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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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cobertizo de trinitarias, se había desabotonado la guerrera, se había quitado <strong>el</strong><br />

sable con <strong>el</strong> cinturón de los colores de la patria, se había quitado las botas pero<br />

se dejaba puestas las medias de púrpura de las doce docenas que le mandó <strong>el</strong><br />

Sumo Pontífice de sus calceteros privados, las niñas de un colegio vecino que<br />

se encaramaban por las tapias traseras donde la guardia era menos rígida lo<br />

habían sorprendido muchas veces en aqu<strong>el</strong> sopor insomne, pálido, con hojas<br />

de medicina pegadas en las sienes, atigrado por los charcos de luz d<strong>el</strong><br />

cobertizo en un éxtasis de mantarraya bocarriba en <strong>el</strong> fondo de un estanque,<br />

viejo guanábano, le gritaban, él las veía distorsionadas por la bruma de la<br />

reverberación d<strong>el</strong> calor, les sonreía, las saludaba con la mano sin <strong>el</strong> guante de<br />

raso, pero no las oía, sentía <strong>el</strong> tufo de lodo de camarones de la brisa d<strong>el</strong> mar,<br />

sentía <strong>el</strong> picoteo de las gallinas en los dedos de los pies, pero no sentía <strong>el</strong><br />

trueno luminoso de las chicharras, no oía a las niñas, no oía nada. Sus únicos<br />

contactos con la realidad de este mundo eran entonces unas cuantas piltrafas<br />

su<strong>el</strong>tas de sus recuerdos más grandes, sólo <strong>el</strong>los lo mantuvieron vivo después<br />

de que se despojó de los asuntos d<strong>el</strong> gobierno y se quedó nadando en <strong>el</strong><br />

estado de inocencia d<strong>el</strong> limbo d<strong>el</strong> poder, sólo con <strong>el</strong>los se enfrentaba al soplo<br />

devastador de sus años excesivos cuando deambulaba al anochecer por la<br />

casa desierta, se escondía en las oficinas apagadas, arrancaba los márgenes<br />

de los memoriales y en <strong>el</strong>los escribía con su letra florida los residuos sobrantes<br />

de los últimos recuerdos que lo preservaban de la muerte, una noche había<br />

escrito que me llamo Zacarías, lo había vu<strong>el</strong>to a leer bajo <strong>el</strong> resplandor fugitivo<br />

d<strong>el</strong> faro, lo había leído otra vez muchas veces y <strong>el</strong> nombre tantas veces<br />

repetido terminó por parecerle remoto y ajeno, qué carajo, se dijo, haciendo<br />

trizas la tira de pap<strong>el</strong>, yo soy yo, se dijo, y escribió en otra tira que había<br />

cumplido cien años por los tiempos en que volvió a pasar <strong>el</strong> cometa aunque<br />

entonces no estaba seguro de cuántas veces lo había visto pasar, y escribió de<br />

memoria en otra tira más larga honor al herido y honor a los fi<strong>el</strong>es soldados que<br />

muerte encontraron por mano extranjera, pues hubo épocas en que escribía<br />

todo lo que pensaba, todo lo que sabia, escribió en un cartón y lo clavó con<br />

alfileres en la puerta de un retrete que estaba prohibido hacer porquerías en los<br />

excusados porque había abierto esa puerta por error y había sorprendido a un<br />

oficial de alto rango masturbándose en cuclillas sobre la letrina, escribía las<br />

pocas cosas que recordaba para estar seguro de no olvidarlas nunca, Leticia

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