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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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212 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES<br />

tenía razón al suponer que la mejor manera de conseguir el apoyo de las masas,<br />

incluso de las capas medias bajas —y no sólo en la región occidental de la India de la<br />

que era originario—, consistía en defender el carácter sagrado de las vacas y la<br />

costumbre de que las muchachas indias contrajeran matrimonio a los diez años de<br />

edad, así como afirmar la superioridad espiritual de la antigua civilización hindú o<br />

«aria» y de su religión frente a la civilización «occidental» y a sus admiradores<br />

nativos. La primera fase importante <strong>del</strong> movimiento nacionalista indio, entre 1905 y<br />

1910, se desarrolló bajo estas premisas y en ella tuvieron un peso importante los<br />

jóvenes terroristas de Bengala. Luego, Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948)<br />

conseguiría movilizar a decenas de millones de personas de las aldeas y bazares de la<br />

India apelando igualmente al nacionalismo como espiritualidad hindú, aunque cuidando<br />

de no romper el frente común con los modernizadores (de los que realmente<br />

formaba parte; véase La era <strong>del</strong> imperio, capítulo 13) y evitando el antagonismo con<br />

la India musulmana, que había estado siempre implícito en el nacionalismo hindú.<br />

Gandhi inventó la figura <strong>del</strong> político como hombre santo, la revolución mediante la<br />

resistencia pasiva de la colectividad («no cooperación no violenta») e incluso la<br />

modernización social, como el rechazo <strong>del</strong> sistema de castas, aprovechando el<br />

potencial reformista contenido en las ambigüedades cambiantes de un hinduismo en<br />

evolución. Su éxito fue más allá de cualquier expectativa (y de cualquier temor).<br />

Pero a pesar de ello, como reconoció al final de su vida, antes de ser asesinado por un<br />

fanático <strong>del</strong> exclusivismo hindú en la tradición de Tilak, había fracasado en su<br />

objetivo fundamental. A largo plazo resultaba imposible conciliar lo que movía a las<br />

masas y lo que convenía hacer. A fin de cuentas, la India independiente sería<br />

gobernada por aquellos que «no deseaban la revitalización de la India <strong>del</strong> pasado»,<br />

por quienes «no amaban ni comprendían ese pasado... sino que dirigían su mirada<br />

hacia Occidente y se sentían fuertemente atraídos por el progreso occidental»<br />

(Nehru, 1936, pp. 23-24). Sin embargo, en el momento de escribir este libro, la<br />

tradición antimodernista de Tilak, representada por el agresivo partido BJP, sigue<br />

siendo el principal foco de oposición popular y —entonces como ahora— la<br />

principal fuerza de división en la India, no sólo entre las masas, sino entre los<br />

intelectuales. El efímero intento de Mahatma Gandhi de dar vida a un hinduismo a la<br />

vez populista y progresista ha caído totalmente en el olvido.<br />

En el mundo musulmán surgió un planteamiento parecido, aunque en él todos los<br />

modernizadores estaban obligados (salvo después de una revolución victoriosa) a<br />

manifestar su respeto hacia la piedad popular, fueran cuales fueren sus convicciones<br />

íntimas. Pero, a diferencia de la India, el intento de encontrar un mensaje reformista<br />

o modernizador en el islam no pretendía movilizar a las masas y no sirvió para ello.<br />

A los discípulos de Jamal al-Din al-Afghani (1839-1897) en Irán, Egipto y Turquía,<br />

los de su seguidor Mohammed Abduh (1849-1905) en Egipto y los <strong>del</strong> argelino<br />

Abdul Hamid Ben Badis (1889-1940) no había que buscarlos en las aldeas sino en las<br />

escuelas y universidades, donde el mensaje de resistencia a las potencias europeas<br />

habría<br />

EL FIN DE LOS IMPERIOS 213<br />

encontrado en cualquier caso un auditorio propicio. 3 Sin embargo, ya hemos visto<br />

(véase el capítulo 5) que en el mundo islámico los auténticos revolucionarios y los<br />

que accedieron a posiciones de poder fueron modernizadores laicos que no<br />

profesaban el islamismo: hombres como Kemal Atatürk, que sustituyó el fez turco<br />

(que era una innovación introducida en el <strong>siglo</strong> XIX) por el sombrero hongo y la<br />

escritura árabe, asociada al islamismo, por el alfabeto latino, y que, de hecho,<br />

rompieron los lazos existentes entre el islam, el estado y el derecho. Sin embargo,<br />

como lo confirma una vez más la historia reciente, la movilización de las masas se<br />

podía conseguir más fácilmente partiendo de una religiosidad popular antimoderna<br />

(el «fundamentalismo islámico»). En resumen, en el tercer mundo un profundo<br />

conflicto separaba a los modernizadores, que eran también los nacionalistas (un<br />

concepto nada tradicional), de la gran masa de la población.<br />

Así pues, los movimientos antiimperialistas y anticolonialistas anteriores a 1914<br />

fueron menos importantes de lo que cabría pensar si se tiene en cuenta que medio<br />

<strong>siglo</strong> después <strong>del</strong> estallido de la primera guerra mundial no quedaba vestigio alguno<br />

de los imperios coloniales occidental y japonés. Ni siquiera en América Latina<br />

resultó un factor político importante la hostilidad contra la dependencia económica<br />

en general y contra Estados Unidos —el único estado imperialista que mantenía una<br />

presencia militar allí— en particular. El único imperio que se enfrentó en algunas<br />

zonas a problemas que no era posible solucionar con una simple actuación policíaca<br />

fue el británico. En 1914 ya había concedido la autonomía interna a las colonias en<br />

las que predominaba la población blanca, conocidas desde 1907 como «dominios»<br />

(Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica) y estaba concediendo autonomía<br />

(«Home Rule») a la siempre turbulenta Irlanda. En la India y en Egipto se apreciaba<br />

ya que los intereses imperiales y las exigencias de autonomía, e incluso de<br />

independencia, podían requerir una solución política. Podría afirmarse, incluso, que a<br />

partir de 1905 el nacionalismo se había convertido en estos países en un movimiento<br />

de masas.<br />

No obstante, fue la primera guerra mundial la que comenzó a quebrantar la<br />

estructura <strong>del</strong> colonialismo mundial, además de destruir dos imperios (el alemán y el<br />

turco, cuyas posesiones se repartieron sobre todo los británicos y los franceses) y<br />

dislocar temporalmente un tercero, Rusia (que recobró sus posesiones asiáticas al<br />

cabo de pocos años). Las dificultades causadas por la guerra en los territorios<br />

dependientes, cuyos recursos necesitaba Gran Bretaña, provocaron inestabilidad. El<br />

impacto de la revolución de octubre y el hundimiento general de los viejos<br />

regímenes, al que siguió la independencia irlandesa de facto para los veintiséis<br />

condados <strong>del</strong> sur (1921), hicieron pensar, por primera vez, que los imperios<br />

extranjeros no eran inmortales. A la conclusión de la guerra, el partido egipcio Wafd<br />

(«<strong>del</strong>egación»), encabezado por Said Zaghlul e inspirado en la retórica <strong>del</strong> presidente<br />

Wilson, exigió por<br />

3. En la zona <strong>del</strong> norte de África ocupada por los franceses, la religión <strong>del</strong> mundo rural estaba dominada<br />

por santones sufíes (marabuts) denunciados por los reformistas.

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