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Eric Hobsbawn – Historia del siglo XX - UHP

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380 LA EDAD DE ORO<br />

Por consiguiente, no resultaba muy probable que la NEP —es decir, un crecimiento<br />

económico equilibrado, basado en una economía agrícola de mercado dirigida desde<br />

arriba por el estado— se consolidara como una estrategia duradera. Para un régimen<br />

comprometido con el socialismo, en todo caso, los argumentos en su contra eran<br />

contundentes. Las escasas fuerzas dedicadas a la construcción de la nueva sociedad ¿no<br />

quedarían a merced de la producción de mercancías en pequeña escala y de la pequeña<br />

empresa, que acabarían regenerando el capitalismo que la revolución acababa de derrocar?<br />

Y, sin embargo, lo que hacía vacilar al Partido Bolchevique era el coste previsible de la<br />

alternativa: la industrialización forzosa implicaba una segunda revolución, pero esta vez no<br />

desde abajo, sino impuesta por el poder <strong>del</strong> estado desde arriba.<br />

Stalin, que presidió la edad de hierro de la URSS que vino a continuación, fue un<br />

autócrata de una ferocidad, una crueldad y una falta de escrúpulos excepcionales o, a decir<br />

de algunos, únicas. Pocos hombres han manipulado el terror en tal escala. No cabe duda de<br />

que, bajo el liderazgo de alguna otra figura <strong>del</strong> Partido Bolchevique, los sufrimientos de los<br />

pueblos de la URSS habrían sido menores, al igual que la cantidad de víctimas. No<br />

obstante, cualquier política de modernización acelerada de la URSS, en las circunstancias<br />

de la época, habría resultado forzosamente despiadada, porque había que imponerla en<br />

contra de la mayoría de la población, a la que se condenaba a grandes sacrificios,<br />

impuestos en buena medida por la coacción. La economía de dirección centralizada<br />

responsable mediante los «planes» de llevar a cabo esta ofensiva industrializadora estaba<br />

más cerca de una operación militar que de una empresa económica. Por otro lado, al igual<br />

que sucede con las empresas militares que tienen una legitimidad moral popular, la<br />

industrialización salvaje de los primeros planes quinquenales (1929-1941) ganó apoyo<br />

gracias a la «sangre, sudor y lágrimas» que impuso a la gente. Como sabía Churchill, el<br />

sacrificio en sí puede motivar. Por difícil que resulte de creer, hasta el sistema estalinista,<br />

que volvió a convertir a los campesinos en siervos de la gleba e hizo que partes importantes<br />

de la economía dependieran de una mano de obra reclusa de entre cuatro y trece millones de<br />

personas (los gulags) (Van der Linden, 1993), contó, casi con toda certeza, con un apoyo<br />

sustancial, aunque no entre el campesinado (Fitzpatrick, 1994).<br />

La «economía planificada» de los planes quinquenales que sustituyó a la NEP en 1928<br />

era un mecanismo rudimentario, mucho más rudimentario que los cálculos de los<br />

economistas pioneros <strong>del</strong> Gosplan de los años veinte, que a su vez eran más rudimentarios<br />

que los mecanismos de planificación de que disponen los gobiernos y las grandes<br />

empresas de finales <strong>del</strong> <strong>siglo</strong> <strong>XX</strong>. Su tarea esencial era la de crear nuevas industrias más<br />

que gestionarlas, dando máxima prioridad a las industrias pesadas básicas y a la<br />

producción de energía, que eran la base de todas las grandes economías industriales:<br />

carbón, hierro y acero, electricidad, petróleo, etc. La riqueza excepcional de la URSS en<br />

las materias primas adecuadas hacía esta elección tan lógica como práctica. Al igual que<br />

en una economía de guerra —y la economía dirigida sovié-<br />

EL «SOCIALISMO REAL» 381<br />

tica era una especie de economía de guerra—, los objetivos de producción se pueden y a<br />

veces se deben fijar sin tener en cuenta el coste, ni la relación coste-eficacia, ya que el<br />

criterio es si se cumplen, y cuándo. Como en toda lucha a vida o muerte, el método más<br />

eficaz para cumplir los objetivos y las fechas es dar órdenes urgentes que produzcan<br />

paroxismos de actividad. La crisis es su forma de gestión. La economía soviética se<br />

consolidó como una serie de procesos rutinarios interrumpidos de vez en cuando por<br />

«esfuerzos de choque» casi institucionalizados en respuesta a las órdenes de la autoridad<br />

superior. Nikita Kruschev se desesperaría más tarde buscando una forma de hacer que el<br />

sistema funcionase sin que fuera «a gritos» (Kruschev, 1990, p. 18). Antes, Stalin había<br />

explotado este método fijando a sabiendas objetivos que no eran realistas para estimular<br />

esfuerzos sobrehumanos.<br />

Además, los objetivos, una vez fijados, tenían que entenderlos y cumplirlos, hasta en las<br />

más recónditas avanzadillas de la producción en el interior de Asia, administradores,<br />

gerentes, técnicos y trabajadores que, por lo menos en la primera generación, carecían de<br />

experiencia y de formación, y estaban más acostumbrados a manejar arados que máquinas.<br />

(El caricaturista David Low, que visitó la URSS a principios de los años treinta, hizo un<br />

dibujo de una muchacha de una granja colectiva «intentando por descuido ordeñar un tractor».)<br />

Esto eliminaba todo rastro de sofisticación, menos en los niveles más altos, que, por<br />

eso mismo, cargaban con la responsabilidad de una centralización cada vez más absoluta. Al<br />

igual que Napoleón y su jefe de estado mayor habían tenido que compensar a veces las<br />

deficiencias técnicas de sus mariscales, oficiales de combate sin apenas formación que<br />

habían sido promovidos desde las más bajas graduaciones, <strong>del</strong> mismo modo todas las<br />

decisiones pasaron a concentrarse cada vez más en el vértice <strong>del</strong> sistema soviético. La fuerte<br />

centralización <strong>del</strong> Gosplan compensaba la escasez de gestores. El inconveniente de este<br />

proceder era la enorme burocratización <strong>del</strong> aparato económico, así como <strong>del</strong> conjunto <strong>del</strong><br />

sistema. 2<br />

Mientras la economía se mantuvo a un nivel de semisubsistencia y sólo tuvo que poner<br />

los cimientos de la industria moderna, este sistema improvisado, que se desarrolló sobre<br />

todo en los años treinta, funcionó. Incluso llegó a desarrollar una cierta flexibilidad, de<br />

forma igualmente rudimentaria: la fijación de una serie de objetivos no interfería<br />

necesariamente en la fijación de otra serie de objetivos, como ocurriría en el complejo<br />

laberinto de una economía moderna. En realidad, para un país atrasado y primitivo, carente<br />

de toda asistencia exterior, la industrialización dirigida, pese a su despilfarro e ineficacia,<br />

funcionó de una forma impresionante. Convirtió a la URSS en una economía industrial<br />

en pocos años, capaz, a diferencia de la Rusia de los zares, de sobrevivir y ganar la guerra<br />

contra Alemania, pese a la pérdida temporal de zonas que comprendían un tercio de la<br />

población y más de la mitad<br />

2. «Si hay que dar instrucciones suficientemente claras a cada sector productivo importante y a cada<br />

unidad de producción, y en ausencia de una planificación a varios niveles, entonces es inevitable que el centro<br />

cargue con una masa colosal de trabajo» (Dyker, 1985, p. 9).

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