Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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484 EL DERRUMBAMIENTO<br />
que no presionaría a los partidarios de la línea dura en Berlín y Praga. Tenían que<br />
arreglárselas por sí mismos.<br />
La retirada de la URSS acentuó su quiebra. Seguían en el poder tan sólo en virtud<br />
<strong>del</strong> vacío que habían creado a su alrededor, que no había dejado otra alternativa al<br />
statu quo que la emigración (donde fue posible) o (para unos pocos) la formación de<br />
grupos marginales de intelectuales disidentes. La mayoría de los ciudadanos había<br />
aceptado el orden de cosas existente porque no tenían alternativa. Las personas con<br />
energía, talento y ambición trabajaban dentro <strong>del</strong> sistema, ya que cualquier puesto<br />
que requiriese estas características, y cualquier expresión pública de talento, estaba<br />
dentro <strong>del</strong> sistema o contaba con su permiso, incluso en campos totalmente ajenos a<br />
la política, como el salto de pértiga o el ajedrez. Esto se aplicaba también a la oposición<br />
tolerada, sobre todo en el ámbito artístico, que floreció con el declive de los<br />
sistemas, como los escritores disidentes que prefirieron no emigrar descubrieron a su<br />
costa después de la caída <strong>del</strong> comunismo, cuando fueron tratados como<br />
colaboracionistas. 12 No es extraño que la mayor parte de la gente optara por una vida<br />
tranquila que incluía los gestos formales de apoyo (votaciones o manifestaciones) a<br />
un sistema en el que nadie —excepto los estudiantes de primaria— creía, incluso<br />
cuando las penas por disentir dejaron de ser terroríficas. Una de las razones por las<br />
que el antiguo régimen fue denunciado con inusitada fiereza tras su caída, sobre todo<br />
en los países de línea dura como Checoslovaquia y la ex RDA, fue que<br />
la gran mayoría votaba en las elecciones fraudulentas para evitarse consecuencias<br />
desagradables, aunque éstas no fuesen muy graves; participaba en las marchas<br />
obligatorias... Los informadores de la policía se reclutaban con facilidad, seducidos<br />
por privilegios miserables, y a menudo aceptaban prestar servicios como resultado<br />
de una presión muy leve (Kolakowski, 1992, pp. 55-56).<br />
Pero casi nadie creía en el sistema o sentía lealtad alguna hacia él, ni siquiera los que<br />
lo gobernaban. Sin duda se sorprendieron cuando las masas abandonaron finalmente<br />
su pasividad y manifestaron su disidencia (el momento de estupor fue captado para<br />
siempre en diciembre de 1989, con las imágenes de vídeo que mostraban al<br />
presidente Ceaucescu ante una masa que, en lugar de aplaudirle lealmente, le<br />
abucheaba), pero lo que les sorprendió no fue la disidencia, sino tan sólo su<br />
manifestación. En el momento de la verdad ningún gobierno de la Europa oriental<br />
ordenó a sus tropas que disparasen. Salvo en Rumania, todos abdicaron<br />
pacíficamente, e incluso allí la resistencia fue breve. Quizás no hubieran podido<br />
recuperar el control, pero ni siquiera lo intentaron. En ningún lugar hubo grupo<br />
alguno de comunistas radicales que se preparase para morir en el bunker por su fe, ni<br />
siquiera por el historial nada desdeñable de cuarenta años de gobierno comunista en<br />
12. Incluso un antagonista tan apasionado <strong>del</strong> comunismo como el escritor ruso Alexander<br />
Solzhenitsyn desarrolló su carrera de escritor dentro <strong>del</strong> sistema, que permitió y estimuló la publicación de<br />
sus primeras obras con propósitos reformistas.<br />
EL FINAL DEL SOCIALISMO 485<br />
varios de esos estados. ¿Qué hubieran tenido que defender? ¿Sistemas económicos<br />
cuya inferioridad respecto a sus vecinos occidentales saltaba a la vista, sistemas en<br />
decadencia que habían demostrado ser irreformables, incluso donde se habían<br />
realizado esfuerzos serios e inteligentes para reformarlos? ¿Sistemas que habían<br />
perdido claramente la justificación que había sostenido a sus cuadros en el pasado:<br />
que el socialismo era superior al capitalismo y estaba destinado a reemplazarlo?<br />
¿Quién podía seguir creyendo esto, aunque hubiese parecido plausible en los años<br />
cuarenta y hasta en los cincuenta?<br />
Desde el momento en que los estados comunistas dejaron de estar unidos, y hasta<br />
llegaron a enfrentarse en conflictos armados (por ejemplo, China y Vietnam a<br />
principios de los ochenta), ni siquiera se podía hablar de un solo «campo socialista».<br />
Lo único que quedaba de las viejas esperanzas era el hecho de que la URSS, el país<br />
de la revolución de octubre, era una de las dos superpotencias mundiales. Con la<br />
excepción tal vez de China, todos los gobiernos comunistas, y un buen número de<br />
partidos comunistas y de los estados o movimientos <strong>del</strong> tercer mundo, sabían muy<br />
bien cuánto debían a la existencia de este contrapeso al predominio económico y<br />
estratégico <strong>del</strong> otro lado. Pero la URSS se estaba desprendiendo de una carga<br />
político-militar que ya no podía soportar, e incluso países comunistas que no<br />
dependían de Moscú (Yugoslavia, Albania) podían darse cuenta de cuan<br />
profundamente les iba a debilitar su desaparición.<br />
En cualquier caso, tanto en Europa como en la Unión Soviética, los comunistas<br />
que se habían movido por sus viejas convicciones eran ya una generación <strong>del</strong> pasado.<br />
En 1989, pocas personas de menos de sesenta años podían haber compartido la<br />
experiencia que había unido comunismo y patriotismo en muchos países, es decir, la<br />
segunda guerra mundial y la resistencia, y muy pocos menores de cincuenta años<br />
podían tener siquiera recuerdos vividos de esos tiempos. Para la mayoría, el principio<br />
legitimador de estos estados era poco más que retórica oficial o anécdotas de<br />
ancianos. 13 Era probable, incluso, que los miembros más jóvenes <strong>del</strong> partido no<br />
fuesen comunistas al viejo estilo, sino simplemente hombres y mujeres (no muchas<br />
mujeres, por desgracia) que habían hecho carrera en países que resultaban estar bajo<br />
dominio comunista. Cuando los tiempos cambiaron estaban dispuestos, de poder<br />
hacerlo, a mudar de chaqueta a la primera ocasión. En resumen, quienes gobernaban<br />
los regímenes satélites soviéticos, o bien habían perdido la fe en su propio sistema o<br />
bien nunca la habían tenido. Mientras los sistemas funcionaban, los hicieron<br />
funcionar. Cuando quedó claro que la propia Unión Soviética les abandonaba a su<br />
suerte, los reformistas intentaron (como en Polonia y Hungría) negociar una<br />
transición pacífica,<br />
13. Este no era el caso, evidentemente, de los estados comunistas <strong>del</strong> tercer mundo como Vietnam,<br />
donde la lucha por la liberación continuó hasta mediados de los años setenta, pero en esos países las<br />
divisiones civiles de las guerras de liberación estaban, probablemente, más vivas también en la memoria<br />
de la gente.