RIGOR MORTIS

MONOLITO
Originalidad es volver al origen. Cuando el escultor despertó, lo primero que vio fue la
base de la alineación en los menhires. Pasan veinte minutos y endereza la cabeza
quejumbrosamente, el peso entregado boca abajo a la confusión de ripios y el polvo fino
emplastándole los labios. Dicen que algún día nuestros cuerpos nos serán lejanos, pero
ahora sus costillas se agitan al traer el bloque a la memoria, pero no es posible recordar la
ocasión de haber comprado una cantera de tal volumen y une de nuevo las imágenes con el
espacio que se contrae, ¿De dónde vino esa mole de bordes precisos? El otorgamiento es la
medida del alto y del ancho y entonces levanta la gran caja de aire que lo oprime impulsado
de ambos brazos, apoyado con las rodillas, pero el esfuerzo lo vence en su costado. Los
ojos se levantan siguiendo la cúspide, aparentemente infinita, y cuando mira la mole en su
completa magnitud, vuelve a perder el equilibrio como se saluda estupefacto a las
montañas. El monolito es un perfecto paralelepípedo de uno por cuatro por nueve. No tenía
recuerdo de cómo y cuándo o por qué...pero era su trabajo, eso era cierto. El dolor en sus
muñecas se lo indicaba, el dolor tallando la misma piedra, corrigiendo el mismo canto todas
las noches. Esta era la vida de Pedro, cincelando el mármol más poderoso y en la
obscuridad refulgiendo los golpes sobre la piedra, como lejanas y fugaces estrellas. Ahora
Pedro, la piedra, se ha separado siete veces, en siete pedazos. No es tan complicado de
explicar cuando se recurre a la lógica de los sueños. Su alma dormitaba oscilando entre frío
y caliente dentro del basamento de su templo, pero su carne se fragmentó en sietes modos y
resultando sietes levantamientos, replegados como la traza semejante de aves circulares del
destierro, todos la misma noche. Roto el sueño de la sucesión numérica igualado con el
místico siete, las siete fundaciones fijan su incandescencia como las siete piedras del poder.
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