RIGOR MORTIS

-¡Ah, oui, mademoiselle!- la recepcionista exclama -¡Le gant de toilette!
Instantáneamente, Lilith reconoce que ha sido comprendida. Sí...sí...oui,
gant...mmm...para baño. Dos frases más y ella aprende que los franceses piensan que una
esponja es un articulo demasiado personal para compartir de un hotel, luego el francés
carga con su gant de toilette cuando viaja.
Da prueba de su validez por el frío y regresa a la tina, entonces inmerge la cabeza un
minuto. Sumergidos, toda inocencia puede llegar a ser culpa. Atrapa una bocanada de aire y
se contrae para palparse. La toalla húmeda le sirve de antifaz de los ojos y cerrar los ojos
alivia la resaca del jet-lag. Nuevos aeroplanos entran por su ventana. Diablos, ella estaba
furiosamente hambrienta.
París es un lugar reputado por su cocina.
Alguien atribuyó a Hemingway la consideración de que París es un festín
desmesurado. En 1765 se abrió en París la casa de comidas De Boulanger, en cuya fachada
el dueño puso un letrero que decía “vengan todos los que sufran por problemas del hambre,
yo los restauraré”. Lilith revisa el menú en una mesa a la intemperie de Les Deux Magots,
predestinado restaurant en el Boulevard St. Germain, precisamente donde Boris Vian y
Sartre y Simone de Beauvoir se sentaron a tomar Pernod en los cincuenta. Para los seres de
la noche como ella, el existencialismo no era una filosofía del sin sentido, sino una forma
más grande que los venablos. Ella se viste para lograr el mismo efecto. El vestido satín
azul, escote pronunciado, mascada de pregunta sonreída. Con mayor elegancia se sienta
mirando la calle, cruza la pierna. Un simple vaso de Perrier avec citroen delante suyo. No
entrées, sino la espera del plato fuerte.
El caballero lucía con la vacía cantina a cuestas, pero su alegría era cabal. Este
comensal nota la presencia de Lilith y le invita una bebida mediante señas. Ella responde
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