gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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público bajo los ventiladores de aspas d<strong>el</strong> arcaico buque de placer que anduvo<br />
meses y meses por entre las islas efímeras de los afluentes ecuatoriales hasta<br />
que se extravió en una edad de pesadilla en que las gardenias tenían uso de<br />
razón y las iguanas volaban en las tinieblas, se terminó <strong>el</strong> mundo, la rueda de<br />
madera encalló en arenales de oro, se rompió, se fundió <strong>el</strong> hi<strong>el</strong>o, se corrompió<br />
la sal, <strong>el</strong> cuerpo tumefacto quedó flotando a la deriva en una sopa de aserrín, y<br />
sin embargo no se pudrió, sino todo lo contrario mi general, pues entonces la<br />
vimos abrir los ojos y vimos que sus pupilas eran diáfanas y tenían <strong>el</strong> color d<strong>el</strong><br />
acónito en enero y su misma virtud de piedra lunar, y aun los más incrédulos<br />
habíamos visto empañarse la cubierta de vidrio d<strong>el</strong> catafalco con <strong>el</strong> vapor de su<br />
aliento y habíamos visto que de sus poros manaba un sudor vivo y fragante, y<br />
la vimos sonreír. Usted no puede imaginarse cómo fue aqu<strong>el</strong>lo mi general, fue<br />
<strong>el</strong> desp<strong>el</strong>ote, hemos visto parir a las mulas, hemos visto crecer flores en <strong>el</strong><br />
salitre, hemos visto a los sordomudos aturdidos por <strong>el</strong> prodigio de sus propios<br />
gritos de milagro, milagro, milagro, hicieron polvo los vidrios d<strong>el</strong> ataúd mi<br />
general y por poco no volvieron tasajo <strong>el</strong> cadáver para repartirse las r<strong>el</strong>iquias,<br />
así que hemos tenido que disponer de un batallón de granaderos contra <strong>el</strong><br />
fervor de las muchedumbres frenéticas que estaban llegando en tumulto desde<br />
<strong>el</strong> semillero de islas d<strong>el</strong> Caribe cautivadas por la noticia de que <strong>el</strong> alma de su<br />
madre Bendición Alvarado había obtenido de Dios la facultad de contrariar las<br />
leyes de la naturaleza, vendían hilos de la mortaja, vendían escapularios,<br />
aguas de su costado, estampitas con su retrato de reina, pero era una<br />
turbamulta tan descomunal y atolondrada que más bien parecía un torrente de<br />
bueyes indómitos cuyas pezuñas devastaban cuanto encontraban a su paso y<br />
hacían un estruendo de temblor de tierra que hasta usted mismo puede oírlo<br />
desde aquí si escucha con atención mi general, óigalo, y él se puso la mano en<br />
pantalla detrás de la oreja qué le zumbaba menos, escuchó con atención, y<br />
entonces oyó, madre mía Bendición Alvarado, oyó <strong>el</strong> trueno sin término, vio la<br />
ciénaga en ebullición de la vasta muchedumbre dilatada hasta <strong>el</strong> horizonte d<strong>el</strong><br />
mar, vio <strong>el</strong> torrente de v<strong>el</strong>as encendidas que arrastraban otro día más radiante<br />
dentro de la claridad radiante d<strong>el</strong> mediodía, pues su madre de mi alma<br />
Bendición Alvarado regresaba a la ciudad de sus antiguos terrores como había<br />
llegado la primera vez con la marabunta de la guerra, con <strong>el</strong> olor a carne cruda<br />
de la guerra, pero liberada para siempre de los riesgos d<strong>el</strong> mundo porque él