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Por eso aquí y allí, los excavadores de la identidad saben que la piedra sirve para construir<br />
o destruir.<br />
Pedro invoca las siete piedras del poder.<br />
Las Tablas de la Ley, escritas por el dedo de Dios y entregadas a Moisés para ser<br />
puestas a buen resguardo dentro del Arca de la Alianza.<br />
El Amida de Diabutsu, o el Buda de las infinitas cualidades meritorias, dentro del<br />
templo devastado por el terremoto de Kyobe, en el Japón de los seis elementos taoístas.<br />
La Hajar al-Aswad, o la piedra negra, el gran símbolo religioso del Islam,<br />
mantenida en una sola pieza por hilo de plata y venerada en el santuario de Ka‟bah, la<br />
sagrada mezquita en La Meca.<br />
la besa.<br />
de guerra.<br />
La piedra de Blarney, en Irlanda, que confiere el poder de la elocuencia a aquel que<br />
La gran Piedra del Sol, pieza del calendario azteca que fijaba los ciclos de siembra y<br />
La Piedra del Destino, también conocida con nombres distintos como la almohadilla<br />
de Jacob, la Piedra de la Coronación, la Piedra de Scone y que le se ubica todavía con las<br />
enredaderas del verano en el castillo de Edimburgo para los mejores días de la monarquía<br />
inglesa.<br />
La roca Ayers, una larga formación mineral en las entrañas de Australia que los<br />
nativos consideran el remarcable guijarro que cayó del cielo.<br />
Siete piedras.<br />
Como se deben haber reído los Atlantes ante una era de temblores. Ahora Gabriel<br />
Fuster se halla programando el resurgimiento del continente perdido del fondo del mar. La<br />
última gaveta de los manifiestos se abre por un loco y no hay nadie que pueda hacer algo<br />
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