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a una máquina eléctrica del ruido. El artista no confiaba en ellas, por ejemplo, según su<br />
propio juicio, las máquinas mantienen un malicioso zumbido bien temperado mientras uno<br />
se detiene en flexión de bostezo. Y si coloca las manos en posición preparatoria sobre el<br />
tablero, el mínimo roce irrita a la insolente bestia que equivoca la letra y echa perder la<br />
sentencia inmortal. Gabriel Fuster no gustaba de las máquinas eléctricas y, por lo tanto, no<br />
cabía alguna funcionando en ese núcleo de la duda.<br />
El escritor se mira en el espejo del lavabo, abofeteando la cordura. El no puede<br />
volver a escribir y la máquina mecanógrafa se halla multiplicando sus golpes en el cuarto<br />
contiguo. La curiosidad absorbe la mirada y Gabriel se asoma al escritorio y distingue el<br />
aparato en la contraluz de la ventana. Tres diminutas figuras operaban las teclas,<br />
haciéndolas escribir aventuras verbales a 60 palabras por minuto.<br />
-¿Cómo se deletrea necromancia? – pregunta EBE 1, o sea, entidad bio-<br />
extraterrestre uno.<br />
-Con dos Ces, corambovis iluminado de panarras – responde EBE 2.<br />
Un ¡Ooof! se escapa de EBE tercero, quién sube la rampa de la nave intergaláctica,<br />
verdaderamente deslumbrante en medio de la habitación, que provoca el fototropismo de<br />
los otros inquilinos de la casa. Hay insectos que corren hacia la obscuridad cuando un foco<br />
se enciende, como las cucarachas. Otros, en cambio, se dirigen a la luz, como la polilla. Los<br />
entomólogos tienen bien estudiada esta condición, aunque se les adelantaron los teólogos<br />
cuando dividieron a los hombres en férvidos e iconoclastas. EBE tercero apura a los suyos<br />
mediante aplausos.<br />
-Sea arreboles de brindis, iletrados<br />
Y el martilleo de las teclas se reanudaba.<br />
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