24.04.2013 Views

Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

482 EL DERRUMBAMIENTO<br />

tituciones de la Unión gorbachoviana. Hasta entonces, en efecto, la Unión y su<br />

principal componente, la Federación Rusa, no estaban claramente diferenciadas. Al<br />

transformar Rusia en una república como las demás, Yeltsin favoreció, de facto, la<br />

desintegración de la Unión, que sería suplantada por una Rusia bajo su control, como<br />

ocurrió en 1991.<br />

La desintegración económica ayudó a acelerar la desintegración política y fue<br />

alimentada por ella. Con el fin de la planificación y de las órdenes <strong>del</strong> partido desde<br />

el centro, ya no existía una economía nacional efectiva, sino una carrera de cada<br />

comunidad, territorio u otra unidad que pudiera gestionarla, hacia la autoprotección y<br />

la autosuficiencia o bien hacia los intercambios bilaterales. Los gestores de las<br />

ciudades provinciales con grandes empresas, acostumbrados a tal tipo de arreglos,<br />

cambiaban productos industriales por alimentos con los jefes de las granjas<br />

colectivas regionales, como hizo Gidaspov, el jefe <strong>del</strong> partido en Leningrado, que en<br />

un espectacular ejemplo de estos intercambios resolvió una escasez de grano en la<br />

ciudad con una llamada a Nazarbayev, el jefe <strong>del</strong> partido en Kazajstán, que arregló<br />

un trueque de cereales por calzado y acero (Yu Boldyrev, 1990). Este tipo de<br />

transacción entre dos figuras destacadas de la vieja jerarquía <strong>del</strong> partido demostraba<br />

que el sistema de distribución nacional había dejado de considerarse relevante.<br />

«Particularismos, autarquías, la vuelta a prácticas primitivas, parecían ser los<br />

resultados visibles de las leyes que habían liberalizado las fuerzas económicas<br />

locales» (Di Leo, 1992, p. 101).<br />

El punto sin retorno se alcanzó en la segunda mitad de 1989, en el bicentenario<br />

de la revolución francesa, cuya inexistencia o falta de significado para la política<br />

francesa <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> se afanaban en demostrar, en aquellos momentos, los<br />

historiadores «revisionistas». El colapso político siguió (como en la Francia <strong>del</strong> <strong>siglo</strong><br />

XVIII) al llamamiento de las nuevas asambleas democráticas, o casi democráticas, en<br />

el verano de aquel año. El colapso económico se hizo irreversible en el curso de unos<br />

pocos meses cruciales, entre octubre de 1989 y mayo de 1990. No obstante, los ojos<br />

<strong>del</strong> mundo estaban fijos en estos momentos en un fenómeno relacionado con este<br />

proceso, pero secundario: la súbita, y también inesperada, disolución de los<br />

regímenes comunistas satélites europeos. Entre agosto de 1989 y el final de ese<br />

mismo año el poder comunista abdicó o dejó de existir en Polonia, Checoslovaquia,<br />

Hungría, Rumania, Bulgaria y la República Democrática Alemana, sin apenas un<br />

solo disparo, salvo en Rumania. Poco después, los dos estados balcánicos que no<br />

habían sido satélites soviéticos, Yugoslavia y Albania, dejaron también de tener<br />

regímenes comunistas. La República Democrática Alemana sería muy pronto<br />

anexionada por la Alemania Occidental; en Yugoslavia estallaría pronto una guerra<br />

civil.<br />

El proceso fue seguido no sólo a través de las pantallas de televisión <strong>del</strong> mundo<br />

occidental, sino también, y con mucha atención, por los regímenes comunistas de<br />

otros continentes. Aunque éstos iban desde los reformistas radicales (al menos en<br />

cuestiones económicas), como China, hasta los centralistas implacables al viejo<br />

estilo, como Cuba (véase el capítulo XV), todos<br />

EL FINAL DEL SOCIALISMO 483<br />

tenían presumiblemente dudas acerca de la total inmersión soviética en la glasnost, y <strong>del</strong><br />

debilitamiento de la autoridad. Cuando el movimiento por la liberalización y la democracia<br />

se extendió desde la Unión Soviética hasta China, el gobierno de Pekín decidió, a mediados<br />

de 1989, tras algunas dudas y lacerantes desacuerdos internos, restablecer su autoridad con<br />

la mayor claridad, mediante lo que Napoleón —que también empleó el ejército para reprimir<br />

la agitación social durante la revolución francesa— llamaba «un poco de metralla».<br />

Las tropas dispersaron una gran manifestación estudiantil en la plaza principal de la<br />

capital, a costa de muchos muertos; probablemente —aunque no había datos fiables a la<br />

hora de redactar estas páginas— varios centenares. La matanza de la plaza de Tiananmen<br />

horrorizó a la opinión pública occidental e hizo, sin duda, que el Partido Comunista chino<br />

perdiese gran parte de la poca legitimidad que pudiera quedarle entre las jóvenes<br />

generaciones de intelectuales chinos, incluyendo a miembros <strong>del</strong> partido, pero dejó al<br />

régimen chino con las manos libres para continuar su afortunada política de liberalización<br />

económica sin problemas políticos inmediatos. El colapso <strong>del</strong> comunismo tras 1989 se<br />

redujo a la Unión Soviética y a los estados situados en su órbita, incluyendo Mongolia, que<br />

había optado por la protección soviética contra la dominación china durante el período de<br />

entre-guerras. Los tres regímenes comunistas asiáticos supervivientes (China, Corea <strong>del</strong><br />

Norte y Vietnam), al igual que la remota y aislada Cuba, no se vieron afectados de forma<br />

inmediata.<br />

V<br />

Parecería natural, especialmente en el bicentenario de 1789, describir los cambios de<br />

1989-1990 como las revoluciones <strong>del</strong> Este de Europa. En la medida en que los<br />

acontecimientos que llevaron al total derrocamiento de esos regímenes son<br />

revolucionarios, la palabra es apropiada, aunque resulta engañosa, habida cuenta que<br />

ninguno de los regímenes de la llamada Europa oriental fue derrocado. Ninguno, salvo<br />

Polonia, contenía fuerza interna alguna, organizada o no, que constituyera una seria<br />

amenaza para ellos, y el hecho de que en Polonia existiera una poderosa oposición<br />

política permitió, en realidad, que el sistema no fuese destruido de un día para otro, sino<br />

sustituido en un proceso negociador de compromiso y reforma, similar a la manera en que<br />

España realizó su proceso de transición a la democracia tras la muerte de Franco en<br />

1975. La amenaza más inmediata para quienes estaban en la órbita soviética procedía de<br />

Moscú, que pronto dejó claro que ya no iba a salvarlos con una intervención militar, como<br />

en 1956 y 1968, aunque sólo fuera porque el final de la guerra fría los hacía menos<br />

necesarios desde un punto de vista estratégico para la Unión Soviética. Moscú opinaba<br />

que, si querían sobrevivir, harían bien en seguir la línea de liberalización, reforma y<br />

flexibilidad de los comunistas húngaros y polacos, pero también dejó claro

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!