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p<strong>el</strong>lejo color de hi<strong>el</strong> punteado de lunares de decrepitud sin una sola cicatriz y<br />

con bolsas vacías por todas partes como si hubiera sido muy gordo en otra<br />

época, le quedaban apenas las cuencas desocupadas de los ojos que habían<br />

sido taciturnos, y lo único que no parecía de acuerdo con sus proporciones,<br />

salvo <strong>el</strong> testículo herniado, eran los pies enormes, cuadrados y planos con<br />

uñas rocallosas y torcidas de gavilán. Al contrario de la ropa, las descripciones<br />

de sus historiadores le quedaban grandes, pues los textos oficiales de los<br />

parvularios lo referían como un <strong>patriarca</strong> de tamaño descomunal que nunca<br />

salía de su casa porque no cabía por las puertas, que amaba a los niños y a las<br />

golondrinas, que conocía <strong>el</strong> lenguaje de algunos animales, que tenía la virtud<br />

de anticiparse a los designios de la naturaleza, que adivinaba <strong>el</strong> pensamiento<br />

con sólo mirar a los ojos y conocía <strong>el</strong> secreto de una sal de virtud para sanar<br />

las lacras de los leprosos y hacer caminar a los paralíticos. Aunque todo rastro<br />

de su origen había desaparecido de los textos, se pensaba que era un hombre<br />

de los páramos por su apetito desmesurado de poder, por la naturaleza de su<br />

gobierno, por su conducta lúgubre, por la inconcebible maldad d<strong>el</strong> corazón con<br />

que le vendió <strong>el</strong> mar a un poder extranjero y nos condenó a vivir frente a esta<br />

llanura sin horizonte de áspero polvo lunar cuyos crepúsculos sin fundamento<br />

nos dolían en <strong>el</strong> alma. Se estimaba que en <strong>el</strong> transcurso de su vida debió tener<br />

más de cinco mil hijos, todos sietemesinos, con las incontables amantes sin<br />

amor que se sucedieron en su serrallo hasta que él estuvo en condiciones de<br />

complacerse con <strong>el</strong>las, pero ninguno llevó su nombre ni su ap<strong>el</strong>lido, salvo <strong>el</strong><br />

que tuvo con Leticia Nazareno que fue nombrado general de división con<br />

jurisdicción y mando en <strong>el</strong> momento de nacer, porque él consideraba que nadie<br />

era hijo de nadie más que de su madre, y sólo de <strong>el</strong>la. Esta certidumbre<br />

parecía válida inclusive para él, pues se sabía que era un hombre sin padre<br />

como los déspotas más ilustres de la historia, que <strong>el</strong> único pariente que se le<br />

conoció y tal vez <strong>el</strong> único que tuvo fue su madre de mi alma Bendición Alvarado<br />

a quien los textos escolares atribuían <strong>el</strong> prodigio de haberlo concebido sin<br />

concurso de varón y de haber recibido en un sueño las claves herméticas de su<br />

destino mesiánico, y a quien él proclamó por decreto matriarca de la patria con<br />

<strong>el</strong> argumento simple de que madre no hay sino una, la mía, una rara mujer de<br />

origen incierto cuya simpleza de alma había sido <strong>el</strong> escándalo de los fanáticos<br />

de la dignidad presidencial en los orígenes de su régimen, porque no podían

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