RIGOR MORTIS

CAPITULO 1¾
Al siguiente día, salgo del hotel en busca de la Avenida Cíclope. Mi preciosa Agnes se
escabulló en mi sueño, la noche anterior. Al fin una Valquiria, una poeta, una conspiradora
y una hechicera, en medio de éste, grabó sobre la calavera de caballo una maldición de tres
estrofas de treinta y tres runas cada una. Pide al viento del Norte que le dé una nave larga y
hermosos remos para surcar el mar y hostigar las islas y dar muerte al temible Krakken.
Desperté y descubro una tableta de chocolate en el lado de su almohada. Regreso a la parte
antigua de la ciudad y echo andar mi olfato de sabueso para encontrar la dirección. Yo
reconozco todas las vueltas que hicimos, a pesar de la vista distinta de esas calles de
guijarros a la luz del día. Y, por supuesto, los signos de urbanidad cambiaron de rumbo.
Llego a un callejón sin salida y en el frontispicio se lee, de potencia a potencia,
Österlånggatan. El museo no está allí. O mejor dicho, se volvió un cementerio. Me retiro
del lugar y camino sin destino. La situación es igual a mirar un espejo de una sola vista, de
interrogatorio, mirando al exterior mientras nadie puede saber lo que sucede detrás.
Polifemo, el cíclope, atrapado en su cueva, es víctima propicia de todos los Odiseos
arrojados por la tormenta y que llegan a él. Y comparado con Polifemo, negado de la mitad
de la vista, yo estaba llevando al traste mi trabajo, mi reputación.
Decido caminar a Stortoget, el pulmón de las viejas casas de comerciantes locales,
incluyendo el edificio de valores de Estocolmo. Famoso sitio en que tuvo lugar el baño de
sangre de 1520, donde nobles suecos fueron masacrados por el Rey Danés, Cristian II.
Decido caminar al parque y quedarme un rato allí. En una banca, parcialmente disuelto por
la fría brisa, repaso la novela de bolsillo.
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