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RIGOR MORTIS

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para evitarlo. No todo es Oricalco. El enigma absorbe lento a nuestro escultor cuando<br />

brincan sus lascas por doquier, los fragmentos obscuros que cruzaron un océano y pasaron<br />

de los tesoros escondidos de los cosacos de Zaporizhia a los cofres de las mujeres de la<br />

nobleza de Europa del Este, a las dotes de las demimondaines que pintaba Manet y los<br />

impresionistas, a las talegas de gamuza entre los vicarios de la Iglesia Anglicana, a los<br />

bolsillos de las chaquetas del Nuevo Mundo. Cada piedra se hizo famosa. Sus nombres son<br />

leyendas. El diamante Koh-i-noor, que los persas dieron en llamar la montaña de luz. La<br />

piedra filosofal que cegó a los alquimistas y permuta el plomo en oro. El talismán de<br />

Suleiman, el Magnífico. La inscripción de Behistun, que sirve a la escritura cuneiforme<br />

como a la escritura jeroglífica sirve la piedra Rossetta. Finalmente, la simple piedra que<br />

tallada contra otra, permitió al hombre apropiarse del fuego.<br />

Pedro vomita lava en la transfuga.<br />

Hombres anónimos se escuchan cantar en el nacimiento de la noche. Una mantra tropieza la<br />

cabeza contra un dolmen. Dos toros purificados son traídos al sitio y el aire se organiza en<br />

conjuro al degollar a los animales. Luego sigue el becerro procesional, cuya sangre es<br />

vertida en una jofaina y las entrañas interpretadas por las vírgenes. Un cuerpo resucita y<br />

dicta en la niebla, entonces los hombres anónimos, cuyo ritual llama la última edad de<br />

bronce, retiran sus máscaras, pieles y amuletos de animales sólo existentes en pesadillas. La<br />

luna aprecia su altura ante la esbelta hoguera meridional y los hombres van caminando al<br />

centro del círculo mágico en Stonehenge, levantando los brazos, continuando el cántico.<br />

El sumo sacerdote, envuelto en tafetán blanco, incorpora la copa ceremonial al furor<br />

de las hachas para que un dios dorado ocupe su lugar. Sus facetas terminan en el ojo de la<br />

calcinación, un ojo colosal como una roca que ve de nuevo y reconoce su desnudez.<br />

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