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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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460 EL DERRUMBAMIENTO<br />

I<br />

En los años setenta, un país socialista estaba especialmente preocupado por su atraso<br />

económico relativo, aunque sólo fuese porque su vecino, Japón, era el país capitalista que<br />

tenía un éxito más espectacular. El comunismo chino no puede considerarse únicamente<br />

una variante <strong>del</strong> comunismo soviético, y mucho menos una parte <strong>del</strong> sistema de satélites<br />

soviéticos. Ello se debe a una razón: el comunismo chino triunfó en un país con una<br />

población mucho mayor que la de la Unión Soviética; mucho mayor, en realidad, que la de<br />

cualquier otro estado. Incluso tomando en cuenta la inseguridad de la demografía china,<br />

algo así como uno de cada cinco seres humanos era un chino que vivía en la China<br />

continental. (Había también una importante diáspora china en el este y sureste asiáticos. )<br />

Es más, China no sólo era mucho más homogénea «nacionalmente» que la mayoría de los<br />

demás países —cerca <strong>del</strong> 94 por 100 de su población estaba compuesta por chinos han—,<br />

sino que había formado una sola unidad política, aunque rota intermitentemente, durante<br />

un mínimo de dos mil años. Y lo que es más, durante la mayor parte de esos dos<br />

milenios el imperio chino, y probablemente la mayoría de sus habitantes que tenían alguna<br />

idea al respecto, habían creído que China era el centro y el mo<strong>del</strong>o de la civilización<br />

mundial. Con pocas excepciones, todos los otros países en los que triunfaron regímenes<br />

comunistas, incluyendo la Unión Soviética, eran y se consideraban culturalmente<br />

atrasados y marginales en relación con otros centros más avanzados de civilización. La<br />

misma estridencia con que la Unión Soviética insistía, durante los años <strong>del</strong> estalinismo, en<br />

su independencia intelectual y tecnológica respecto de Occidente (y en la reivindicación<br />

para sí de todas las invenciones punteras, desde el teléfono a la navegación aérea)<br />

constituía un síntoma elocuente de su sentimiento de inferioridad. 1<br />

No fue este el caso de China que, harto razonablemente, consideraba su civilización<br />

clásica, su arte, escritura y sistema social de valores como una fuente de inspiración y un<br />

mo<strong>del</strong>o para otros, incluyendo Japón. No tenía ningún sentimiento de inferioridad<br />

intelectual o cultural, fuese a título individual o colectivo, respecto de otros pueblos. Que<br />

China no hubiese tenido ningún estado vecino que pudiera amenazarla, y que, gracias a<br />

la adopción de las armas de fuego, no tuviese dificultad en rechazar a los bárbaros de sus<br />

fronteras, confirmó este sentimiento de superioridad, aunque dejó al imperio indefenso<br />

para resistir la expansión imperial de Occidente. La inferioridad tecnológica de China,<br />

que resultó evidente en el <strong>siglo</strong> XIX, cuando se tradujo en inferioridad militar, no se<br />

debía a una incapacidad técnica o educativa,<br />

1. Los logros intelectuales y científicos de Rusia entre 1830 y 1930 fueron extraordinarios, e incluyen<br />

algunas innovaciones tecnológicas sorprendentes, que su atraso impedía que fuesen desarrolladas<br />

económicamente. Sin embargo, la propia brillantez y relevancia mundial de unos pocos rusos hace que la<br />

inferioridad rusa respecto de Occidente sea más evidente.<br />

EL FINAL DEL SOCIALISMO 461<br />

sino al propio sentido de autosuficiencia y confianza de la civilización tradicional china.<br />

Esto fue lo que les impidió hacer lo que hicieron los japoneses tras la restauración Meiji en<br />

1868: abrazar la «modernización» adoptando mo<strong>del</strong>os europeos. Esto sólo podía hacerse,<br />

y se haría, sobre las ruinas <strong>del</strong> antiguo imperio chino, guardián de la vieja civilización, y a<br />

través de una revolución social que sería al propio tiempo una revolución cultural contra el<br />

sistema confuciano.<br />

El comunismo chino fue, por ello, tanto social como, en un cierto sentido, nacional. El<br />

detonante social que alimentó la revolución comunista fue la gran pobreza y opresión <strong>del</strong><br />

pueblo chino. Primero, de las masas trabajadoras en las grandes urbes costeras de la China<br />

central y meridional, que constituían enclaves de control imperialista extranjero y en algunos<br />

casos de industria moderna (Shanghai, Cantón, Hong Kong). Posteriormente, <strong>del</strong><br />

campesinado, que suponía el 90 por 100 de la inmensa población <strong>del</strong> país, y cuya situación<br />

era mucho peor que la de la población urbana, cuyo índice de consumo per cápita era casi<br />

dos veces y media mayor. La realidad de la pobreza china es difícil de imaginar para un<br />

lector occidental. Cuando los comunistas tomaron el poder (1952), el chino medio vivía<br />

básicamente con medio kilo de arroz o de cereales al día, consumía menos de 80 gramos de<br />

té al año, y adquiría un nuevo par de zapatos cada cinco años (Estadísticas de China,<br />

1989, cuadros 3. 1, 15. 2 y 15. 5).<br />

El elemento nacional actuaba en el comunismo chino tanto a través de los intelectuales<br />

de clase media o alta, que proporcionaron la mayoría de sus líderes a los movimientos<br />

políticos chinos <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>, como a través <strong>del</strong> sentimiento, ampliamente difundido entre<br />

las masas, de que los bárbaros extranjeros no podían traer nada bueno ni a los individuos<br />

que trataban con ellos ni a China en su conjunto. Este sentimiento era plausible, habida<br />

cuenta de que China había sido atacada, derrotada, dividida y explotada por todo estado<br />

extranjero que se le había puesto por <strong>del</strong>ante desde mediados <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX. Los<br />

movimientos antiimperialistas de masas de ideología tradicional habían menudeado ya<br />

antes <strong>del</strong> fin <strong>del</strong> imperio chino; por ejemplo, el levantamiento de los bóxers en 1900. No<br />

hay duda de que la resistencia a la conquista japonesa fue lo que hizo que los comunistas<br />

chinos pasaran de ser una fuerza derrotada de agitadores sociales a líderes y representantes<br />

de todo el pueblo chino. Que propugnasen al propio tiempo la liberación social de los<br />

chinos pobres hizo que su llamamiento en favor de la liberación nacional y la regeneración<br />

sonara más convincente a las masas, en su mayoría rurales.<br />

En esto tenían ventaja sobre sus adversarios, el (más antiguo) partido <strong>del</strong> Kuomintang,<br />

que había intentado reconstruir una única y poderosa república china a partir de los<br />

fragmentos <strong>del</strong> imperio repartidos entre los «señores de la guerra» después de su caída en<br />

1911. Los objetivos a corto plazo de los dos partidos no parecían incompatibles, la base<br />

política de ambos estaba en las ciudades más avanzadas <strong>del</strong> sur de la China (donde la<br />

república estableció su capital) y su dirección procedía de la misma elite ilustrada, con la<br />

diferencia de que unos se inclinaban hacia los empresarios, y los otros, hacia los<br />

trabajadores y campesinos. Ambos partidos tenían, por ejemplo, práctica-

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