RIGOR MORTIS

arrastrado cuadra y media antes que el chofer se de cuenta que los golpes no son de una
ponchadura, sino la cabeza rebotando en el pavimento.
despedida.
Simplemente recojo las plumas del pavimento en el día de nuestra primera
Reconozco que no debo involucrarme con una mujer más, especialmente mayor que
yo. Asia Carrera tenía 48 cuando la conocí. Está bien, lo admito, se trataba de un absurdo
zodiacal, pero yo estaba decapitado, no tenía cabeza para pensar, pero he aquí el daño
especial, aquí el rasgar de un cielo elaborado con un cordel, el final de las largas caminatas,
las muestras de cine italiano, la comida cantonesa, las abiertas y francas discusiones sobre
la infidelidad y el canal de panamá, cuando una profunda experiencia sexual culmina en un
arresto cardíaco.
Me veo extenuado nuevamente a migajas de vidas pasadas.
Entonces, en una rápida sucesión conozco a Bárbara, que adquiere un herpes y
rehusa a seguirme viendo porque acusa que va ser una inválida por el resto de su vida. A
Erica, Victoria y Rubí, las mujeres tristes, quienes invariablemente terminan en destructivas
relaciones con hombres casados. Y finalmente a Carmen Luvana, derrumbada en casa de su
madre, desamparadas ambas, registrando cajones en busca de recuerdos, de pólizas que
ofrecen una segunda oportunidad. La gente de la aseguradora no percibe el origen de esta
carencia entre fantasmas. Me confieso un fetichista empedernido igual, luego acepto la
mala costumbre de quedarme con los objetos que son de otros. Yo adquiero las deudas de la
casa, aunque madre e hija no vuelven a cruzar palabra. La muchacha nunca salió del coma.
Los doctores retocaron su radiografía con letras pequeñas por dos meses, pero antes yo me
escurro en el hospital y desconecto el enchufe que la tiene con vida. La vida no siempre se
reduce a guardar lo que quede.
41