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público bajo los ventiladores de aspas d<strong>el</strong> arcaico buque de placer que anduvo<br />

meses y meses por entre las islas efímeras de los afluentes ecuatoriales hasta<br />

que se extravió en una edad de pesadilla en que las gardenias tenían uso de<br />

razón y las iguanas volaban en las tinieblas, se terminó <strong>el</strong> mundo, la rueda de<br />

madera encalló en arenales de oro, se rompió, se fundió <strong>el</strong> hi<strong>el</strong>o, se corrompió<br />

la sal, <strong>el</strong> cuerpo tumefacto quedó flotando a la deriva en una sopa de aserrín, y<br />

sin embargo no se pudrió, sino todo lo contrario mi general, pues entonces la<br />

vimos abrir los ojos y vimos que sus pupilas eran diáfanas y tenían <strong>el</strong> color d<strong>el</strong><br />

acónito en enero y su misma virtud de piedra lunar, y aun los más incrédulos<br />

habíamos visto empañarse la cubierta de vidrio d<strong>el</strong> catafalco con <strong>el</strong> vapor de su<br />

aliento y habíamos visto que de sus poros manaba un sudor vivo y fragante, y<br />

la vimos sonreír. Usted no puede imaginarse cómo fue aqu<strong>el</strong>lo mi general, fue<br />

<strong>el</strong> desp<strong>el</strong>ote, hemos visto parir a las mulas, hemos visto crecer flores en <strong>el</strong><br />

salitre, hemos visto a los sordomudos aturdidos por <strong>el</strong> prodigio de sus propios<br />

gritos de milagro, milagro, milagro, hicieron polvo los vidrios d<strong>el</strong> ataúd mi<br />

general y por poco no volvieron tasajo <strong>el</strong> cadáver para repartirse las r<strong>el</strong>iquias,<br />

así que hemos tenido que disponer de un batallón de granaderos contra <strong>el</strong><br />

fervor de las muchedumbres frenéticas que estaban llegando en tumulto desde<br />

<strong>el</strong> semillero de islas d<strong>el</strong> Caribe cautivadas por la noticia de que <strong>el</strong> alma de su<br />

madre Bendición Alvarado había obtenido de Dios la facultad de contrariar las<br />

leyes de la naturaleza, vendían hilos de la mortaja, vendían escapularios,<br />

aguas de su costado, estampitas con su retrato de reina, pero era una<br />

turbamulta tan descomunal y atolondrada que más bien parecía un torrente de<br />

bueyes indómitos cuyas pezuñas devastaban cuanto encontraban a su paso y<br />

hacían un estruendo de temblor de tierra que hasta usted mismo puede oírlo<br />

desde aquí si escucha con atención mi general, óigalo, y él se puso la mano en<br />

pantalla detrás de la oreja qué le zumbaba menos, escuchó con atención, y<br />

entonces oyó, madre mía Bendición Alvarado, oyó <strong>el</strong> trueno sin término, vio la<br />

ciénaga en ebullición de la vasta muchedumbre dilatada hasta <strong>el</strong> horizonte d<strong>el</strong><br />

mar, vio <strong>el</strong> torrente de v<strong>el</strong>as encendidas que arrastraban otro día más radiante<br />

dentro de la claridad radiante d<strong>el</strong> mediodía, pues su madre de mi alma<br />

Bendición Alvarado regresaba a la ciudad de sus antiguos terrores como había<br />

llegado la primera vez con la marabunta de la guerra, con <strong>el</strong> olor a carne cruda<br />

de la guerra, pero liberada para siempre de los riesgos d<strong>el</strong> mundo porque él

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