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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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332 LA EDAD DE ORO<br />

Que los niveles sociales más altos se inspirasen en lo que veían en «el pueblo» no<br />

era una novedad en sí mismo. Aun dejando a un lado a la reina María Antonieta, que<br />

jugaba a hacer de pastora, los románticos habían adorado la cultura, la música y los<br />

bailes populares campesinos, sus intelectuales más a la moda (Bau<strong>del</strong>aire) habían<br />

coqueteado con la nostalgie de la boue (nostalgia <strong>del</strong> arroyo) urbana, y más de un<br />

Victoriano había descubierto que las relaciones sexuales con miembros de las clases<br />

inferiores, de uno u otro sexo según los gustos personales, eran muy gratificantes.<br />

(Estos sentimientos no han desaparecido aún a fines <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>.) En la era <strong>del</strong><br />

imperialismo las influencias culturales empezaron a actuar sistemáticamente de abajo<br />

arriba (véase La era <strong>del</strong> imperio, capítulo 9) gracias al impacto de las nuevas artes<br />

plebeyas y <strong>del</strong> cine, el entretenimiento de masas por excelencia. Pero la mayoría de<br />

los espectáculos populares y comerciales de entre-guerras seguían bajo la hegemonía<br />

de la clase media o amparados por su cobertura. La industria cinematográfica <strong>del</strong><br />

Hollywood clásico era, antes que nada, respetable: sus ideas sociales eran la versión<br />

estadounidense de los sólidos «valores familiares», y su ideología, la de la oratoria<br />

patriótica. Siempre que, buscando el éxito de taquilla, Hollywood descubría un<br />

género incompatible con el universo moral de las quince películas de la serie de<br />

«Andy Hardy» (1937-1947), que ganó un Oscar por su «aportación al fomento <strong>del</strong><br />

modo de vida norteamericano» (Halliwell, 1988, p. 321), como ocurrió con las<br />

primeras películas de gangsters, que corrían el riesgo de idealizar a los <strong>del</strong>incuentes,<br />

el orden moral quedaba pronto restaurado, si es que no estaba ya en las seguras<br />

manos <strong>del</strong> Código de Producción de Hollywood (1934-1966), que limitaba la<br />

duración permitida de los besos (con la boca cerrada) en pantalla a un máximo de<br />

treinta segundos. Los mayores triunfos de Hollywood —como Lo que el viento se<br />

llevó— se basaban en novelas concebidas para un público de cultura y clase medias,<br />

y pertenecían a ese universo cultural en el mismo grado que La feria de las<br />

vanidades de Thackeray o el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand. Sólo el<br />

género anárquico y populista de la comedia cinematográfica, hija <strong>del</strong> vodevil y <strong>del</strong><br />

circo, se resistió un tiempo a ser ennoblecido, aunque en los años treinta acabó<br />

sucumbiendo a las presiones de un brillante género de bulevar, la «comedia loca» de<br />

Hollywood.<br />

También el triunfante «musical» de Broadway <strong>del</strong> período de entreguerras, y los<br />

números bailables y canciones que contenía, eran géneros burgueses, aunque<br />

inconcebibles sin la influencia <strong>del</strong> jazz. Se escribían para la clase media de Nueva<br />

York, con libretos y letras dirigidos claramente a un público adulto que se veía a sí<br />

mismo como gente refinada de ciudad. Una rápida comparación de las letras de Cole<br />

Porter con las de los Rolling Stones basta para ilustrar este punto. Al igual que la<br />

edad de oro de Hollywood, la edad de oro de Broadway se basaba en la simbiosis de<br />

lo plebeyo y lo respetable, pero no de lo populista.<br />

La novedad de los años cincuenta fue que los jóvenes de clase media y alta, por lo<br />

menos en el mundo anglosajón, que marcaba cada vez más la<br />

LA REVOLUCIÓN CULTURAL 333<br />

pauta universal, empezaron a aceptar como mo<strong>del</strong>os la música, la ropa e incluso el<br />

lenguaje de la clase baja urbana, o lo que creían que lo era. La música rock fue el<br />

caso más sorprendente. A mediados de los años cincuenta, surgió <strong>del</strong> gueto de la<br />

«música étnica» o de rythm and blues de los catálogos de las compañías de discos<br />

norteamericanas, destinadas a los negros norteamericanos pobres, para convertirse en<br />

el lenguaje universal de la juventud, sobre todo de la juventud blanca.<br />

Anteriormente, los jóvenes elegantes de clase trabajadora habían adoptado los estilos<br />

de la moda de los niveles sociales más altos o de subculturas de clase media como los<br />

artistas bohemios; en mayor grado aún las chicas de clase trabajadora. Ahora parecía<br />

tener lugar una extraña inversión de papeles: el mercado de la moda joven plebeya se<br />

independizó, y empezó a marcar la pauta <strong>del</strong> mercado patricio. Ante el avance de los<br />

téjanos (para ambos sexos), la alta costura parisina se retiró, o aceptó su derrota<br />

utilizando sus marcas de prestigio para vender productos de consumo masivo,<br />

directamente o a través de franquicias. El de 1965 fue el primer año en que la<br />

industria de la confección femenina de Francia produjo más pantalones que faldas<br />

(Veillon, 1993, p. 6). Los jóvenes aristócratas empezaron a desprenderse de su acento<br />

y a emplear algo parecido al habla de la clase trabajadora londinense. 2 Jóvenes<br />

respetables de uno y otro sexo empezaron a copiar lo que hasta entonces no había<br />

sido más que una moda indeseable y machista de obreros manuales, soldados y<br />

similares: el uso despreocupado de tacos en la conversación. La literatura siguió la<br />

pauta: un brillante crítico teatral llevó la palabra fuck [«joder»] a la audiencia<br />

radiofónica de Gran Bretaña. Por primera vez en la historia de los cuentos de hadas,<br />

la Cenicienta se convirtió en la estrella <strong>del</strong> baile por el hecho de no llevar ropajes<br />

espléndidos.<br />

El giro populista de los gustos de la juventud de clase media y alta en Occidente,<br />

que tuvo incluso algunos paralelismos en el tercer mundo, con la conversión de los<br />

intelectuales brasileños en adalides de la samba, 3 puede tener algo que ver con el<br />

fervor revolucionario que en política e ideología mostraron los estudiantes de clase<br />

media unos años más tarde. La moda suele ser profética, aunque nadie sepa cómo. Y<br />

ese estilo se vio probablemente reforzado entre los jóvenes de sexo masculino por la<br />

aparición de una subcultura homosexual de singular importancia a la hora de marcar<br />

las pautas de la moda y el arte. Sin embargo, puede que baste considerar que el estilo<br />

populista era una forma de rechazar los valores de la generación de los padres o, más<br />

bien, un lenguaje con el que los jóvenes tanteaban nuevas formas de relacionarse con<br />

un mundo para el que las normas y los valores de sus mayores parecía que ya no eran<br />

válidos.<br />

2. Los jóvenes de Eton empezaron a hacerlo a finales de los años cincuenta, según un vicedirector de esa<br />

institución de elite.<br />

3. Chico Buarque de Holanda, la máxima figura en el panorama de la música popular brasileña, era hijo de<br />

un destacado historiador progresista que había sido una importante figura en el renacimiento cultural e<br />

intelectual de su país en los años treinta.

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