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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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550 EL DERRUMBAMIENTO<br />

los soldados invasores, contra quienes había diseñado artefactos militares para la<br />

defensa de su ciudad, Siracusa, en los que ni se fijaron cuando le mataban: «Por<br />

Dios, no destrocéis mis diagramas». Era comprensible, pero poco realista.<br />

Sólo los poderes transformadores de los que tenían la llave les sirvieron de<br />

protección, porque éstos parecían depender de que se permitiera seguir a su aire a<br />

una elite privilegiada e incomprensible —hasta muy avanzado el <strong>siglo</strong>,<br />

incomprensible incluso por su relativa falta de interés en los signos externos de la<br />

riqueza y el poder—. Todos los estados <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> que actuaron de otra manera<br />

tuvieron ocasión de lamentarlo. En consecuencia, todos los estados apoyaron la<br />

ciencia, que, a diferencia de las artes y de la mayor parte de las humanidades, no<br />

podía funcionar de forma eficaz sin tal apoyo, a la vez que evitaban interferir en ella<br />

en la medida de lo posible. Pero a los gobiernos no les interesan las verdades últimas<br />

(salvo las ideológicas o religiosas) sino la verdad instrumental. Pueden a lo sumo<br />

fomentar la investigación «pura» (es decir, la que resulta inútil de momento) porque<br />

podría producir algún día algo útil, o por razones de prestigio nacional, ya que en<br />

este terreno la consecución de premios Nobel se antepone a la de las medallas<br />

olímpicas, y se valora mucho más. Estos fueron los fundamentos sobre los que se<br />

erigieron las estructuras triunfantes de la investigación y la teoría científica, gracias a<br />

las cuales el <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> será recordado como una era de progreso y no únicamente de<br />

tragedias humanas.<br />

Capítulo XIX<br />

EL FIN DEL MILENIO<br />

Estamos en el principio de una nueva era, que se caracteriza por<br />

una gran inseguridad, por una crisis permanente y por la ausencia de<br />

cualquier tipo de statu quo... Hemos de ser conscientes de que nos<br />

encontramos en una de aquellas crisis de la historia mundial que<br />

describió Jakob Burckhardt. Ésta no es menos importante que la que<br />

se produjo después de 1945, aun cuando ahora las condiciones para<br />

remontarla parecen mejores, porque no hay potencias vencedoras ni<br />

vencidas, ni siquiera en la Europa oriental.<br />

M. STÜRMER en Bergedorf (1993. p. 59)<br />

Aunque el ideal terrenal <strong>del</strong> socialismo y el comunismo se haya<br />

derrumbado, los problemas que este ideal intentaba resolver<br />

permanecen: se trata de la descarada utilización social <strong>del</strong> desmesurado<br />

poder <strong>del</strong> dinero, que muchas veces dirige el curso de los<br />

acontecimientos. Y si la lección global <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong> no produce una<br />

seria reflexión, el inmenso torbellino rojo puede repetirse de<br />

principio a fin.<br />

ALEXANDER SOLZHENITSYN, en New York Times, 28 de<br />

noviembre de 1993<br />

Para un escritor es un privilegio haber presenciado el final de tres<br />

estados: la república de Weimar, el estado fascista y la República<br />

Democrática Alemana. Creo que no viviré lo suficiente como para<br />

presenciar el final de la República Federal.<br />

HEINER MÜLLER (1992, p. 361)

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