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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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súplica muda de un desahuciado y me pareció tan ansioso y sin ilusiones que<br />

no me impresionaron tanto sus palmas áridas como su m<strong>el</strong>ancolía sin alivio, la<br />

debilidad de sus labios, su pobre corazón de anciano carcomido por la<br />

incertidumbre cuyo destino no sólo era hermético en sus manos sino en<br />

cuantos medios de averiguación conocíamos entonces, pues tan pronto como<br />

él cortaba <strong>el</strong> naipe las cartas se volvían pozos de aguas turbias, se embrollaba<br />

<strong>el</strong> sedimento d<strong>el</strong> café en <strong>el</strong> fondo de la taza donde él había bebido, se borraban<br />

las claves de todo cuanto tuviera que ver con su futuro personal, con su<br />

f<strong>el</strong>icidad y la fortuna de sus actos, pero en cambio eran diáfanas sobre <strong>el</strong><br />

destino de quienquiera que tuviera algo que ver con él, de modo que vimos a<br />

su madre Bendición Alvarado pintando pájaros de nombres foráneos a una<br />

edad tan avanzada que apenas si podía distinguir los colores a través de un<br />

aire enrarecido por un vapor pestilente, pobre madre, vimos nuestra ciudad<br />

devastada por un ciclón tan terrible que no merecía su nombre de mujer, vimos<br />

un hombre con una máscara verde y una espada en la mano y él preguntó<br />

angustiado en qué lugar d<strong>el</strong> mundo estaba y las cartas contestaron que estaba<br />

todos los martes más cerca de él que los otros días de la semana, y él dijo ajá,<br />

y preguntó de qué color tiene los ojos, y las cartas contestaron que tenía uno<br />

d<strong>el</strong> color d<strong>el</strong> guarapo de caña al trasluz y <strong>el</strong> otro en las tinieblas, y él dijo ajá y<br />

preguntó cuáles eran las intenciones de ese hombre, y aquélla fue la última vez<br />

en que le rev<strong>el</strong>é hasta <strong>el</strong> final la verdad de las barajas porque le contesté que la<br />

máscara verde era de la perfidia y la traición, y él dijo ajá, con un énfasis de<br />

victoria, ya sé quién es, carajo, exclamó, y era <strong>el</strong> coron<strong>el</strong> Narciso Miraval, uno<br />

de sus ayudantes más próximos que dos días después se disparó un tiro de<br />

pistola en <strong>el</strong> oído sin explicación alguna, pobre hombre, y así ordenaban la<br />

suerte de la patria y se anticipaban a su historia de acuerdo con las<br />

adivinanzas de las barajas hasta que él oyó hablar de una vidente única que<br />

descifraba la muerte en las aguas inequívocas de los lebrillos y se fue a<br />

buscarla en secreto por desfiladeros de mulas sin más testigos que <strong>el</strong> áng<strong>el</strong> d<strong>el</strong><br />

machete hasta <strong>el</strong> rancho d<strong>el</strong> páramo donde vivía con una bisnieta que tenía<br />

tres niños y estaba a punto de parir otro de un marido muerto <strong>el</strong> mes anterior, la<br />

encontró tullida y medio ciega en <strong>el</strong> fondo de una alcoba casi en tinieblas, pero<br />

cuando <strong>el</strong>la le pidió que pusiera las manos sobre <strong>el</strong> lebrillo las aguas se<br />

iluminaron de una claridad interior suave y nítida, y entonces se vio a sí mismo,

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