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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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340 LA EDAD DE ORO<br />

pos de actuación a veces físicamente alejados, de enormes beneficios y gran inseguridad,<br />

los habían manejado con el mayor de los éxitos grupos empresariales relacionados por<br />

nexos de parentesco, sobre todo grupos con una solidaridad religiosa especial, como los<br />

judíos, los cuáqueros o los hugonotes. De hecho, incluso a finales <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> esos<br />

vínculos seguían siendo indispensables en el negocio <strong>del</strong> crimen, que no sólo estaba en<br />

contra de la ley, sino fuera de su amparo. En una situación en la que no había otra garantía<br />

posible de los contratos, sólo los lazos de parentesco y la amenaza de muerte podían<br />

cumplir ese cometido. Por ello, las familias de la mafia calabresa de mayor éxito estaban<br />

compuestas por un nutrido grupo de hermanos (Ciconte, 1992, pp. 361-362).<br />

Pero eran justamente estos vínculos y esta solidaridad de grupos no económicos lo que<br />

estaba siendo erosionado, al igual que los sistemas morales que los sustentaban, más<br />

antiguos que la sociedad burguesa industrial moderna, pero adaptados para formar una<br />

parte esencial de esta. El viejo vocabulario moral de derechos y deberes, obligaciones<br />

mutuas, pecado y virtud, sacrificio, conciencia, recompensas y sanciones, ya no podía<br />

traducirse al nuevo lenguaje de la gratificación deseada. Al no ser ya aceptadas estas<br />

prácticas e instituciones como parte <strong>del</strong> modo de ordenación social que unía a unos<br />

individuos con otros y garantizaba la cooperación y la reproducción de la sociedad, la<br />

mayor parte de su capacidad de estructuración de la vida social humana se desvaneció, y<br />

quedaron reducidas a simples expresiones de las preferencias individuales, y a la<br />

exigencia de que la ley reconociese la supremacía de estas preferencias. 7 La<br />

incertidumbre y la imprevisibilidad se hicieron presentes. Las brújulas perdieron el norte,<br />

los mapas se volvieron inútiles. Todo esto se fue convirtiendo en algo cada vez más evidente<br />

en los países más desarrollados a partir de los años sesenta. Este individualismo<br />

encontró su plasmación ideológica en una serie de teorías, <strong>del</strong> liberalismo económico<br />

extremo al «posmodernismo» y similares, que se esforzaban por dejar de lado los<br />

problemas de juicio y de valores o, mejor dicho, por reducirlos al denominador común<br />

de la libertad ilimitada <strong>del</strong> individuo.<br />

Al principio las ventajas de una liberalización social generalizada habían parecido<br />

enormes a todo el mundo menos a los reaccionarios empedernidos, y su coste, mínimo;<br />

además, no parecía que conllevase también una liberalización económica. La gran oleada<br />

de prosperidad que se extendía por las poblaciones de las zonas más favorecidas <strong>del</strong><br />

mundo, reforzada por sistemas de seguridad social cada vez más amplios y generosos,<br />

parecía haber eliminado los escombros de la desintegración social. Ser progenitor único<br />

(o sea, en la inmensa mayoría de los casos, madre soltera) todavía era la mejor<br />

7. Esa es la diferencia existente entre el lenguaje de los «derechos» (legales y constitucionales), que se<br />

convirtió en el eje de la sociedad <strong>del</strong> individualismo incontrolado, por lo menos en los Estados Unidos, y la vieja<br />

formulación moral para la que derechos y deberes eran las dos caras de la misma moneda.<br />

LA REVOLUCIÓN CULTURAL 341<br />

garantía para una vida de pobreza, pero en los modernos estados <strong>del</strong> bienestar,<br />

también garantizaba un mínimo de ingresos y un techo. Las pensiones, los servicios<br />

de bienestar social y, finalmente, los centros geriátricos cuidaban de los ancianos que<br />

vivían solos, y cuyos hijos e hijas ya no podían hacerse cargo de sus padres en sus<br />

años finales, o no se sentían obligados a ello. Parecía natural ocuparse igualmente de<br />

otras situaciones que antes habían sido parte <strong>del</strong> orden familiar, por ejemplo,<br />

trasladando la responsabilidad de cuidar los niños de las madres a las guarderías y<br />

jardines de infancia públicos, como los socialistas, preocupados por las necesidades<br />

de las madres asalariadas, hacía tiempo que exigían.<br />

Tanto los cálculos racionales como el desarrollo histórico parecían apuntar en la<br />

misma dirección que varias formas de ideología progresista, incluidas las que<br />

criticaban a la familia tradicional porque perpetuaba la subordinación de la mujer o<br />

de los niños y adolescentes, o por motivos libertarios de tipo más general. En el<br />

aspecto material, lo que los organismos públicos podían proporcionar era muy<br />

superior a lo que la mayoría de las familias podía dar de sí, bien por ser pobres, bien<br />

por otras causas; el hecho de que los niños de los países democráticos salieran de las<br />

guerras mundiales más sanos y mejor alimentados que antes lo demostraba. Y el<br />

hecho de que los estados <strong>del</strong> bienestar sobrevivieran en los países más ricos a finales<br />

de <strong>siglo</strong>, pese al ataque sistemático de los gobiernos y de los ideólogos partidarios<br />

<strong>del</strong> mercado libre, lo confirmaba. Además, entre sociólogos y antropólogos sociales<br />

era un tópico el que, en general, el papel de los lazos de parentesco «disminuye al<br />

aumentar la importancia de las instituciones gubernamentales». Para bien o para mal,<br />

ese papel disminuyó «con el auge <strong>del</strong> individualismo económico y social en las<br />

sociedades industriales» (Goody, 1968, pp. 402-403). En resumen, y tal como se<br />

había predicho hacía tiempo, la Gemeinschaft estaba cediendo el puesto a la<br />

Gesellschaft; las comunidades, a individuos unidos en sociedades anónimas.<br />

Las ventajas materiales de vivir en un mundo en donde la comunidad y la familia<br />

estaban en decadencia eran, y siguen siendo, innegables. De lo que pocos se dieron<br />

cuenta fue de lo mucho que la moderna sociedad industrial había dependido hasta<br />

mediados <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> de la simbiosis entre los viejos valores comunitarios y<br />

familiares y la nueva sociedad, y, por lo tanto, de lo duras que iban a ser las<br />

consecuencias de su rápida desintegración. Eso resultó evidente en la era de la<br />

ideología neoliberal, en la que la expresión «los subclase» se introdujo, o se<br />

reintrodujo, en el vocabulario sociopolítico de alrededor de 1980. 8 Los subclase eran<br />

los que, en las sociedades capitalistas desarrolladas y tras el fin <strong>del</strong> pleno empleo, no<br />

podían o no querían ganarse el propio sustento ni el de sus familias en la economía<br />

de mercado (complementada por el sistema de seguridad social), que parecía<br />

funcionar bastante bien para dos tercios de la mayoría de habitantes de<br />

8. Su equivalente en la Gran Bretaña de finales <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX era the residuum [«los residuales»].

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