa de los estancieros argentinos y uruguayos, en cuya imitación pusieron<br />

grandes esperanzas Porfirio Díaz en México y Leguía en Perú. En todo caso, esto<br />

había dejado de parecer factible a partir de la Gran Depresión.

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