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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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450 EL DERRUMBAMIENTO<br />

lar y anticlerical, era la presencia de sacerdotes católicos marxistas que apoyaban las<br />

insurrecciones, o incluso participaban en ellas y las dirigían. La tendencia,<br />

legitimada por una «teología de la liberación» apoyada por una conferencia<br />

episcopal en Colombia (1968), había surgido tras la revolución cubana 5 y encontró<br />

un fuerte e inesperado apoyo intelectual en los jesuitas, y una oposición menos<br />

inesperada en el Vaticano.<br />

Mientras el historiador advierte cuan lejos quedaban estas revoluciones de los<br />

años setenta de la revolución de octubre, aun cuando reivindicasen su afinidad con<br />

ella, para los gobiernos de los Estados Unidos eran esencialmente una parte de una<br />

ofensiva global de la superpotencia comunista. Esto era debido, en parte, a la<br />

supuesta regla <strong>del</strong> juego de «suma cero» de la guerra fría. La pérdida de un jugador<br />

debe constituir la ganancia <strong>del</strong> otro, y, puesto que los Estados Unidos se habían<br />

alineado con las fuerzas conservadoras en la mayor parte de países <strong>del</strong> tercer mundo,<br />

en especial durante los años setenta, se encontraban en el lado perdedor de las<br />

revoluciones. Además, Washington estaba preocupado por el progreso <strong>del</strong><br />

armamento nuclear soviético. Por otra parte, la edad de oro <strong>del</strong> capitalismo mundial,<br />

y el papel central <strong>del</strong> dólar en él, tocaban a su fin. La posición de los Estados Unidos<br />

como superpotencia se vio inexorablemente debilitada por la prevista derrota en<br />

Vietnam, país <strong>del</strong> que la mayor potencia militar <strong>del</strong> mundo tuvo que retirarse en<br />

1975. No había ocurrido un desastre semejante desde que David derribó a Goliat de<br />

una pedrada. ¿Es demasiado suponer, en especial a la luz de lo sucedido en la guerra<br />

<strong>del</strong> Golfo contra Irak en 1991, que en 1973 unos Estados Unidos más seguros de sí<br />

mismos hubieran reaccionado al golpe de la OPEP con mayor fortaleza? ¿Qué era la<br />

OPEP sino un grupo de estados, árabes en su mayoría, sin otra importancia política<br />

que sus pozos de petróleo y que aún no se habían armado hasta los dientes, como<br />

pudieron hacerlo después gracias a los altos precios que pudieron imponer?<br />

Los Estados Unidos veían cualquier debilitamiento en su supremacía global como<br />

un reto a ella, y como un signo de la ambición soviética por hacerse con el dominio<br />

mundial. Por tanto, las revoluciones de los años setenta desencadenaron lo que se ha<br />

dado en llamar «segunda guerra fría» (Halliday, 1983), que, como siempre, fue una<br />

lucha librada por poderes entre ambos lados, cuyos escenarios principales se<br />

localizaron en África y después en Afganistán, donde el propio ejército soviético se<br />

vio involucrado por primera vez desde la segunda guerra mundial en un conflicto<br />

armado fuera de sus fronteras. En cualquier caso, no se debe menospreciar la<br />

suposición de que la misma Unión Soviética sentía que las nuevas revoluciones le<br />

permitían variar ligeramente en su favor el equilibrio global, o, para ser más precisos,<br />

compensar en parte la gran derrota diplomática sufrida en los años setenta por sus<br />

fracasos en China y Egipto, cuyos alineamientos logró alterar Washington.<br />

5. El autor de estas líneas recuerda haber escuchado al mismo Fi<strong>del</strong> Castro, en uno de sus extensos<br />

monólogos públicos en La Habana, expresar su sorpresa por este hecho, al tiempo que exhortaba a sus oyentes a<br />

dar la bienvenida a estos nuevos aliados.<br />

EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 451<br />

La Unión Soviética se mantenía fuera <strong>del</strong> continente americano, pero intervenía en<br />

cualquier otra parte, especialmente en África, donde lo hacía en mucha mayor medida<br />

que antes y con mayores éxitos. El mero hecho de que la URSS permitiera o alentara el<br />

envío de tropas de la Cuba castrista para ayudar a Etiopía en su lucha contra el nuevo<br />

estado cliente de los Estados Unidos, Somalia (1977), o hiciera lo propio en Angola contra<br />

el movimiento rebelde UNITA, apoyado por los Estados Unidos y por el ejército surafricano,<br />

habla por sí sólo. La retórica soviética se refería ahora a «estados orientados hacia el<br />

socialismo» aparte de los plenamente comunistas. De ahí que Angola, Mozambique,<br />

Etiopía, Nicaragua, Yemen <strong>del</strong> Sur y Afganistán asistieran a los funerales de Brezhnev bajo<br />

esta denominación. La Unión Soviética no había hecho ni controlado estas revoluciones,<br />

pero las acogió, con cierta precipitación, como aliadas.<br />

Sin embargo, como demostró la siguiente sucesión de regímenes colapsados o<br />

derrocados, ni la ambición soviética ni la «conspiración comunista mundial» podían ser<br />

responsables de esos cambios, aunque sólo fuese porque, a partir de 1980, fue el propio<br />

sistema soviético el que empezó a desestabilizarse y, al final de la década, se desintegró.<br />

La caída <strong>del</strong> «socialismo realmente existente» y la cuestión de hasta qué punto puede<br />

considerarse como una revolución se discute en otro capítulo. La más importante de las<br />

revoluciones que precedieron a la crisis de los países <strong>del</strong> Este, pese a suponer para los<br />

Estados Unidos un golpe más duro que cualquier otro cambio de régimen durante los años<br />

setenta, no tuvo nada que ver con la guerra fría.<br />

La caída <strong>del</strong> sha <strong>del</strong> Irán en 1979 fue con mucho la revolución más importante de los<br />

años setenta y pasará a la historia como una de las grandes revoluciones sociales <strong>del</strong><br />

<strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>. Fue la respuesta al programa de modernización e industrialización (y rearme)<br />

que el sha emprendió sobre las bases de un firme apoyo de los Estados Unidos y de la<br />

riqueza petrolífera <strong>del</strong> país, cuyo valor se multiplicó tras 1973 a causa de la revolución<br />

de los precios de la OPEP. Sin duda, dejando a un lado otros signos de megalomanía<br />

propios de gobernantes absolutistas que cuentan con una temible y formidable policía<br />

secreta, el sha esperaba convertirse en el poder dominante en Asia occidental. La<br />

modernización implicaba una reforma agraria o, más bien, lo que el sha entendía por ella:<br />

una forma de convertir a gran número de aparceros y arrendatarios en minifundistas<br />

arruinados y trabajadores en paro que emigraban a las ciudades. Teherán creció de forma<br />

espectacular, pasando de 1, 8 millones de habitantes en 1960 a 6 millones en 1970. Las<br />

explotaciones agrícolas comerciales que favoreció el gobierno, intensivas en capital y<br />

equipadas con tecnología avanzada, crearon más excedentes de trabajo, pero no mejoraron<br />

la producción agrícola per cápita, que bajó en los años sesenta y setenta. A finales de<br />

los años setenta, Irán importaba la mayoría de sus alimentos <strong>del</strong> extranjero.<br />

Por ello el sha confiaba cada vez más en una industrialización financiada por el<br />

petróleo e, incapaz de competir en el mercado mundial, la promovió y protegió en el país.<br />

La combinación de una agricultura en decadencia,

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