RIGOR MORTIS

-Doce cuentos ¿eh? Originalmente, la exigencia era de nueve cuentos, pero yo los
aumenté para anticiparme a la ceguera. El libro se intitula Cameo.
-¿Camaro? Interesante. El Chevrolet que hubiera preferido para correrlo en domingo
y venderlo al lunes siguiente.
-Cameo, otra vez. Valga añadir que esta copia la hallé entre las manos invisibles de
Librería de Cristal.
Muestra su libro, cuya portada provoca el efecto debilitante del ayuno.
-El libro no me dice nada.
-Igual opinan los críticos. ¿Tienen razón?
El tío Rubén asume tedio. Cambia el tema. El instante pierde parpadeos, es tanto
igual como las alfombras voladoras. Disculpen ustedes, pero vigilia y sueño no son
términos correctos para el alcohólico. Verbigracia, las plantas no duermen ni velan, ellas
ejecutan ambas actividades al mismo tiempo.
-Hijo, en un santiamén rompo la fuerza de gravedad con mi pie en el acelerador y
enseguida el eje de rotación de las generaciones rechina por la altura súbita y allá abajo, en
un mundo que pierde cuerpo, paso de largo el canal de Panamá, Stonehenge, la gran
explosión de la bomba de hidrógeno y las 6 maravillas restantes en la estructura entera del
conocimiento. Atrás, por el retrovisor, frondas en llamas que se apagan. El volante lo
controlo firme con mis seis manos. Los faros atraviesan las nubes en un disparo eléctrico.
La atmósfera es más delgada de lo que aparenta, muy mala. Hay veneno en ella para
nosotros. Polvo, humo, DDT.
-¿Qué quieres decirme con eso?
-Pornografía. Eso es lo que yo miro. Nada más le saca un ojo al mundo. Demasiado
de lo demasiado de lo demasiado. Cuando yo tenía tu edad, Anita Garaña y yo llevamos a
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