RIGOR MORTIS

de arrinconar a Carlos Hank Rhon contra una docena de personas, quien se hallaba
fanfarroneando sobre la posible apertura de casinos en Acapulco y Cancún. La
concurrencia calla temprano, el show llega tarde. De pronto, Polo Polo y Jo jo Jorge Falcón
intercambian turnos de chistes buscando arruinar mi mente. Quizás quede en estado
vegetativo por sonreír obligado. Sin embargo, los cómicos unieron fuerzas y llevaron a
cabo una rutina en tandem, que resultó ser la cosa más graciosa que haya escuchado desde
que Los Polivoces inmortalizaron la expresión “¡Hijazo de mi vidaza!”, en la película ¡Ahí
Madre!. Entonces viene un receso que Lupita Jones aprovecha para morir con los ojos
abiertos y fue hasta ese instante que conocí a Madame Gutalca. La mujer parecía más bien
la piñata de la ocasión. Baile de chispas en la mano. Un trapo en la cabeza con las mismas
lentejuelas que el vestido en negro y morado, genuina moda mental. Sortijillas de oro en
todos los dedos. Adivinadora y curandera como suscita la economía vudú, aunque sus
servicios se incluyan de modo conceptual en la categoría de los merolicos. Ella medía un
metro y pico y era triple jamona, el rostro cubierto con maquillaje óptimo para no lucir
dormida ni despierta, que me provocaba recordar a cualquiera de las estrellas del cine
mudo. Y tenía las manos más delgadas, más blancas y delicadas que haya visto nunca. Las
uñas lucían pintadas en rojo dogmático, pues sus dedos funcionan como el aparato del color
semejante que desprende tickets con un número ordinal para que los clientes hagan cola. Al
momento es presentada en voz alta por el anfitrión. La reverberación de la nota pone en
equilibrio los rincones totalmente copados de alta moda italiana: corbatas, camisas, zapatos,
bolsos de Armani, Valentino, Versace, Fendi, Gucci, Prada, Ferragamo, Zegna, Ferrè.
Madame Gutalca brinda unos pases mágicos. Muchos de los invitados piensan que hablar
de la suerte trae la suerte. O que es preferible no saber, y otras veces, es mejor saber lo
suficiente para no asustarte. Aunque luego te asustas igual, porque conocer el origen de una
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