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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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454 EL DERRUMBAMIENTO<br />

jas ideologías mantuvieron una influencia sustancial en América Latina, donde el<br />

movimiento insurreccional más formidable de la década de los ochenta, el Sendero<br />

Luminoso <strong>del</strong> Perú, se proclamaba maoísta. Seguían vivas también en África y en la<br />

India. Es más, para sorpresa de quienes se educaron en los tópicos de la guerra fría,<br />

partidos gobernantes de «vanguardia» <strong>del</strong> tipo soviético sobrevivieron a la caída de la<br />

Unión Soviética, en especial en países atrasados y en el tercer mundo. Ganaron<br />

elecciones limpias en el sur de los Balcanes y demostraron en Cuba y Nicaragua, en<br />

Angola, e incluso en Kabul, después de la retirada soviética, que eran algo más que<br />

simples clientes de Moscú. De todas maneras, incluso aquí la vieja tradición se vio<br />

erosionada, y en muchas ocasiones destruida desde dentro, como en Serbia, donde el<br />

Partido Comunista se transformó en un partido de ultranacionalismo granserbio, o en el<br />

movimiento palestino, donde el dominio de la izquierda laica era progresivamente minado<br />

por el ascenso <strong>del</strong> fundamentalismo islámico.<br />

V<br />

Las revoluciones de fines <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> tenían, por tanto, dos características. La atrofia<br />

de la tradición revolucionaría establecida, por un lado, y el despertar de las masas, por<br />

otro. Como hemos visto (véase el capítulo 2), a partir de 1917-1918 pocas revoluciones se<br />

han hecho desde abajo. La mayoría las llevaron a cabo minorías de activistas organizados,<br />

o fueron impuestas desde arriba, mediante golpes militares o conquistas armadas; lo que no<br />

quiere decir que, en determinadas circunstancias, no hayan sido genuinamente populares.<br />

Difícilmente hubieran podido consolidarse de otro modo, excepto en los casos en que<br />

fueron traídas por conquistadores extranjeros. Pero a fines <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> las masas<br />

volvieron a escena asumiendo un papel protagonista. El activismo minoritario, en forma de<br />

guerrillas urbanas o rurales y de terrorismo, continuó y se convirtió en endémico en el<br />

mundo desarrollado, y en partes importantes <strong>del</strong> sur de Asia y de la zona islámica. El<br />

número de incidentes terroristas en el mundo, según las cuentas <strong>del</strong> Departamento de Estado<br />

de los Estados Unidos, no dejó de aumentar: de 125 en 1968 a 831 en 1987, así como el<br />

número de sus víctimas, de 241 a 2. 905 (UN World Social Sitúation, 1989, p. 165).<br />

La lista de asesinatos políticos se hizo más larga: los presidentes Anwar el Sadat de<br />

Egipto (1981); Indira Gandhi (1984) y Rajiv Gandhi de la India (1991), por señalar<br />

algunos. Las actividades <strong>del</strong> Ejército Republicano Irlandés Provisional en el Reino Unido<br />

y de los vascos de ETA en España eran características de este tipo de violencia de<br />

pequeños grupos, que tenían la ventaja de que podían ser realizadas por unos pocos<br />

centenares —o incluso por unas pocas docenas— de activistas, con la ayuda de<br />

explosivos y de armas potentes, baratas y manejables que un floreciente tráfico<br />

internacional distribuía al por mayor en el mundo entero. Eran un síntoma de la creciente<br />

EL TERCER MUNDO Y LA REVOLUCIÓN 455<br />

«barbarización» de los tres mundos, añadida a la contaminación por la violencia<br />

generalizada y la inseguridad de la atmósfera que la población urbana de final <strong>del</strong><br />

milenio aprendió a respirar. Aunque su aportación a la causa de la revolución política<br />

fue escasa.<br />

Todo lo contrario de la facilidad con que millones de personas se lanzaban a la<br />

calle, como lo demostró la revolución iraní. O la forma en que, diez años después,<br />

los ciudadanos de la República Democrática Alemana, espontáneamente, aunque<br />

estimulados por la decisión húngara de abrir sus fronteras, optaron por votar con sus<br />

pies (y sus coches) contra el régimen, emigrando a la Alemania Occidental. En<br />

menos de dos meses lo habían hecho unos 130. 000 alemanes (Umbruch, 1990, pp.<br />

7-10), antes de que cayera el muro de Berlín. O, como en Rumania, donde la<br />

televisión captó, por vez primera, el momento de la revolución en el rostro<br />

desmoralizado <strong>del</strong> dictador cuando la multitud convocada por el régimen comenzó a<br />

abuchearle en lugar de vitorearle. O en las partes de la Palestina ocupada, cuando el<br />

movimiento de masas de la intifada, que comenzó en 1987, demostró que a partir de<br />

entonces sólo la represión activa, y no la pasividad o la aceptación tácita, mantenía la<br />

ocupación israelí. Fuera lo que fuese lo que estimulaba a las masas inertes a la acción<br />

(medios de comunicación modernos como la televisión y las cintas magnetofónicas<br />

hacían difícil mantener aislados de los acontecimientos mundiales incluso a los<br />

habitantes de las zonas más remotas) era la facilidad con que las masas salían a la<br />

calle lo que decidió las cuestiones.<br />

Estas acciones de masas no derrocaron ni podían derrocar regímenes por sí<br />

mismas. Podían incluso ser contenidas por la coerción y por las armas, como lo fue la<br />

gran movilización por la democracia en China, en 1989, con la matanza de la plaza<br />

de Tiananmen en Pekín. (Pese a sus grandes dimensiones, este movimiento urbano y<br />

estudiantil representaba sólo a una modesta minoría en China y, aun así, fue lo<br />

bastante grande como para provocar serias dudas en el régimen. ) Lo que esta<br />

movilización de masas consiguió fue demostrar la pérdida de legitimidad <strong>del</strong><br />

régimen. En Irán, al igual que en Petrogrado en 1917, la pérdida de legitimidad se<br />

demostró <strong>del</strong> modo más clásico con el rechazo a obedecer las órdenes por parte <strong>del</strong><br />

ejército y la policía. En la Europa oriental, convenció a los viejos regímenes,<br />

desmoralizados ya por la retirada de la ayuda soviética, de que su tiempo se había<br />

acabado. Era una demostración de manual de la máxima leninista según la cual el<br />

voto de los ciudadanos con los pies podía ser más eficaz que el depositado en las<br />

elecciones. Claro que el simple estrépito de los pies de las masas ciudadanas no<br />

podía, por sí mismo, hacer revoluciones. No eran ejércitos, sino multitudes, o sea,<br />

agregados estadísticos de individuos. Para ser eficaces necesitaban líderes,<br />

estructuras políticas o programas. Lo que las movilizó en Irán fue una campaña de<br />

protesta política realizada por adversarios <strong>del</strong> régimen; pero lo que convirtió esa<br />

campaña en una revolución fue la prontitud con que millones de personas se sumaron<br />

a ella. Otros ejemplos anteriores de estas intervenciones directas de las masas<br />

respondían a una llamada política desde

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