gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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como las más grandes d<strong>el</strong> mundo y sin embargo no se llevaban a término, una<br />
época mansa en que él convocaba a los consejos de gobierno mientras hacía<br />
la siesta en la mansión de los suburbios, se acostaba en la hamaca<br />
abanicándose con <strong>el</strong> sombrero bajo los ramazones dulces de los tamarindos,<br />
escuchaba con los ojos cerrados a los doctores de palabra su<strong>el</strong>ta y bigotes<br />
engomados que se sentaban a discutir alrededor de la hamaca, pálidos de<br />
calor dentro de sus levitas de paño y sus cu<strong>el</strong>los de c<strong>el</strong>uloide, los ministros<br />
civiles que tanto detestaba pero que había vu<strong>el</strong>to a nombrar por conveniencia y<br />
a quienes oía discutir asuntos de estado entre <strong>el</strong> escándalo de los gallos que<br />
correteaban a las gallinas en <strong>el</strong> patio, y <strong>el</strong> pito continuo de las chicharras y <strong>el</strong><br />
gramófono insomne que cantaba en <strong>el</strong> vecindario la canción de Susana ven<br />
Susana, se callaban de pronto, silencio, <strong>el</strong> general se había dormido, pero él<br />
bramaba sin abrir los ojos, sin dejar de roncar, no estoy dormido pendejos,<br />
continúen, continuaban, hasta que él salía tamaleando de entre las t<strong>el</strong>arañas<br />
de la siesta y sentenció que entre tantas pendejadas <strong>el</strong> único que tiene la razón<br />
es mi compadre <strong>el</strong> ministro de la salud, qué carajo, se acabó la vaina, se<br />
acababa, conversaba con sus ayudantes personales llevándolos de un lado<br />
para otro mientras comía caminando con <strong>el</strong> plato en una mano y la cuchara en<br />
la otra, los despachaba en la escalera con una displicencia de hagan ustedes lo<br />
que quieran que al fin y al cabo yo soy <strong>el</strong> que manda, qué carajo, se le pasó la<br />
ventolera de preguntar si lo querían o si no lo querían, qué carajo, cortaba<br />
cintas inaugurales, se mostraba en público de cuerpo entero asumiendo los<br />
riesgos d<strong>el</strong> poder como no lo había hecho en épocas más plácidas, qué carajo,<br />
jugaba partidas interminables de dominó con mi compadre de toda la vida <strong>el</strong><br />
general Rodrigo de Aguilar y mi compadre <strong>el</strong> ministro de la salud que eran los<br />
únicos que tenían bastante confianza con él para pedirle la libertad de un preso<br />
o <strong>el</strong> perdón de un condenado a muerte, y los únicos que se atrevieron a pedirle<br />
que recibiera en audiencia especial a la reina de la b<strong>el</strong>leza de los pobres, una<br />
criatura increíble de ese charco de miserias que llamábamos <strong>el</strong> barrio de las<br />
p<strong>el</strong>eas de perro porque todos los perros d<strong>el</strong> barrio estaban p<strong>el</strong>eando en la calle<br />
desde hacía muchos años sin un instante de tregua, un reducto mortífero<br />
donde no entraban las patrullas de la guardia nacional porque las dejaban en<br />
cueros y desarmaban los coches en sus piezas originales con un solo pase de<br />
manos, donde los pobres burros perdidos entraban caminando por un extremo