Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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394 LA EDAD DE ORO<br />
II<br />
Los estados comunistas que nacieron después de la segunda guerra mundial, o<br />
sea, todos menos la URSS, estaban dirigidos por partidos comunistas formados o<br />
configurados según el patrón soviético, es decir, estalinista. Eso es válido hasta cierto<br />
punto incluso para el Partido Comunista chino, que se independizó de Moscú en los<br />
años treinta bajo la dirección de Mao Tse-tung, aunque seguramente lo es menos en<br />
el caso de quienes se adhirieran posteriormente al «campo socialista» procedentes<br />
<strong>del</strong> tercer mundo: la Cuba de Fi<strong>del</strong> Castro y diversos regímenes africanos, asiáticos y<br />
latinoamericanos de corta duración surgidos en los años setenta, y que tendían a<br />
amoldarse a los cánones soviéticos. En todos ellos encontramos sistemas políticos<br />
mono-partidistas con estructuras de autoridad muy centralizadas; una verdad cultural<br />
e intelectual promulgada oficialmente y determinada por la autoridad política;<br />
economías de planificación central; y hasta la reliquia más evidente de la herencia<br />
estalinista: la magnificación de la personalidad de los dirigentes supremos. Dé hecho,<br />
en los estados ocupados directamente por el ejército soviético (incluidos los servicios<br />
secretos), los gobiernos locales se vieron obligados a seguir el ejemplo soviético,<br />
organizando por ejemplo procesos públicos y purgas de los comunistas locales según<br />
el mo<strong>del</strong>o estalinista, algo por lo que los partidos comunistas <strong>del</strong> país no solían<br />
mostrar ningún entusiasmo espontáneo. En Polonia y en la Alemania <strong>del</strong> Este,<br />
incluso se las arreglaron para evitar estas caricaturas <strong>del</strong> proceso judicial, y ningún<br />
comunista destacado fue ejecutado o entregado a los servicios de seguridad<br />
soviéticos, aunque, tras la ruptura con Tito, dirigentes importantes de Bulgaria<br />
(Traicho Kostov) y de Hungría (Laszlo Rajk) fueron ejecutados, y en el último año<br />
de la vida de Stalin, el implausible juicio en masa de altos cargos <strong>del</strong> Partido<br />
Comunista checo, de cariz marcadamente antisemita, diezmó su dirección. Este<br />
hecho puede tener relación o no con el comportamiento cada vez más paranoico <strong>del</strong><br />
mismo Stalin, a medida que empeoraba su salud tanto física como mental, y que<br />
planeaba eliminar incluso a sus partidarios más leales.<br />
Los nuevos regímenes europeos de los años cuarenta, aunque sólo fueran posibles<br />
gracias a la victoria <strong>del</strong> ejército rojo, no fueron impuestos exclusivamente por la<br />
fuerza de las armas más que en cuatro casos: Polonia, la Alemania ocupada, Rumania<br />
(donde el movimiento comunista local lo formaban unos pocos centenares de<br />
individuos, en su mayoría de origen étnico no rumano) y, en lo esencial, Hungría. En<br />
Yugoslavia y Albania, eran más o menos de origen local; en Checoslovaquia el 40<br />
por 100 de los votos obtenidos por los comunistas en las elecciones de 1947 reflejaba<br />
su verdadera fuerza en aquellos momentos, y en Bulgaria la influencia comunista<br />
estaba reforzada por el sentimiento rusófilo generalizado en el país. La llegada <strong>del</strong><br />
comunismo al poder en China, Corea y la antigua Indochina francesa —o, mejor<br />
dicho, después de las divisiones de la guerra fría, en las mitades septentrionales de<br />
estos dos últimos países— no debía nada a las armas soviéti-<br />
EL «SOCIALISMO REAL» 395<br />
cas, aunque a partir de 1949 los regímenes comunistas más pequeños disfrutasen<br />
durante algún tiempo <strong>del</strong> apoyo chino. Las adhesiones subsiguientes al «campo<br />
socialista», empezando por Cuba, se habían producido por iniciativa propia, aunque<br />
los movimientos guerrilleros de liberación de África podían contar con el firme<br />
apoyo <strong>del</strong> bloque soviético.<br />
Sin embargo, incluso en los estados en que los comunistas se impusieron en el<br />
poder gracias al ejército rojo, los nuevos regímenes disfrutaron al principio de una<br />
legitimidad temporal y, durante cierto tiempo, de un genuino apoyo popular. Tal<br />
como hemos visto (capítulo V), la idea de construir un mundo nuevo sobre las ruinas<br />
totales <strong>del</strong> viejo inspiraba a muchos jóvenes e intelectuales. Por impopulares que<br />
fuesen el partido y el gobierno, la propia energía y determinación que ambos<br />
aportaban a la tarea de reconstrucción de la posguerra recibió una amplia aunque<br />
reticente aprobación. El éxito de los nuevos regímenes en esta tarea resulta difícil de<br />
negar. En los países agrícolas más atrasados, tal como hemos visto, el compromiso<br />
comunista con la industrialización, o sea, con el progreso y la modernidad, tuvo<br />
resonancia mucho más allá de las filas <strong>del</strong> partido. ¿Quién podía dudar de que países<br />
como Bulgaria y Yugoslavia avanzaban más deprisa de lo que parecía probable o<br />
incluso posible antes de la guerra? Sólo en lugares donde una primitiva y despiadada<br />
URSS había ocupado y asimilado por fuerza regiones menos atrasadas, o, en todo<br />
caso, regiones con ciudades desarrolladas, como en las zonas anexionadas en 1939-<br />
1940 y en la zona soviética de Alemania (después de 1954, la República<br />
Democrática Alemana), que continuó saqueando por algún tiempo después de 1945<br />
para favorecer su propia reconstrucción, el balance parecía totalmente negativo.<br />
Políticamente, los estados comunistas, autóctonos o impuestos, empezaron a<br />
formar un bloque único bajo el liderazgo de la URSS, que, por motivos de<br />
solidaridad antioccidental, contó también con el apoyo <strong>del</strong> régimen comunista que se<br />
adueñó por completo de China en 1949, aunque la influencia de Moscú sobre el<br />
Partido Comunista chino había sido escasa desde que Mao Tse-tung se había<br />
convertido en su líder indiscutible a mediados de los años treinta. Mao iba por su<br />
cuenta en medio de profesiones de lealtad a la URSS, y Stalin, realista, tuvo buen<br />
cuidado de no perturbar sus relaciones con el gigantesco partido hermano <strong>del</strong> este,<br />
que era independiente en la práctica. Cuando a finales de los cincuenta Nikita<br />
Kruschev las perturbó, el resultado fue una agria ruptura, al cuestionar China el<br />
liderazgo soviético <strong>del</strong> movimiento comunista internacional, aunque sin mucho éxito.<br />
La actitud de Stalin hacia los estados y países comunistas de la parte de Europa<br />
ocupada por el ejército soviético fue menos conciliadora, en parte porque sus<br />
ejércitos seguían presentes allí, pero también porque creía que podía contar con la<br />
lealtad de los comunistas a Moscú y a su persona. Se sorprendió en 1948 cuando la<br />
dirección comunista de Yugoslavia, tan leal que Belgrado había sido designada como<br />
sede de la Internacional Comunista reconstruida durante la guerra fría (la Oficina de<br />
Información Comunista o Cominform) hacía sólo unos meses, llevó su resistencia a<br />
las directivas