RIGOR MORTIS

Caminando hacia su persona, provenientes de los pasillos de Artes Manuales y
Psicología. Una mujer anciana encabeza un grupo de esclavos musculosos, tatuados. Su
presencia alude al primer compás de la danza de la muerte. Los dientes de sus bordes y los
hondos de pasión en cuero negro y portando cadenas.
-¡Es él! –la abuela grita. Los corpulentos guardaespaldas la rebasan y se arrojan
contra el ser atento. Gabriel la reconoce antes de proclamar su peso verdadero: se trata del
consumidor común de bienes y vedettes por sinsabores.
El primer agresor alcanza a Gabriel Fuster y pone la mano del tamaño de un velero
japonés en la espalda de su camisa. Lo levanta en vilo y lo muestra con redoble de
tambores.
-Lo tengo, maestra Ursulita
Lo que sucede inmediatamente es todavía inexplicable. Tan repentino, que no es
posible describirlo aquí con justicia, pero dio la impresión que la palma abierta del escritor
golpeó el esternón por sorpresa del pecho fornido de su atacante y este tío salió volando por
los aires. En la trayectoria de impacto, el cuerpo saca de lugar dos grandes libreros donde,
en una de ellos, se muestra la obra completa de Rubén Darío. El toro de lidia explota contra
la mercancía, la cual salta al aire tan ligera como los beignets del Café du Monde en Nuevo
Orleans y cae en caprichosos remolinos de confeti como la primera nevada de Diciembre en
Central Park y yace inerte a mitad de la arena. El reporte forense determinará que el
impacto que el rudo recibió, afectó su corazón al igual que los riñones, el hígado, el
páncreas, la vejiga, la vesícula y el píloro. El rudo igualmente contrajo diabetes. Un
internista sugirió la posibilidad de que la enfermedad se debía a la exposición a Azul. Pero
en ese momento, nadie en la librería se reía.
La anciana pierde la calma.
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