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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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abia en la hamaca a la sombra de la ceiba tut<strong>el</strong>ar donde mi último compadre le<br />

había expresado <strong>el</strong> orgullo d<strong>el</strong> mando supremo por la serenidad y <strong>el</strong> orden con<br />

que <strong>el</strong> pueblo sobr<strong>el</strong>levó la tragedia, y él apenas sonrió, no sea pendejo<br />

compadre, qué serenidad ni qué orden, lo que pasa es que a la gente no le ha<br />

importado un carajo esta desgracia, repasaba <strong>el</strong> periódico al derecho y al revés<br />

buscando algo más que las noticias inventadas por sus propios servicios de<br />

prensa, se hizo poner la radiola al alcance de la mano para escuchar la misma<br />

noticia desde Veracruz hasta Riobamba que las fuerzas d<strong>el</strong> orden estaban<br />

sobre la pista segura de los autores d<strong>el</strong> atentado, y él murmuraba cómo no,<br />

hijos de la tarántula, que los habían identificado sin la menor duda, cómo no,<br />

que los tenían acorralados con fuego de mortero en una casa de tolerancia de<br />

los suburbios, ahí está, suspiró, pobre gente, pero permaneció en la hamaca<br />

sin traslucir ni una luz de su malicia rogando madre mía Bendición Alvarado<br />

dame vida para este desquite, no me su<strong>el</strong>tes de tu mano, madre, inspírame,<br />

tan seguro de la eficacia de la súplica que lo encontramos repuesto de su dolor<br />

cuando los comandantes d<strong>el</strong> estado mayor responsables d<strong>el</strong> orden público y de<br />

la seguridad d<strong>el</strong> estado vinimos a comunicarle la novedad de que tres de los<br />

autores d<strong>el</strong> crimen habían sido muertos en combate con la fuerza pública y los<br />

otros dos estaban a disposición de mi general en los calabozos de San<br />

Jerónimo, y él dijo ajá, sentado en la hamaca con la jarra de jugos de fruta de<br />

la cual nos sirvió un vaso para cada uno con pulso sereno de buen tirador, más<br />

sabio y solícito que nunca, hasta <strong>el</strong> punto de que adivinó mis ansias de<br />

encender un cigarrillo y me concedió la licencia que no había concedido hasta<br />

entonces a ningún militar en servicio, bajo este árbol todos somos iguales, dijo,<br />

y escuchó sin rencor <strong>el</strong> informe minucioso d<strong>el</strong> crimen d<strong>el</strong> mercado, cómo<br />

habían sido traídos de Escocia en remesas separadas ochenta y dos perros de<br />

presa recién nacidos de los cuales habían muerto veintidós en <strong>el</strong> curso de la<br />

crianza y sesenta habían sido mal educados para matar por un maestro<br />

escocés que les inculcó un odio criminal no sólo contra los zorros azules sino<br />

contra la propia persona de Leticia Nazareno y <strong>el</strong> niño valiéndose de estas<br />

prendas de vestir que habían sustraído poco a poco de los servicios de<br />

lavandería de la casa civil, valiéndose de este corpiño de Leticia Nazareno,<br />

este pañu<strong>el</strong>o, estas medias, este uniforme completo d<strong>el</strong> niño que exhibimos<br />

ante él para que los reconociera, pero sólo dijo ajá, sin mirarlos, le explicamos

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