Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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440 EL DERRUMBAMIENTO<br />
como empezaron a hacer algunos sectores de la izquierda revolucionaria <strong>del</strong> tercer mundo<br />
(por ejemplo en Argentina, Brasil y Uruguay), así como de Europa, a fines de los sesenta.<br />
2 De hecho, las operaciones guerrilleras urbanas son más fáciles de realizar que las<br />
rurales, puesto que no se necesita contar con la solidaridad o connivencia de las masas,<br />
sino que pueden aprovechar el anonimato de la gran ciudad, el poder adquisitivo <strong>del</strong><br />
dinero y la existencia de un mínimo de simpatizantes, en su mayoría de clase media. A<br />
estas «guerrillas urbanas» o grupos «terroristas» les era más fácil llevar a cabo golpes de<br />
gran repercusión publicitaria y asesinatos espectaculares (como el <strong>del</strong> almirante Carrero<br />
Blanco, presunto sucesor de Franco, realizado por ETA en 1973; o el <strong>del</strong> primer ministro<br />
italiano Aldo Moro, cometido por las Brigadas Rojas italianas en 1978), por no hablar de<br />
los atracos, que iniciar la revolución en sus países.<br />
Porque incluso en América Latina las fuerzas que resultaban más importantes para<br />
promover el cambio eran los políticos civiles y los ejércitos. La ola de regímenes<br />
militares de derecha que empezó a inundar gran parte de Suramérica en los años sesenta<br />
(los gobiernos militares nunca han pasado de moda en América Central, a excepción de<br />
México y de la pequeña Costa Rica, que abolió su ejército tras la revolución de 1948) no<br />
era, en principio, una respuesta a la existencia de rebeldes armados. En Argentina<br />
derrocaron al caudillo populista Juan Domingo Perón (1895-1974), cuya fuerza radicaba en<br />
las organizaciones obreras y en la movilización de los pobres (1955), tras lo cual<br />
asumieron el poder a intervalos, habida cuenta de que el movimiento de masas peronista se<br />
mostró indestructible y de que no se formó ninguna alternativa civil estable. Cuando<br />
Perón volvió <strong>del</strong> exilio en 1973, para demostrar una vez más el predominio de sus<br />
seguidores, y esta vez con gran parte de la izquierda local a remolque, los militares<br />
tomaron de nuevo el poder con sangre, torturas y retórica patriotera hasta que fueron<br />
derrocados tras la derrota de sus fuerzas armadas en la breve, descabellada, pero decisiva<br />
guerra anglo-argentina por las Malvinas en 1982.<br />
Las fuerzas armadas tomaron el poder en Brasil en 1964 contra un enemigo parecido:<br />
los herederos <strong>del</strong> gran líder populista brasileño Getulio Vargas (1883-1954), que se<br />
inclinaron hacia la izquierda a principios de los sesenta y ofrecieron democratización,<br />
reforma agraria y escepticismo acerca de la política de los Estados Unidos. Los pequeños<br />
intentos guerrilleros de finales de los sesenta, que proporcionaron una excusa a la<br />
despiadada represión <strong>del</strong> régimen, nunca representaron la menor amenaza para el mismo,<br />
pero a principios de los años setenta el régimen empezó a aflojar y devolvió el país a un<br />
gobierno civil en 1985. En Chile, el enemigo era la unión de una<br />
2. La excepción más importante son los activistas de los que podrían llamarse movimientos guerrilleros <strong>del</strong><br />
gueto, como el IRA provisional en el Ulster, los «Panteras negras» de los Estados Unidos (que tuvieron corta<br />
vida) y las guerrillas palestinas de hijos de la diáspora en campos de refugiados, que saldrían casi en su totalidad<br />
de los niños de la calle y no de la universidad; especialmente allí donde los guetos no tienen una clase media<br />
significativa.<br />
EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 441<br />
izquierda de socialistas, comunistas y otros progresistas, es decir, lo que la tradición<br />
europea (y, en este caso, chilena) conocía como un «frente popular» (véase el<br />
capítulo V). Un frente de este tipo ya había ganado las elecciones en Chile en los<br />
años treinta, cuando Washington estaba menos nervioso y Chile era un paradigma de<br />
constitucionalismo civil. Su líder, el socialista Salvador Allende, fue elegido<br />
presidente en 1970, su gobierno fue desestabilizado y, en 1973, derrocado por un<br />
golpe militar muy apoyado, puede que incluso organizado, por los Estados Unidos,<br />
que trajo a Chile los rasgos característicos de los regímenes militares de los años<br />
setenta: ejecuciones y matanzas, grupos represivos oficiales o paraoficiales, tortura<br />
sistemática de prisioneros y exilio en masa de los opositores políticos. Su caudillo<br />
militar, el general Pinochet, se mantuvo como máximo dirigente durante diecisiete<br />
años, que empleó en imponer una política de ultraliberalismo económico en Chile,<br />
demostrando así, entre otras cosas, que el liberalismo político y la democracia no son<br />
compañeros naturales <strong>del</strong> liberalismo económico.<br />
Es posible que el golpe militar en la Bolivia revolucionaria de 1964 guardase<br />
alguna conexión con los temores estadounidenses a la influencia cubana en ese país,<br />
donde murió el propio Che Guevara en un fallido intento de insurrección guerrillera,<br />
pero Bolivia no es un lugar que pueda controlar mucho tiempo ningún militar local,<br />
por brutal que sea. La era militar terminó después de quince años que vieron una<br />
rápida sucesión de generales, cada vez más interesados en los beneficios <strong>del</strong><br />
narcotráfico. Aunque en Uruguay los militares utilizaron la existencia de un<br />
movimiento inteligente y eficaz de «guerrilla urbana» como pretexto para las<br />
matanzas y torturas usuales, fue probablemente el surgimiento de un frente popular<br />
de «izquierda amplia», en competencia con el sistema bipartidista tradicional, lo que<br />
explica que tomasen el poder en 1972 en el único país suramericano que podía<br />
describirse como una democracia auténtica y duradera. Los uruguayos conservaron<br />
lo suficiente de su tradición como para acabar votando en contra de la Constitución<br />
maniatada que les ofrecían los militares y en 1985 recuperaron un gobierno civil.<br />
Aunque había logrado, y podía seguir logrando, éxitos espectaculares en América<br />
Latina, Asia y África, la vía guerrillera a la revolución no tenía sentido en los países<br />
desarrollados. Sin embargo, no es extraño que a través de sus guerrillas, rurales y<br />
urbanas, el tercer mundo sirviese de inspiración a un número creciente de jóvenes<br />
rebeldes y revolucionarios o, simplemente, a los disidentes culturales <strong>del</strong> primer<br />
mundo. Periodistas de rock compararon las masas juveniles en el festival de música<br />
de Woodstock (1969) a «un ejército de guerrilleros pacíficos» (Chapple y Garofalo,<br />
1977, p. 144). En París y en Tokio los manifestantes estudiantiles portaban como<br />
iconos imágenes <strong>del</strong> Che Guevara, y su rostro barbudo, tocado con boina e<br />
incuestionablemente masculino, no dejaba indiferentes ni siquiera a los corazones<br />
apolíticos de la contracultura. No hay otro nombre (excepto el <strong>del</strong> filósofo Marcuse)<br />
que se mencione tanto como el suyo en un documentado estudio sobre la «nueva<br />
izquierda» de 1968 (Katsaficas, 1987), aun cuando, en la práctica, era el <strong>del</strong>