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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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376 LA EDAD DE ORO<br />

<strong>del</strong> socialismo. Como hemos visto, eso fue exactamente lo que se suponía que iba a<br />

ocurrir en 1917-1918, y lo que parecía justificar la polémica decisión —por lo menos<br />

para los marxistas— de Lenin de trazar la estrategia de los bolcheviques rusos para<br />

la conquista <strong>del</strong> poder soviético y <strong>del</strong> socialismo. Para Lenin, Moscú sólo sería la<br />

sede temporal <strong>del</strong> socialismo hasta que pudiese trasladarse a su capital permanente<br />

en Berlín. No es ninguna coincidencia que el idioma oficial de la Internacional<br />

Comunista, el estado mayor de la revolución mundial, fundada en 1919, no fuese el<br />

ruso, sino el alemán.<br />

Cuando resultó evidente que la Rusia soviética iba a ser, y no por poco tiempo, el<br />

único país donde había triunfado la revolución proletaria, la única política lógica que<br />

podían hacer los bolcheviques era la de transformar su economía y sociedad de<br />

atrasada en moderna lo antes posible. La manera más obvia de conseguirlo era<br />

combinar una ofensiva general contra el atraso cultural de las masas, contra su<br />

oscurantismo, ignorancia, analfabetismo y superstición, con una campaña en todos<br />

los frentes en pos de la modernización tecnológica y de la revolución industrial. El<br />

comunismo soviético se convirtió, por lo tanto, en un programa para transformar<br />

países atrasados en avanzados. Este énfasis en el crecimiento económico ultrarrápido<br />

no carecía de atractivo, ni siquiera para el mundo capitalista, que vivía su era de las<br />

catástrofes y buscaba desesperadamente el modo de recuperar el dinamismo<br />

económico. Y, además de para la Europa occidental y para América <strong>del</strong> Norte, era un<br />

mo<strong>del</strong>o todavía más apropiado para los problemas <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> mundo, que en su<br />

mayor parte reconocía su imagen en el atraso rural de la Rusia de los soviets. La<br />

fórmula soviética de desarrollo económico —una planificación estatal centralizada<br />

encaminada a la construcción ultrarrápida de las industrias básicas y las<br />

infraestructuras esenciales para una sociedad industrial moderna— parecía pensada<br />

para ellos. Moscú no sólo resultaba un mo<strong>del</strong>o más atractivo que Detroit o<br />

Manchester por el hecho de ser antiimperialista, sino que parecía más adecuado para<br />

países que carecían tanto de capital privado como de un sector industrial privado<br />

orientado a la consecución de beneficios. Esta idea de «socialismo» inspiró a una<br />

serie de ex colonias que acababan de acceder a la independencia después de la<br />

segunda guerra mundial, cuyos gobiernos rechazaban el sistema político comunista<br />

(véase el capítulo XII). Como los países que se unieron a este sistema eran también<br />

economías primitivas y agrícolas, con la excepción de Checoslovaquia, de la futura<br />

República Democrática Alemana y, en menor medida, de Hungría, la fórmula<br />

económica soviética también les parecía adecuada, y sus nuevos gobernantes<br />

emprendieron la tarea de construcción económica con verdadero entusiasmo.<br />

Además, la fórmula parecía eficaz. En el período de entreguerras, y sobre todo<br />

durante los años treinta, el ritmo de crecimiento de la economía soviética superó al<br />

de los demás países, salvo Japón, y en los primeros quince años que siguieron a la<br />

segunda guerra mundial las economías <strong>del</strong> «campo socialista» crecieron<br />

considerablemente más deprisa que las de Occidente, hasta el punto de que dirigentes<br />

soviéticos como Nikita Kruschev creían sinceramente que, de seguir la curva de<br />

crecimiento al mismo<br />

EL «SOCIALISMO REAL» 377<br />

ritmo, el socialismo superaría en producción al capitalismo en un futuro inmediato, como<br />

lo creía también el primer ministro británico Harold Macmillan. Más de un observador<br />

económico de los años cincuenta se preguntaba si eso no llegaría a ocurrir.<br />

Es curioso que en la obra de Marx y Engels falte cualquier tipo de discusión acerca de<br />

la «planificación», que se convertiría en el criterio esencial <strong>del</strong> socialismo, o acerca de<br />

una industrialización con prioridad para la producción pesada, aunque la planificación esté<br />

implícita en una economía socializada. Pero antes de 1917 los socialistas, marxistas o no,<br />

habían estado demasiado atareados combatiendo al capitalismo como para pensar en serio<br />

en el carácter de la economía que debía sustituirlo, y, después de octubre, el propio Lenin,<br />

después de mojar el pie, en expresión de su propia cosecha, en las profundas aguas <strong>del</strong><br />

socialismo, no hizo ningún intento de zambullirse en lo desconocido. Fue la crisis de la<br />

guerra civil la que le hizo enfrentarse directamente al problema. La guerra condujo a la<br />

nacionalización de todas las industrias a mediados de 1918 y al «comunismo de guerra»,<br />

mediante el cual un estado bolchevique en pie de guerra organizó su lucha a vida o muerte<br />

frente a la contrarrevolución y a la invasión extranjera, y se esforzó por obtener los<br />

recursos necesarios para ello. Todas las economías de guerra, hasta en los países<br />

capitalistas, conllevan la planificación y la dirección de la economía por el estado. En<br />

realidad, la inspiración inmediata <strong>del</strong> concepto de planificación de Lenin era la economía<br />

de guerra de la Alemania de 1914-1918 (que, como hemos visto, es probable que no<br />

fuese el mejor mo<strong>del</strong>o de su tiempo y de su clase). Las economías de guerra comunistas<br />

tendían por naturaleza y por principio a sustituir la propiedad y la gestión privadas por<br />

las públicas, y a prescindir <strong>del</strong> mercado y <strong>del</strong> mecanismo de los precios, sobre todo<br />

porque ninguno de estos elementos resultaba útil para improvisar la organización <strong>del</strong><br />

esfuerzo nacional para la guerra de la noche a la mañana. De hecho, había comunistas<br />

idealistas como Nikolai Bujarin que veían en la guerra civil la oportunidad de establecer las<br />

estructuras centrales de una utopía comunista, y en la triste economía de crisis, de escasez<br />

general permanente y en la distribución no monetaria de productos de primera necesidad<br />

mediante el racionamiento —pan, ropa, billetes de autobús—, un anticipo espartano de<br />

este ideal social. En realidad, tras la victoria <strong>del</strong> régimen soviético en la lucha de 1918-<br />

1920, era evidente que el comunismo de guerra, por necesario que hubiese sido en su<br />

momento, no podía continuar, en parte porque los campesinos se sublevarían contra la<br />

confiscación militar de su grano, que había sido la base <strong>del</strong> sistema, y los obreros, contra<br />

sus sufrimientos; y en parte también porque el comunismo de guerra no proporcionaba<br />

ningún método eficaz para restaurar una economía que había quedado prácticamente<br />

destruida: la producción de hierro y acero había bajado de 4, 2 millones de toneladas<br />

en 1913 a 200. 000 en 1920.<br />

Con su habitual realismo, Lenin introdujo la Nueva Política Económica (NEP) en<br />

1921, lo que significaba en la práctica el restablecimiento <strong>del</strong> mercado y suponía una<br />

retirada <strong>del</strong> comunismo de guerra al «capitalismo de

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