gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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dormido dentro d<strong>el</strong> estanque d<strong>el</strong> patio privado cuando tomaba <strong>el</strong> baño de<br />
aguas medicinales, soñaba contigo, madre, soñaba que eras tú quien hacía las<br />
chicharras que se reventaban de tanto pitar sobre mi cabeza entre las ramas<br />
florecidas d<strong>el</strong> almendro de la vida real, soñaba que eras tú quien pintaba con<br />
tus pinc<strong>el</strong>es las voces de colores de las oropéndolas cuando se despertó<br />
sobresaltado por <strong>el</strong> eructo imprevisto de sus tripas en <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> agua, madre,<br />
despertó congestionado de rabia en <strong>el</strong> estanque pervertido de mi vergüenza<br />
donde flotaban los lotos aromáticos d<strong>el</strong> orégano y la malva, flotaban los<br />
azahares nuevos desprendidos d<strong>el</strong> naranjo, flotaban las hicoteas alborozadas<br />
con la novedad d<strong>el</strong> reguero de cagarrutas doradas y tiernas de mi general en<br />
las aguas fragantes, qué vaina, pero él había sobrevivido a esa y a tantas otras<br />
infamias de la edad y había reducido al mínimo <strong>el</strong> personal de servicio para<br />
afrontarlas sin testigos, nadie lo había de ver vagando sin rumbo por la casa de<br />
nadie durante días enteros y noches completas con la cabeza envu<strong>el</strong>ta en<br />
trapos ensopados de bairún, gimiendo de desesperación contra las paredes,<br />
empalagado de tabonucos, enloquecido por <strong>el</strong> dolor de cabeza insoportable d<strong>el</strong><br />
que nunca le habló ni a su médico personal porque sabía que no era más que<br />
uno más de los tantos dolores inútiles de la decrepitud, lo sentía llegar como un<br />
trueno de piedras desde mucho antes de que aparecieron en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o los<br />
nubarrones de la borrasca y ordenaba que nadie me moleste cuando apenas<br />
había empezado a girar <strong>el</strong> torniquete en las sienes, que nadie entre en esta<br />
casa pase lo que pase, ordenaba, cuando sentía crujir los huesos d<strong>el</strong> cráneo<br />
con la segunda vu<strong>el</strong>ta d<strong>el</strong> torniquete, ni Dios si viene, ordenaba, ni si me muero<br />
yo, carajo, ciego de aqu<strong>el</strong> dolor desalmado que no le concedía ni un instante de<br />
tregua para pensar hasta <strong>el</strong> fin de los siglos de desesperación en que se<br />
desplomaba la bendición de la lluvia, y entonces nos llamaba, lo<br />
encontrábamos recién nacido con la mesita lista para la cena frente a la<br />
pantalla muda de la t<strong>el</strong>evisión, le servíamos carne guisada, frijoles con tocino,<br />
arroz de coco, tajadas de plátano frito, una cena inconcebible a su edad que él<br />
dejaba enfriar sin probarla siquiera mientras veía la misma p<strong>el</strong>ícula de<br />
emergencia en la t<strong>el</strong>evisión, consciente de que algo quería ocultarle <strong>el</strong> gobierno<br />
si habían vu<strong>el</strong>to a pasar <strong>el</strong> mismo programa de circuito cerrado sin advertir<br />
siquiera que los rollos de la p<strong>el</strong>ícula estaban invertidos, qué carajo, decía,<br />
tratando de olvidar lo que quisieron ocultarle, si fuera algo peor ya se supiera,