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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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estériles, después de tantos pájaros pintados sin ningún beneficio, madre,<br />

después de tanto amor sin gracia, aunque nunca se me hubiera ocurrido<br />

pensar que aqu<strong>el</strong>la orden se había de convertir en la patraña de los falsos<br />

hidrópicos a quienes les pagaban para que se desaguaran en público, le<br />

habían pagado doscientos pesos a un falso muerto que se salió de la sepultura<br />

y apareció caminando de rodillas entre la muchedumbre espantada con <strong>el</strong><br />

sudario en piltrafas y la boca llena de tierra, le habían pagado ochenta pesos a<br />

una gitana que fingió parir en plena calle un engendro de dos cabezas como<br />

castigo por haber dicho que los milagros eran un negocio d<strong>el</strong> gobierno, y eso<br />

eran, no había un solo testimonio que no fuera pagado con dinero, una<br />

confabulación de ignominia que sin embargo no había sido tramada por sus<br />

aduladores con <strong>el</strong> propósito inocente de complacerlo como lo supuso monseñor<br />

Demetrio Aldous en sus primeros escrutinios, no, exc<strong>el</strong>encia, era un sucio<br />

negocio de sus prosélitos, <strong>el</strong> más escandaloso y sacrílego de cuantos había<br />

proliferado a la sombra de su poder, pues quienes inventaban los milagros y<br />

compraban los testimonios de mentiras eran los mismos secuaces de su<br />

régimen que fabricaban y vendían las r<strong>el</strong>iquias d<strong>el</strong> vestido de novia muerta de<br />

su madre Bendición Alvarado, ajá, los mismos que imprimían las estampitas y<br />

acuñaban las medallas con su retrato de reina, ajá, los que se habían<br />

enriquecido con los rizos de su cab<strong>el</strong>lo, ajá, con los frasquitos de agua de su<br />

costado, ajá, con los sudarios de diagonal donde pintaban con sapolín de<br />

puertas <strong>el</strong> tierno cuerpo de donc<strong>el</strong>la dormida de perfil con la mano en <strong>el</strong><br />

corazón y que eran despachados por yardas en las trastiendas de los bazares<br />

de los hindúes, un infundio descomunal sustentado en <strong>el</strong> supuesto de que <strong>el</strong><br />

cadáver continuaba incorrupto ante los ojos ávidos de la muchedumbre<br />

interminable que desfilaba por la nave mayor de la catedral, cuando la verdad<br />

era bien distinta, exc<strong>el</strong>encia, era que <strong>el</strong> cuerpo de su madre no estaba<br />

conservado por sus virtudes ni por los remiendos de parafina y los engaños de<br />

cosméticos que él había decidido por simple soberbia filial sino que estaba<br />

disecado mediante las peores artes de taxidermia igual que los animales<br />

póstumos de los museos de ciencias como él lo comprobó con mis propias<br />

manos, madre, destapé la urna de cristal cuyos emblemas funerarios se<br />

desbarataban con <strong>el</strong> aliento, te quité la corona de azahares d<strong>el</strong> cráneo<br />

enmohecido cuyos duros cab<strong>el</strong>los de crines de potranca habían sido

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