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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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210 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES<br />

puede sorprender que los gobiernos de los países industriales, especialmente si eran<br />

proteccionistas o poseían grandes imperios coloniales, trataran por todos los medios<br />

de evitar que los posibles competidores perjudicaran a la industria nacional. Pero<br />

incluso los gobiernos imperiales podían tener razones para industrializar sus<br />

colonias, aunque el único que lo hizo sistemáticamente fue Japón, que desarrolló<br />

industrias pesadas en Corea (anexionada en 1911) y con posterioridad a 1931, en<br />

Manchuria y Taiwan, porque esas colonias, dotadas de grandes recursos, estaban lo<br />

bastante próximas a Japón, país pequeño y pobre en materias primas, como para<br />

contribuir directamente a la industrialización nacional japonesa. En la India, la más<br />

extensa de todas las colonias el descubrimiento durante la primera guerra mundial de<br />

que no tenía la capacidad necesaria para garantizar su autosuficiencia industrial y la<br />

defensa militar se tradujo en una política de protección oficial y de participación<br />

directa en el desarrollo industrial <strong>del</strong> país (Misra, 1961, pp. 239 y 256). Si la guerra<br />

hizo experimentar incluso a los administradores imperiales las desventajas de la<br />

insuficiente industria colonial, la crisis de 1929-1933 les sometió a una gran presión<br />

financiera. Al disminuir las rentas agrícolas, el gobierno colonial se vio en la<br />

necesidad de compensarlas elevando los aranceles sobre los productos<br />

manufacturados, incluidos los de la propia metrópoli, británica, francesa u holandesa.<br />

Por primera vez, las empresas occidentales, que hasta entonces importaban los<br />

productos en régimen de franquicia arancelaria, tuvieron un poderoso incentivo para<br />

fomentar la producción local en esos mercados marginales (Holland, 1985, p. 13).<br />

Pero, a pesar de las repercusiones de la guerra y la Depresión, lo cierto es que en la<br />

primera mitad <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> el mundo dependiente continuó siendo<br />

fundamentalmente agrario y rural. Esa es la razón por la que el «gran salto a<strong>del</strong>ante»<br />

de la economía mundial <strong>del</strong> tercer cuarto de <strong>siglo</strong> significaría para ese mundo un<br />

punto de inflexión tan importante.<br />

III<br />

Prácticamente todas las regiones de Asia, Africa, América Latina y el Caribe<br />

dependían —y se daban cuenta de ello— de lo que ocurría en un número reducido de<br />

países <strong>del</strong> hemisferio septentrional, pero (dejando aparte América) la mayor parte de<br />

esas regiones eran propiedad de esos países o estaban bajo su administración o su<br />

dominio. Esto valía incluso para aquellas en las que el gobierno estaba en manos de<br />

las autoridades autóctonas (por ejemplo, como «protectorados» de estados regidos<br />

por soberanos, ya que se entendía que el «consejo» <strong>del</strong> representante británico o<br />

francés en la corte <strong>del</strong> emir, bey, rajá, rey o sultán local era de obligado<br />

cumplimiento); e incluso en países formalmente independientes como China, donde<br />

los extranjeros gozaban de derechos extraterritoriales y supervisaban algunas de las<br />

funciones esenciales de los estados soberanos, como la recaudación de impuestos.<br />

Era inevitable que en esas zonas se planteara la necesidad de liberarse de la<br />

EL FIN DE LOS IMPERIOS 211<br />

dominación extranjera. No ocurría lo mismo en América Central y <strong>del</strong> Sur, donde<br />

prácticamente todos los países eran estados soberanos, aunque Estados Unidos —<br />

pero nadie más— trataba a los pequeños estados centroamericanos como<br />

protectorados de facto, especialmente durante el primero y el último tercios <strong>del</strong> <strong>siglo</strong>.<br />

Desde 1945, el mundo colonial se ha transformado en un mosaico de estados<br />

nominalmente soberanos, hasta el punto de que, visto desde nuestra perspectiva<br />

actual, parece que eso era, además de inevitable, lo que los pueblos coloniales habían<br />

deseado siempre. Sin duda ocurría así en los países con una larga historia como<br />

entidades políticas, los grandes imperios asiáticos —China, Persia, los turcos— y<br />

algún otro país como Egipto, especialmente si se habían constituido en torno a un<br />

importante Staatsvolk o «pueblo estatal», como los chinos han o los creyentes <strong>del</strong><br />

islam chiíta, convertido virtualmente en la religión nacional <strong>del</strong> Irán. En esos países,<br />

el sentimiento popular contra los extranjeros era fácilmente politizable. No es fruto<br />

de la casualidad que China, Turquía e Irán hayan sido el escenario de importantes<br />

revoluciones autóctonas. Sin embargo, esos casos eran excepcionales. Las más de las<br />

veces, el concepto de entidad política territorial permanente, con unas fronteras fijas<br />

que la separaban de otras entidades <strong>del</strong> mismo tipo, y sometida a una autoridad<br />

permanente, esto es, la idea de un estado soberano independiente, cuya existencia<br />

nosotros damos por sentada, no tenía significado alguno, al menos (incluso en zonas<br />

de agricultura permanente y sedentaria) en niveles superiores al de la aldea. De<br />

hecho, incluso cuando existía un «pueblo» claramente reconocido, que los europeos<br />

gustaban de describir como una «tribu», la idea de que podía estar separado<br />

territorialmente de otro pueblo con el que coexistía, se mezclaba y compartía<br />

funciones era difícil de entender, porque no tenía mucho sentido. En dichas regiones,<br />

el único fundamento de los estados independientes aparecidos en el <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> eran las<br />

divisiones territoriales que la conquista y las rivalidades imperiales establecieron,<br />

generalmente sin relación alguna con las estructuras locales. El mundo poscolonial<br />

está, pues, casi completamente dividido por las fronteras <strong>del</strong> imperialismo.<br />

Además, aquellos que en el tercer mundo rechazaban con mayor firmeza a los<br />

occidentales, por considerarlos infieles o introductores de todo tipo de innovaciones<br />

perturbadoras e impías o, simplemente, porque se oponían a cualquier cambio de la<br />

forma de vida <strong>del</strong> pueblo común, que suponían, no sin razón, que sería para peor,<br />

también rechazaban la convicción de las elites de que la modernización era<br />

indispensable. Esta actitud hacía difícil que se formara un frente común contra los<br />

imperialistas, incluso en los países coloniales donde todo el pueblo sometido sufría el<br />

desprecio que los colonialistas mostraban hacia la raza inferior.<br />

En esos países, la principal tarea que debían afrontar los movimientos<br />

nacionalistas vinculados a las clases medias era la de conseguir el apoyo de las<br />

masas, amantes de la tradición y opuestas a lo moderno, sin poner en peligro sus<br />

propios proyectos de modernización. El dinámico Bal Ganghadar Tilak (1856-1920),<br />

uno de los primeros representantes <strong>del</strong> nacionalismo indio,

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