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su orden había sido cumplida, los ascendió dos grados y les impuso la medalla<br />

de la lealtad, pero luego los hizo fusilar sin honor como a d<strong>el</strong>incuentes<br />

comunes porque hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir,<br />

carajo, pobres criaturas. Experiencias tan duras como ésa confirmaban su muy<br />

antigua certidumbre de que <strong>el</strong> enemigo más temible estaba dentro de uno<br />

mismo en la confianza d<strong>el</strong> corazón, que los propios hombres que él armaba y<br />

engrandecía para que sustentaran su régimen acaban tarde o temprano por<br />

escupir la mano que les daba de comer, él los aniquilaba de un zarpazo,<br />

sacaba a otros de la nada, los ascendía a los grados más altos señalándolos<br />

con <strong>el</strong> dedo según los impulsos de su inspiración, tú a capitán, tú a coron<strong>el</strong>, tú<br />

a general, y todos los demás a tenientes, qué carajo, los veía crecer dentro d<strong>el</strong><br />

uniforme hasta reventar las costuras, los perdía de vista, y una casualidad<br />

como <strong>el</strong> descubrimiento de dos mil niños secuestrados le permitía descubrir<br />

que no era sólo un hombre <strong>el</strong> que le había fallado sino todo <strong>el</strong> mando supremo<br />

de unas fuerzas armadas que nada más me sirven para aumentar <strong>el</strong> gasto de<br />

leche y a la hora de las vainas se cagan en <strong>el</strong> plato en que acaban de comer,<br />

yo que los parí a todos, carajo, me los saqué de las costillas, había conquistado<br />

para <strong>el</strong>los <strong>el</strong> respeto y <strong>el</strong> pan, y sin embargo no tenía un instante de sosiego<br />

tratando de ponerse a salvo de su ambición, a los más p<strong>el</strong>igrosos los mantenía<br />

más cerca para vigilarlos mejor, a los menos audaces los mandaba a<br />

guarniciones de frontera, por <strong>el</strong>los había aceptado la ocupación de los infantes<br />

de marina, madre, y no para combatir la fiebre amarilla como había escrito <strong>el</strong><br />

embajador Thompson en <strong>el</strong> comunicado oficial, ni para que lo protegieran de la<br />

inconformidad pública, como decían los políticos desterrados, sino para que<br />

enseñaran a ser gente decente a nuestros militares, y así fue, madre, a cada<br />

quien lo suyo, <strong>el</strong>los los enseñaron a caminar con zapatos, a limpiarse con<br />

pap<strong>el</strong>, a usar preservativos, fueron <strong>el</strong>los quienes me enseñaron <strong>el</strong> secreto de<br />

mantener servicios paral<strong>el</strong>os para fomentar rivalidades de distracción entre la<br />

gente de armas, me inventaron la oficina de seguridad d<strong>el</strong> estado, la agencia<br />

general de investigación, <strong>el</strong> departamento nacional de orden público y tantas<br />

otras vainas que ni yo mismo las recordaba, organismos iguales que él hacía<br />

aparecer como distintos para reinar con mayor sosiego en medio de la<br />

tormenta haciéndoles creer a unos que estaban vigilados por los otros,<br />

revolviéndoles con arena de playa la pólvora de los cuart<strong>el</strong>es y embrollando la

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