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Nuevo pánico invade a Ramón. En su sano juicio, significa su última oportunidad y<br />
no basta pisar el mosaico para estar en la tierra. Ramón hace gambetas, realiza fintas en lo<br />
que apresura el paso a la salida, para tirar de la correa del bolso y detenerla.<br />
-Señorita<br />
-¡Hey!<br />
-Ok, perdón...nunca supe su nombre<br />
La mujer sigue el estruendo de los automóviles, percibe el ritmo hip-hop del<br />
corazón y prodiga el ancho de sus pechos a la muchedumbre.<br />
-Moraima<br />
-Moraima, quiero decirte que eres muy sexy...<br />
-Ja, muy lindo....ok, son mil pesos, ¿tienes esa cantidad? ¡Hey, no tomo tarjetas de<br />
débito ni American Express!<br />
Ramón hunde la mano en el pantalón y saca el fajo de billetes. Ochenta mil pesos en<br />
billetes de alta denominación, apenas el abanico de aire sucio. La vista del dinero acaba con<br />
la migraña del día.<br />
-Wow, después de todo no eres un cretino sin destino como supuse.<br />
La pareja se consigue un cuarto de motel. Ramón acerca la oreja a la puerta para<br />
ver si alguien se decidía salir, pero como no lo hacía nadie, ha llamado un par de veces.<br />
Moraima porta un cargamento de pólvora en el ombligo, vuela la perilla y pasa de largo la<br />
escena ridícula. Cualquiera supone que así empiezan las grandes historias de amor. La tele<br />
está encendida en el interior y la cama huele a comida. Ramón juega a perderse del otro en<br />
el baño, se desviste con previo aviso por ser la primera vez. En pocos minutos, se hace el<br />
viaje necesario por el constante galopar de la carne. Cuando terminan, él queda tirado en la<br />
cama como el príncipe del cuento, tibio y feliz. La mujer se levanta de su lugar, se envuelve<br />
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