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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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216 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES<br />

entre 1900 y 1930, las haciendas peruanas se transformaron en refinerías de azúcar<br />

en la costa y en ranchos de ovejas en las montañas, y el goteo de la mano de obra<br />

india que emigraba hacia la costa y la ciudad se convirtió en una inundación,<br />

empezaron a surgir nuevas ideas en las zonas más tradicionales <strong>del</strong> interior. A<br />

comienzos de los años treinta, en Huasicancha, una comunidad «especialmente<br />

remota» situada a unos 3. 700 metros de altitud en las inaccesibles montañas de los<br />

Andes, se debatía ya cuál de los dos partidos radicales nacionales representaría mejor<br />

sus intereses (Smith, 1989, esp. p. 175). Pero en la mayor parte de los casos nadie,<br />

excepto la población local, sabía hasta qué punto habían cambiado las cosas, ni se<br />

preocupaba de saberlo.<br />

¿Qué significaba, por ejemplo, para unas economías que apenas utilizaban el<br />

dinero, o que sólo lo usaban para un número limitado de funciones, integrarse en una<br />

economía en la que el dinero era el medio universal de intercambio, como sucedía en<br />

los mares indopacíficos? Se alteró el significado de bienes, servicios y transacciones<br />

entre personas, y con ello cambiaron los valores morales de la sociedad y sus formas<br />

de distribución social. En las sociedades matriarcales campesinas de los cultivadores<br />

de arroz de Negri Sembilan (Malaysia), las tierras ancestrales, que cultivaban<br />

preferentemente las mujeres, sólo podían ser heredadas por ellas o a través de ellas,<br />

pero las nuevas parcelas que roturaban los hombres en la jungla, y en las que se cultivaban<br />

otros productos como frutas y hortalizas, podían ser transmitidas<br />

directamente a los hombres. Pues bien, con el auge de las plantaciones de caucho, un<br />

cultivo mucho más rentable que el arroz, se modificó el equilibrio entre los sexos, al<br />

imponerse la herencia por vía masculina. A su vez, esto sirvió para reforzar la<br />

posición de los dirigentes patriarcales <strong>del</strong> islam ortodoxo, que intentaban hacer<br />

prevalecer la ortodoxia sobre la ley consuetudinaria, y también la <strong>del</strong> dirigente local<br />

y sus parientes, otra isla de descendencia patriarcal en medio <strong>del</strong> lago matriarcal<br />

local (Firth, 1954). Ese tipo de cambios y transformaciones se dieron con frecuencia<br />

en el mundo dependiente, en el seno de comunidades que apenas tenían contacto<br />

directo con el mundo exterior: en este caso concreto tal vez lo tuvieran a través de un<br />

comerciante chino, las más de las veces un campesino o artesano emigrante de<br />

Fukien, acostumbrado al esfuerzo constante y a las complejidades <strong>del</strong> dinero, pero<br />

igualmente ajeno al mundo de Henry Ford y de la General Motors (Freedman, 1959).<br />

A pesar de ello, la economía mundial parecía remota, porque sus efectos<br />

inmediatos y reconocibles no habían adquirido el carácter de un cataclismo, excepto,<br />

tal vez, en los enclaves industriales que, aprovechando la existencia de mano de obra<br />

barata, aparecieron en lugares como la India y China, donde desde 1917 empezaron a<br />

ser frecuentes los conflictos laborales y las organizaciones obreras de tipo occidental,<br />

y en las gigantescas ciudades portuarias e industriales a través de las cuales se<br />

relacionaba el mundo dependiente con la economía mundial que determinaba su<br />

destino: Bombay, Shanghai (cuya población pasó de 200. 000 habitantes a mediados<br />

<strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX a tres millo-<br />

EL FIN DE LOS IMPERIOS 217<br />

nes y medio en los años treinta), Buenos Aires y, en menor escala, Casa-blanca, que,<br />

menos de treinta años después de que adquiriera la condición de puerto moderno<br />

contaba ya con 250. 000 habitantes (Bairoch, 1985, pp. 517 y 525).<br />

Todo ello fue trastocado por la Gran Depresión, durante la cual chocaron por<br />

primera vez de manera patente los intereses de la economía de la metrópoli y los de<br />

las economías dependientes, sobre todo porque los precios de los productos<br />

primarios, de los que dependía el tercer mundo, se hundieron mucho más que los de<br />

los productos manufacturados que se compraban a Occidente (capítulo III). Por<br />

primera vez, el colonialismo y la dependencia comenzaron a ser rechazados como<br />

inaceptables incluso por quienes hasta entonces se habían beneficiado de ellos. «Los<br />

estudiantes se alborotaban en El Cairo, Rangún y Yakarta (Batavia), no porque<br />

creyeran que se aproximaba un gran cambio político, sino porque la Depresión había<br />

liquidado las ventajas que habían hecho que el colonialismo resultara tan aceptable<br />

para la generación de sus padres» (Holland, 1985, p. 12). Lo que es más: por primera<br />

vez (salvo en las situaciones de guerra) la vida de la gente común se vio sacudida por<br />

unos movimientos sísmicos que no eran de origen natural y que movían más a la<br />

protesta que a la oración. Se formó así la base de masas para una movilización<br />

política, especialmente en zonas como la costa occidental de Africa y el sureste<br />

asiático donde los campesinos dependían estrechamente de la evolución <strong>del</strong> mercado<br />

mundial de cultivos comerciales. Al mismo tiempo, la Depresión desestabilizó tanto<br />

la política nacional como la internacional <strong>del</strong> mundo dependiente.<br />

La década de 1930 fue, pues, crucial para el tercer mundo, no tanto porque la<br />

Depresión desencadenara una radicalización política sino porque determinó que en<br />

los diferentes países entraran en contacto las minorías politizadas y la población<br />

común. Eso ocurrió incluso en lugares como la India, donde el movimiento<br />

nacionalista ya contaba con un apoyo de masas. El recurso, por segunda vez, a la<br />

estrategia de la no cooperación al comienzo de los años treinta, la nueva Constitución<br />

de compromiso que concedió el gobierno británico y las primeras elecciones<br />

provinciales a escala nacional de 1937 mostraron el apoyo con que contaba el<br />

Congreso Nacional Indio, que en su centro neurálgico, en el Ganges, pasó de sesenta<br />

mil miembros en 1935 a 1, 5 millones a finales de la década (Tomlinson, 1976, p.<br />

86). El fenómeno fue aún más evidente en algunos países en los que hasta entonces la<br />

movilización había sido escasa. Comenzaron ya a distinguirse, más o menos<br />

claramente, los perfiles de la política de masas <strong>del</strong> futuro: el populismo<br />

latinoamericano basado en unos líderes autoritarios que buscaban el apoyo de los<br />

trabajadores de las zonas urbanas; la movilización política a cargo de los líderes<br />

sindicales que luego serían dirigentes partidistas, como en la zona <strong>del</strong> Caribe<br />

dominada por Gran Bretaña; un movimiento revolucionario con una fuerte base entre<br />

los trabajadores que emigraban a Francia o que regresaban de ella, como en Argelia;<br />

un movimiento de resistencia nacional de base comunista con fuertes vínculos<br />

agrarios, como en Vietnam. Cuando

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