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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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letrero reciente escrito a brocha gorda en un muro y preguntó qué decía y le<br />

contestaron que gloria eterna al artífice de la patria nueva aunque él sabía que<br />

era mentira, por supuesto, si no no lo estuvieran borrando, qué carajo, vio una<br />

avenida de cocoteros tan ancha como seis con cam<strong>el</strong>lones de macizos de<br />

flores hasta <strong>el</strong> mar donde estuvieron los barrizales, vio un suburbio de quintas<br />

repetidas con pórticos romanos y hot<strong>el</strong>es con jardines amazónicos donde<br />

estuvo <strong>el</strong> muladar d<strong>el</strong> mercado público, vio los automóviles atortugados en las<br />

serpentinas de laberintos de las autopistas urbanas, vio la muchedumbre<br />

embrutecida por la canícula d<strong>el</strong> mediodía en la acera d<strong>el</strong> sol mientras en la<br />

acera opuesta no había nadie más que los recaudadores sin oficio d<strong>el</strong> impuesto<br />

al derecho de caminar por la sombra, pero nadie se estremeció aqu<strong>el</strong>la vez con<br />

<strong>el</strong> presagio d<strong>el</strong> poder oculto en <strong>el</strong> féretro refrigerado de la limusina presidencial,<br />

nadie reconoció los ojos de desencanto, los labios ansiosos, la mano desvalida<br />

que iba diciendo adioses sin destino a través de la gritería de los pregones de<br />

periódicos y amuletos, los carritos de h<strong>el</strong>ados, los lábaros de la lotería de tres<br />

cifras, <strong>el</strong> fragor cotidiano d<strong>el</strong> mundo de la calle ajeno a la tragedia intima d<strong>el</strong><br />

militar solitario que suspiraba de nostalgia pensando madre mía Bendición<br />

Alvarado qué fue de mi ciudad, dónde está <strong>el</strong> callejón de miseria de las mujeres<br />

sin hombres que salían desnudas al atardecer a comprar corbinas azules y<br />

pargos rosados y a mentarse la madre con las verduleras mientras se les<br />

secaba la ropa en los balcones, dónde están los hindúes que se cagaban en la<br />

puerta de sus tenderetes, dónde están sus esposas lívidas que enternecían a<br />

la muerte con canciones de lástima, dónde está la mujer que se había<br />

convertido en alacrán por desobedecer a sus padres, dónde están las cantinas<br />

de los mercenarios, sus arroyos de orín fermentado, <strong>el</strong> aire cotidiano de los<br />

p<strong>el</strong>ícanos a la vu<strong>el</strong>ta de la esquina, y de pronto, ay, <strong>el</strong> puerto, dónde está si<br />

aquí estaba, qué fue de las goletas de los contrabandistas, la chatarra de<br />

desembarco de los infantes, mi olor a mierda, madre, qué pasaba en <strong>el</strong> mundo<br />

que nadie conocía la mano fugitiva de amante en <strong>el</strong> olvido que iba dejando un<br />

reguero de adioses inútiles desde la ventanilla de cristales virados de un tren<br />

inaugural que atravesó silbando los sembrados de hierbas de olor de los que<br />

fueron antes los pantanos de estridentes pájaros de malaria de los arrozales,<br />

pasó espantando muchedumbres de vacas marcadas con <strong>el</strong> hierro presidencial<br />

a través de llanuras inverosímiles de pastos azules, y en <strong>el</strong> interior capitonado

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