Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP
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478 EL DERRUMBAMIENTO<br />
glasnost era un programa mucho más específico que la perestroika. Significaba la<br />
introducción o reintroducción de un estado democrático constitucional basado en el<br />
imperio de la ley y en el disfrute de las libertades civiles, tal como se suelen entender. Esto<br />
implicaba la separación entre partido y estado y (contra todo lo que había sucedido desde<br />
la llegada al poder de Stalin) el desplazamiento <strong>del</strong> centro efectivo de gobierno <strong>del</strong><br />
partido al estado. Esto, a su vez, implicaba el fin <strong>del</strong> sistema de partido único y de su papel<br />
«dirigente». También, obviamente, el resurgimiento de los soviets en todos los niveles, en<br />
forma de asambleas representativas genuinamente elegidas, culminando en un Soviet<br />
Supremo que iba a ser una asamblea legislativa verdaderamente soberana que otorgase el<br />
poder a un ejecutivo fuerte, pero que fuese también capaz de controlarlo. Esta era, al<br />
menos, la teoría.<br />
En la práctica, el nuevo sistema constitucional llegó a instalarse. Pero el nuevo<br />
sistema económico de la perestroika apenas había sido esbozado en 1987-1988 mediante<br />
una legalización de pequeñas empresas privadas («cooperativas») —es decir, de gran parte<br />
de la economía sumergida— y con la decisión de permitir, en principio, que quebraran las<br />
empresas estatales con pérdidas permanentes. La distancia entre la retórica de la reforma<br />
económica y la realidad de una economía que iba palpablemente para abajo se ensanchaba<br />
día a día.<br />
Esto era extremadamente peligroso, porque la reforma constitucional se limitaba a<br />
desmantelar un conjunto de mecanismos políticos y los reemplazaba por otros. Pero<br />
dejaba abierta la cuestión de cuáles serían las tareas de las nuevas instituciones, aunque<br />
los procesos de decisión iban a ser, presumiblemente, más engorrosos en una democracia<br />
que en un sistema de mando militar. Para la mayoría de la gente la diferencia estribaría,<br />
simplemente, en que en un caso tendrían la oportunidad de tener un auténtico proceso<br />
electoral cada cierto tiempo y, entre tanto, de escuchar las críticas al gobierno de la<br />
oposición política. Por otra parte, el criterio de la perestroika era y tenía que ser no el de<br />
cómo se dirigía la economía en principio, sino el de cómo funcionaba día a día, de formas<br />
que pudieran medirse y especificarse fácilmente. Sólo podía juzgársela por los resultados.<br />
Para la mayoría de los ciudadanos soviéticos esto significaba por lo que ocurría con sus<br />
ingresos reales, por el esfuerzo necesario para ganarlos, por la cantidad y variedad de los<br />
bienes y servicios a su alcance y por la facilidad con que pudiese adquirirlos.<br />
Pero mientras estaba muy claro contra qué estaban los reformistas económicos y qué<br />
era lo que deseaban abolir, su alternativa —«una economía socialista de mercado» con<br />
empresas autónomas y económicamente viables, públicas, privadas y cooperativas,<br />
guiadas macroeconómicamente por el «centro de decisiones económico»— era poco más<br />
que una frase. Significaba, simplemente, que los reformistas querían tener las ventajas <strong>del</strong><br />
capitalismo sin perder las <strong>del</strong> socialismo. Nadie tenía la menor idea de cómo iba a llevarse<br />
a la práctica esta transición de una economía estatal centralizada al nuevo sistema, ni<br />
tampoco de cómo iba a funcionar una economía que seguiría siendo, en un futuro<br />
previsible, dual: estatal y no estatal a la vez. El atrac-<br />
EL FINAL DEL SOCIALISMO 479<br />
tivo de la ideología ultrarradical <strong>del</strong> libre mercado tatcherita o reaganista para los<br />
jóvenes intelectuales reformistas consistía en que prometía proporcionar una solución<br />
drástica y automática a estos problemas. (Como era de prever, no lo hizo. )<br />
Lo más cercano a un mo<strong>del</strong>o de transición para los reformistas de Gorbachov era<br />
probablemente el vago recuerdo histórico de la Nueva Política Económica de 1921-1928.<br />
Ésta, al fin y al cabo, había «alcanzado resultados espectaculares en revitalizar la<br />
agricultura, el comercio, la industria y las finanzas durante varios años después de 1921»<br />
y había saneado una economía colapsada porque «confió en las fuerzas <strong>del</strong> mercado»<br />
(Vernikov, 1989, p. 13). Es más, una política muy parecida de liberalización de mercados<br />
y descentralización había producido, desde el final <strong>del</strong> maoísmo, resultados<br />
impresionantes en China, cuya tasa de crecimiento <strong>del</strong> PNB durante los años ochenta, una<br />
media <strong>del</strong> 10 por 100 anual, sólo fue superada por la de Corea <strong>del</strong> Sur (World Bank Atlas,<br />
1990). Pero no había comparación posible entre la Rusia paupérrima, tecnológicamente<br />
atrasada y predominantemente rural de los años veinte y la URSS urbana e industrializada<br />
de los ochenta, cuyo sector más avanzado, el complejo científico-militar-industrial<br />
(incluyendo el programa espacial), dependía de un mercado con un solo comprador. No es<br />
arriesgado decir que la perestroika hubiera funcionado mucho mejor si en 1980 Rusia<br />
hubiera seguido siendo (como China en esa fecha) un país con un 80 por 100 de<br />
campesinos, cuya idea de una riqueza más allá de los sueños de avaricia era un aparato<br />
de televisión. (A principios de los años setenta cerca de un 70 por 100 de la población<br />
soviética veía por término medio la televisión una hora y media diaria) (Kerblay, 1983,<br />
pp. 140-141).<br />
No obstante, el contraste entre la perestroika soviética y la china no se explica <strong>del</strong> todo<br />
por estos desfases temporales, ni siquiera por el hecho obvio de que los chinos tuvieron<br />
mucho cuidado de mantener intacto el sistema de mando centralizado. Hasta qué punto se<br />
beneficiaron los chinos de las tradiciones culturales <strong>del</strong> Extremo Oriente, que resultaron<br />
favorecer el crecimiento económico con independencia de los sistemas sociales, es algo<br />
que deberán investigar los historiadores <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>I.<br />
¿Podía alguien pensar en serio en 1985 que, seis años más tarde, la Unión Soviética y su<br />
Partido Comunista dejarían de existir y que todos los demás regímenes comunistas<br />
europeos habrían desaparecido? A juzgar por la falta total de preparación de los gobiernos<br />
occidentales ante el súbito desmoronamiento de 1989-1991, las predicciones de una<br />
inminente desaparición <strong>del</strong> enemigo ideológico no eran más que calderilla de retórica<br />
para consumo público. Lo que condujo a la Unión Soviética con creciente velocidad<br />
hacia el abismo fue la combinación de glasnost, que significaba la desintegración de la<br />
autoridad, con una perestroika que conllevó la destrucción de los viejos mecanismos que<br />
hacían funcionar ¡a economía, sin proporcionar ninguna alternativa, y provocó, en<br />
consecuencia, el creciente deterioro <strong>del</strong> nivel de vida de los ciudadanos. El país se movió<br />
hacia una política electoral pluralista en el mismo instante en que se hundía en la<br />
anarquía económica. Por