Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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388 LA EDAD DE ORO<br />
ánimos a pactistas y reformistas. En la práctica, no dudó en modificar las opiniones<br />
de Marx y en agregarles generosos añadidos de cosecha propia, proclamando<br />
siempre su lealtad literal al maestro. Dado que hasta 1917 Lenin fue sobre todo el<br />
dirigente y representante de una minoría atrincherada en el seno de la izquierda rusa,<br />
e incluso dentro de la socialdemocracia rusa, ganó fama de ser intolerante con los<br />
disidentes, pero dudaba tan poco en dar la bienvenida a sus oponentes, cuando<br />
cambiaba la situación, como en denunciarlos, e incluso después de la revolución de<br />
octubre nunca se apoyó en su autoridad dentro <strong>del</strong> partido, sino siempre en la<br />
discusión. Y, como hemos visto, sus puntos de vista nunca fueron aceptados sin<br />
discusión. De haber vivido, no cabe duda de que Lenin habría seguido denunciando a<br />
sus contrincantes y, al igual que durante la guerra civil, habría mostrado una ilimitada<br />
intolerancia pragmática. Pero no hay prueba alguna de que hubiese<br />
concebido, o hubiese tolerado, esa especie de versión de una religión de estado,<br />
universal y obligatoria que surgió a su muerte. Es posible que Stalin no la instituyera<br />
conscientemente, sino que se limitase a seguir la corriente a la Rusia primitiva y<br />
campesina, con sus tradiciones autocráticas y ortodoxas. Pero no es probable que sin<br />
Stalin hubiese aparecido ese culto, y es seguro que no habría sido copiado o<br />
impuesto a los demás regímenes socialistas.<br />
Sin embargo, hay algo que debe quedar claro. La posibilidad de una dictadura<br />
está implícita en cualquier régimen basado en un partido único e inamovible. En un<br />
partido organizado sobre una base jerárquica centralizada como los bolcheviques de<br />
Lenin es, más que posible, algo probable. Y la inamovilidad no era más que otro<br />
nombre para la convicción de los bolcheviques de que no había que dar marcha atrás<br />
a la revolución, y que su destino estaba en sus manos, y en las de nadie más. Los<br />
bolcheviques argumentaban que un régimen burgués podía contemplar<br />
tranquilamente la perspectiva de la derrota de una administración conservadora y su<br />
sucesión por una liberal, ya que eso no alteraría el carácter burgués de la sociedad,<br />
pero no querría ni podría tolerar un régimen comunista por la misma razón por la que<br />
un régimen comunista no podía tolerar ser derrocado por fuerza alguna que desease<br />
restaurar el orden anterior. Los revolucionarios, incluidos los revolucionarios<br />
socialistas, no son demócratas en el sentido electoral, por más sinceramente<br />
convencidos que estén de actuar en interés «<strong>del</strong> pueblo». No obstante, aunque el<br />
hecho de que el partido fuese un monopolio político con un «papel dirigente» hiciera<br />
de un régimen soviético democrático algo tan improbable como una Iglesia católica<br />
democrática, ello no implicaba la dictadura personal. Fue José Stalin quien convirtió<br />
los sistemas políticos comunistas en monarquías no hereditarias. 7<br />
7. El parecido con una monarquía lo pone de manifiesto la tendencia de algunos de esos estados a<br />
adoptar en la práctica la sucesión hereditaria, algo que les hubiera parecido un absurdo inconcebible a los<br />
primeros socialistas y comunistas. Corea <strong>del</strong> Norte y Rumania son dos ejemplos ilustrativos.<br />
EL «SOCIALISMO REAL» 389<br />
En muchos sentidos, Stalin, bajito, 8 cauteloso, inseguro, cruel, noctámbulo e<br />
infinitamente suspicaz, parece un personaje sacado de las Vidas de los doce césares<br />
de Suetonio más que de la política moderna. De apariencia nada impresionante, «una<br />
mancha gris», como lo llamó un observador contemporáneo en 1917 (Sujánov), fue<br />
conciliador y maniobrero cuando hizo falta, hasta que llegó a la cumbre; aunque sus<br />
considerables dotes personales ya lo habían llevado muy cerca de la cumbre antes de<br />
la revolución. Fue miembro <strong>del</strong> primer gobierno revolucionario con el cargo de<br />
comisario para las nacionalidades. Cuando se convirtió por fin en jefe indiscutible<br />
<strong>del</strong> partido y (en la práctica) <strong>del</strong> estado, le faltaba la noción de destino personal, el<br />
carisma y la confianza en sí mismo que hicieron de Hitler el fundador y jefe acatado<br />
de su partido y le granjearon la lealtad de sus allegados sin necesidad de coacciones.<br />
Stalin gobernó su partido, al igual que todo lo que estaba al alcance de su poder<br />
personal, por medio <strong>del</strong> terror y <strong>del</strong> miedo.<br />
Convirtiéndose en una especie de zar, defensor de la fe ortodoxa secular, el<br />
cuerpo de cuyo fundador, transformado en santo secular, esperaba a los peregrinos<br />
fuera <strong>del</strong> Kremlin, Stalin demostró un agudo sentido de las relaciones públicas. Para<br />
un amasijo de pueblos agrícolas y ganaderos cuya mentalidad era la equivalente de la<br />
<strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XI occidental, esta era con seguridad la forma más eficaz de establecer la<br />
legitimidad <strong>del</strong> nuevo régimen, al igual que los catecismos simples, sin matices y<br />
dogmáticos a los que Stalin redujo el «marxismo-leninismo» eran ideales para<br />
comunicar ideas a la primera generación de individuos que sabían leer y escribir. 9<br />
Tampoco se puede ver su terror como la simple afirmación <strong>del</strong> poder personal<br />
ilimitado <strong>del</strong> tirano. No cabe duda de que Stalin disfrutaba con el poder, con el miedo<br />
que inspiraba, con su capacidad de dar la vida o la muerte, <strong>del</strong> mismo modo que no<br />
hay duda de que no le importaban en absoluto las compensaciones materiales de las<br />
que alguien en su posición podía beneficiarse. Pero, cualesquiera que fuesen sus<br />
peculiaridades psicológicas, el terror estalinista era, en teoría, un instrumento táctico<br />
tan racional como su cautela cuando no controlaba las cosas. Ambos se basaban en el<br />
principio de evitar riesgos, que, a su vez, reflejaba la falta de confianza en su<br />
capacidad de análisis de las situaciones («de análisis marxista», en jerga<br />
bolchevique) por la que Lenin había destacado. La terrorífica carrera de Stalin no<br />
tiene sentido salvo si se la ve como la persecución terca e incesante <strong>del</strong> objetivo<br />
utópico de una sociedad comunista a cuya reafirmación consagró Stalin la última de<br />
sus publicaciones, pocos meses antes de morir (Stalin, 1952).<br />
Todo lo que habían conseguido los bolcheviques con la revolución de<br />
8. Este autor, que vio el cuerpo embalsamado de Stalin en el mausoleo de la Plaza Roja antes de que<br />
fuese trasladado en 1957, recuerda la impresión que le causó ver un hombre tan diminuto y, sin embargo,<br />
tan poderoso. Es significativo que todas sus filmaciones y fotografías disimularan el hecho de que sólo<br />
medía un metro sesenta.<br />
9. Y no sólo los catecismos: la Breve <strong>Historia</strong> <strong>del</strong> Partido Comunista soviético de 1939, a pesar de<br />
sus mentiras y limitaciones intelectuales, es un texto magistral desde el punto de vista pedagógico.