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RIGOR MORTIS

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etumbaba en mis sienes? Juntos. Fue cuando descolgué el teléfono en la bandeja y hablé de<br />

larga distancia contigo y te prometí regresar con el más grande tesoro nórdico, pero eso fue<br />

hace seis días...antes que las señales de la calle cambiaran de rumbo.<br />

Jules Freitag es un buen amigo, por ello me reprende con voz baja. Me hace<br />

entender que escabullirse del baile de mascarada donde debió ser asesinado Gustavo III,<br />

alejándome de la mano de una femme fatale en el propicio secreto de los presentes, en<br />

vísperas de un evento que observa la prensa internacional, era inaceptable. Asimismo, el<br />

Doctor Bergier se muestra en la antecámara del Concert Hall de Estocolmo y me incita con<br />

un golpe de su guante en la mejilla a que no deba repetir la ofensa de la noche anterior. A<br />

partir de ese momento, no puedo desaparecer de su vista, me persigue con la misma sonrisa<br />

que cuenta los collares de las llegadas del brazo de los miembros del comité. La gente<br />

empieza a aglomerarse dentro del edificio azul del Konserthuset, hogar de la Real<br />

Filarmónica de Estocolmo y sitio donde anualmente se entrega el premio Nobel. El premio<br />

consiste en medalla de oro, diploma y una suma de dinero. Diez millones de coronas<br />

suecas, o kronor, apenas un millón de euros o poco menos del millón de dólares. El rey<br />

llega con las monedas cosidas en su traje. Un cheque es recompensa suficiente para los<br />

dioses secuestrados. Debo saberlo, el primer papel moneda se emitió en Estocolmo en<br />

1661. Yo paso una agradable velada entre los laureados, aunque todo lo que alcanzo a<br />

pensar es poner mi mano en el pecho de Agnes.<br />

Finalmente, al punto de las tres de la tarde, ella hace aparición. Luciendo totalmente<br />

hermosa, gimnasta, conmemorativa. Ya pasa la inclinación de las banderas y regala a la<br />

vista un vestido de una pieza y sandalias, desafiando el clima. Ella me encuentra detrás del<br />

auditorio, me felicita de forma abierta y me susurra al oído: “No llevo nada conmigo<br />

abajo”. No tardamos ni diez segundos en abandonar el lugar.<br />

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