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RIGOR MORTIS

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Yo sudo de las manos, pies y axilas a menos que un torniquete apriete mi cuello. Bajo mi<br />

ropa, yo debo vestir dos camisetas de algodón para absorber la transpiración e igual cargo<br />

un paquete de toallas humedecidas todo el tiempo, por si se presenta la ocasión en que<br />

tengo que saludar a alguien de mano. Sin embargo, yo puedo distinguir el asco contenido<br />

de la gente en sus caras en cada entrevista, profesor, por eso uso los guantes”. Yo no me<br />

hallo tan susceptible para morder cualquiera de mis Florsheim talla 6 y no romper en risa la<br />

velada hasta que Bergier consigue tirar del mantel en rápido pase y dejar la más inquietante<br />

visión de mujer sobre la mesa. Sin mayor mejora de humor, cambia la frase a “¡Oh, Agnes!<br />

¡Ven, preciosa...déjame presentarte al profesor Melo Ripoll, afamado escritor y también<br />

brillante colega de nuestro amigo Jules Freitag!”. Ella y yo nos miramos uno al otro en<br />

silencio y entonces supe lo que se siente padecer hiperhidrosis. Cada poro en mi cuerpo<br />

alcanza la enormidad del Niágara. Yo supe en ese instante que había hallado la mujer en el<br />

primer lugar de mi lista para proponerle matrimonio y que, fallido ese enlace, no podría<br />

cambiar su posición por todos los nombres que parece allí rubrican. Ella tenía el largo<br />

cabello del color de las brasas cuando el fuego se ha extinto y queda un chispeo rojizo que<br />

parece que respira en el centro de la fogata. Sus ojos eran dos grandes joyas que brillaban.<br />

Y verdes. No un verde vegetal, sino la vivacidad de excelentes piezas chinas de jade.<br />

Dinastía Shang, dinastía Chou. Y yo debo parecer idiota con tales comparaciones. Lo<br />

intenté antes y no pude, cuando te hablé por teléfono a la mañana siguiente, ¿recuerdas?<br />

Cuando te aseguré que regresaba a casa con la mujer de mis celos y su nombre es Agnes.<br />

Estoy oyéndolo, siga, volviste a decir. Bueno, era un loco enamorado entonces, soy un<br />

enamorado loco ahora. Pero la parte clave de mi relato es que mantuvimos las manos<br />

unidas por largo tiempo en el primer saludo. Un saludo de apretón firme, increíble. Bergier<br />

trata de penetrar la línea ecuatorial diciendo que Agnes Saknussemm es una notable<br />

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