Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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304 LA EDAD DE ORO<br />
res de lo que sus padres jamás creyeron que llegarían a ver. Los nuevos tiempos eran<br />
los únicos que los jóvenes universitarios conocían. Al contrario, creían que las cosas<br />
podían ser distintas y mejores, aunque no supiesen exactamente cómo. Sus mayores,<br />
acostumbrados a épocas de privaciones y de paro, o que por lo menos las recordaban,<br />
no esperaban movilizaciones de masas radicales en una época en que los incentivos<br />
económicos para ello eran, en los países desarrollados, menores que nunca. La<br />
explosión de descontento estudiantil se produjo en el momento culminante de la gran<br />
expansión mundial, porque estaba dirigido, aunque fuese vaga y ciegamente, contra<br />
lo que los estudiantes veían como característico de esa sociedad, no contra el hecho<br />
de que la sociedad anterior no hubiera mejorado lo bastante las cosas.<br />
Paradójicamente, el hecho de que el empuje <strong>del</strong> nuevo radicalismo procediese de<br />
grupos no afectados por el descontento económico estimuló incluso a los grupos<br />
acostumbrados a movilizarse por motivos económicos a descubrir que, al fin y al<br />
cabo, podían pedir a la sociedad mucho más de lo que habían imaginado. El efecto<br />
más inmediato de la rebelión estudiantil europea fue una oleada de huelgas de<br />
obreros en demanda de salarios más altos y de mejores condiciones laborales.<br />
III<br />
A diferencia de las poblaciones rural y universitaria, la clase trabajadora<br />
industrial no experimentó cataclismo demográfico alguno hasta que en los años<br />
ochenta entró en ostensible decadencia, lo cual resulta sorprendente, considerando lo<br />
mucho que se habló, incluso a partir de los años cincuenta, de la «sociedad<br />
postindustrial», y lo realmente revolucionarias que fueron las transformaciones<br />
técnicas de la producción, la mayoría de las cuales ahorraba o suprimía mano de<br />
obra, y considerando lo evidente de la crisis de los partidos y movimientos políticos<br />
de base obrera después de 1970. Pero la idea generalizada de que la vieja clase<br />
obrera industrial agonizaba era un error desde el punto de vista estadístico, por lo<br />
menos a escala planetaria.<br />
Con la única excepción importante de los Estados Unidos, donde el porcentaje de<br />
la población empleada en la industria empezó a disminuir a partir de 1965, y de<br />
forma muy acusada desde 1970, la clase obrera industrial se mantuvo bastante<br />
estable a lo largo de los años dorados, incluso en los antiguos países industrializados,<br />
6 en torno a un tercio de la población activa. De hecho, en ocho de los veintiún países<br />
de la OCDE —el club de los más desarrollados— siguió en aumento entre 1960 y<br />
1980. Aumentó, naturalmente, en las zonas de industrialización reciente de la Europa<br />
no comunista, y luego se mantuvo estable hasta 1980, mientras que en Japón<br />
experimentó un fuerte crecimiento, y luego se mantuvo bastante estable en los años<br />
setenta y ochenta. En los países comunistas que experimentaron una rápida industria-<br />
6. Bélgica, Alemania (Federal), Gran Bretaña, Francia. Suecia, Suiza.<br />
LA REVOLUCIÓN SOCIAL, 1945-1990 305<br />
lización, sobre todo en la Europa <strong>del</strong> Este, la cifra de proletarios se multiplicó más<br />
deprisa que nunca, al igual que en las zonas <strong>del</strong> tercer mundo que emprendieron su<br />
propia industrialización: Brasil, México, India, Corea y otros. En resumen, al final de<br />
los años dorados había ciertamente muchísimos más obreros en el mundo, en cifras<br />
absolutas, y muy probablemente una proporción de trabajadores industriales dentro<br />
de la población mundial más alta que nunca. Con muy pocas excepciones, como<br />
Gran Bretaña, Bélgica y los Estados Unidos, en 1970 los obreros seguramente<br />
constituían una proporción <strong>del</strong> total de la población activa ocupada mayor que en la<br />
década de 1890 en todos los países en donde, a finales <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX, surgieron grandes<br />
partidos socialistas basados en la concienciación <strong>del</strong> proletariado. Sólo en los<br />
años ochenta y noventa <strong>del</strong> presente <strong>siglo</strong> se advierten indicios de una importante<br />
contracción de la clase obrera.<br />
El espejismo <strong>del</strong> hundimiento de la clase obrera se debió a los cambios internos<br />
de la misma y <strong>del</strong> proceso de producción, más que a una sangría demográfica. Las<br />
viejas industrias <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> XIX y principios <strong>del</strong> <strong>XX</strong> entraron en decadencia, y su<br />
notoriedad anterior, cuando simbolizaban «la industria» en su conjunto, hizo que su<br />
decadencia fuese más evidente. Los mineros <strong>del</strong> carbón, que antaño se contaban por<br />
cientos de miles, y en Gran Bretaña incluso por millones, acabaron siendo más<br />
escasos que los licenciados universitarios. La industria siderúrgica estadounidense<br />
empleaba ahora a menos gente que las hamburgueserías McDonald's. Cuando no<br />
desaparecían, las industrias tradicionales se iban de los viejos países industrializados<br />
a otros nuevos. La industria textil, de la confección y <strong>del</strong> calzado emigró en masa. La<br />
cantidad de empleados en la industria textil y de la confección en la República<br />
Federal de Alemania se redujo a menos de la mitad entre 1960 y 1984, pero a<br />
principios de los ochenta por cada cien trabajadores alemanes, la industria de la<br />
confección alemana empleaba a treinta y cuatro trabajadores en el extranjero (en<br />
1966 eran menos de tres). La siderurgia y los astilleros desaparecieron prácticamente<br />
de los viejos países industrializados, pero emergieron en Brasil y Corea, en España,<br />
Polonia y Rumania. Las viejas zonas industriales se convirtieron en «cinturones de<br />
herrumbre» —rustbelts, una expresión inventada en los Estados Unidos en los años<br />
setenta—, e incluso países enteros identificados con una etapa anterior de la<br />
industria, como Gran Bretaña, se desindustrializaron en gran parte, para convertirse<br />
en museos vivientes, o muertos, de un pasado extinto, que los empresarios<br />
explotaron, con cierto éxito, como atracción turística. Mientras desaparecían las<br />
últimas minas de carbón <strong>del</strong> sur de Gales, donde más de 130. 000 personas se habían<br />
ganado la vida como mineros a principios de la segunda guerra mundial, los ancianos<br />
supervivientes bajaban a las minas abandonadas para mostrar a grupos de turistas lo<br />
que antes habían hecho en la eterna oscuridad de las profundidades.<br />
Y aunque nuevas industrias sustituyeran a las antiguas, no eran las mismas<br />
industrias, a menudo no estaban en los mismos lugares, y lo más probable era que<br />
estuviesen organizadas de modo diferente. La jerga de los años ochenta,