gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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arpa, madre, <strong>el</strong> instrumento sagrado cuyas notas conjuraban la tempestad y<br />
apresuraban los ciclos de las cosechas y que <strong>el</strong> general Saturno Santos<br />
pulsaba con un arte d<strong>el</strong> corazón que despertó en todos nosotros la nostalgia de<br />
las noches de horror de la guerra, madre, nos alborotó <strong>el</strong> olor a sarna de perro<br />
de la guerra, nos resolvió en <strong>el</strong> alma la canción de la guerra de la barca de oro<br />
que debe conducirnos, la cantaban a coro con toda <strong>el</strong> alma, madre, d<strong>el</strong> puente<br />
me devolví bañado en lágrimas, cantaban, mientras se comieron un pavo con<br />
ciru<strong>el</strong>as y medio lechón, y bebía cada uno de su bot<strong>el</strong>la personal, cada uno de<br />
su alcohol propio, todos menos él y <strong>el</strong> general Saturno Santos que no probaron<br />
una gota de licor en toda su vida, ni fumaron, ni comieron más de lo<br />
indispensable para vivir, cantaron a coro en mi honor la canción de las<br />
mañanitas que cantaba <strong>el</strong> rey David, cantaron llorando todas las canciones de<br />
f<strong>el</strong>icitación de cumpleaños que se cantaban antes de que <strong>el</strong> cónsul Hanemann<br />
nos viniera con la nov<strong>el</strong>ería mi general d<strong>el</strong> fonógrafo de bocina con <strong>el</strong> cilindro<br />
d<strong>el</strong> happy birthday, cantaban medio dormidos, medio muertos de la borrachera,<br />
sin preocuparse más d<strong>el</strong> anciano taciturno que al golpe de las doce descolgó la<br />
lámpara y se fue a revisar la casa antes de acostarse de acuerdo con su<br />
costumbre de cuart<strong>el</strong> y vio por última vez al pasar de regreso por la sala de<br />
fiesta a los seis generales ap<strong>el</strong>otonados en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, los vio abrazados, inertes<br />
y plácidos, al amparo de las cinco escoltas que se vigilaban entre sí, porque<br />
aun dormidos y abrazados se temían unos a otros casi tanto como cada uno de<br />
<strong>el</strong>los le temía a él y como él les temía a dos de <strong>el</strong>los confabulados, y él volvió a<br />
colgar la lámpara en <strong>el</strong> dint<strong>el</strong> y pasó los tres cerrojos, los tres pestillos, las tres<br />
aldabas de su dormitorio, y se tiró en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, bocabajo, con <strong>el</strong> brazo derecho<br />
en lugar de la almohada, en <strong>el</strong> instante en que los estribos de la casa se<br />
remecieron con la explosión compacta de todas las armas de las escoltas<br />
disparadas al mismo tiempo, una vez, carajo, sin un ruido intermedio, sin un<br />
lamento, y otra vez, carajo, y ya está, se acabó la vaina, sólo quedó un r<strong>el</strong>ente<br />
de pólvora en <strong>el</strong> silencio d<strong>el</strong> mundo, sólo quedó él a salvo para siempre de la<br />
zozobra d<strong>el</strong> poder cuando vio en las primeras malvas d<strong>el</strong> nuevo día los<br />
ordenanzas d<strong>el</strong> servicio chapaleando en <strong>el</strong> pantano de sangre de la sala de<br />
fiestas, vio a su madre Bendición Alvarado estremecida por un vértigo de horror<br />
al comprobar que las paredes rezumaban sangre por más que las secaran con<br />
cal y ceniza, señor, que las alfombras seguían chorreando sangre por mucho